Hermanos es muy revelador lo que hoy os escribo: A nuestro Dios no solo lo podemos escuchar, sino también comer, beber, gustar.
Como sacerdote nunca he predicado una religión puramente cerebral. Nunca me han oído ustedes hablar de un Dios con quien nos podemos comunicar solo con oraciones y promesas. No, siempre he anunciado al Hijo de Dios, hecho hombre en las entrañas purísimas de María Virgen; a Jesús, quien nos dice: Venid, tocad, mirad, ved, gustad, mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
El ha querido ponerse, no solo al alcance de nuestros ojos, sino al alcance de nuestras manos, al alcance de nuestros labios, de modo que no solo lo podamos tocar, - como cantan algunos, - sino que lo podamos comer y beber; más aún, nos pide, nos manda que lo hagamos para vivir en Él y por Él. “Quien me come vivirá por mí”.
Y no se sorprendan hermanos, ese es nuestro Dios. Así es Él. Jesús es el Cordero de Dios, es el Pan de vida. Para la Iglesia es la Sagrada Eucaristía. Es el Cuerpo de Cristo; es la fiesta pascual de la familia de Dios; es como vivir por unos momentos el cielo en la tierra.
No se extrañen si les hago esta pregunta: ¿ustedes hermanos sienten hambre de Jesús? ¿Ustedes se alimentan todos los días de Jesús? Vivir como hombre o mujer de fe no es simplemente pensar en Dios, ni siquiera hacer oración; es tomar conciencia de que sin el Cuerpo y la Sangre de Jesús no vivimos, no viviremos después de la muerte.
Seguir hablando de “ir a Misa”, o de “oír Misa”, es haber entendido muy poco de lo que es verdaderamente celebrar la Eucaristía; es como si no tomáramos en serio la advertencia de Jesús, el Señor: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.
Gracias Señor por tu Cuerpo y por tu Sangre, sí queremos vivir en Ti y por Ti Señor. Amén.
Padre Carlos Marín
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