¿Estamos produciendo los frutos que Dios espera de nosotros en los tiempos que corren?

La imagen de la viña ya había sido utilizada en el A. T. por Isaías 5, por Exequiel 15, Oseas 10 y el Salmo 80 que es una súplica por la restauración del pueblo de Israel: De mil maneras Dios manifiesta su amor mientras el pueblo responde con una continua traición. Una situación que no puede continuar:
La viña es el pueblo de Israel. Dios, que es su dueño, puso en ella todo su amor, sus esperanzas. Los profetas son los enviados a recoger sus frutos. Los jefes religiosos se consideran propietarios de la viña, así tengan que matar a los mensajeros; Jesús desenmascara su conducta homicida. Cuando les envía a su propio Hijo, lo echan fuera de la viña y lo matan.
¿Vendrán el juicio y el castigo? No. El dueño de la viña, ante tan triste historia de amor no correspondido, no desiste, no abandona la viña que ha plantado, en un gesto increíble de amor, envía a su propio Hijo como prueba del amor que siente por ella; a El lo respetarán. Pero los jefes religiosos lo echan fuera de la viña y lo matan. La viña pasará a otras manos, a otro pueblo, a uno que produzca frutos, a los paganos y a los pobres.
Esta parábola es la más dura que Jesús pronunció contra los dirigentes religiosos de su Pueblo. Diría que es la síntesis de la historia de la salvación en Jesucristo, la lucha entre la misericordia amorosa de Dios y la respuesta negativa de los pueblos.
El bello poema de la viña de Isaías, y esta parábola de Mt. me llevan a fijar mis ojos en una viña llamada Colombia que Dios plantó con amor, y que hoy no está produciendo frutos maduros de justicia, de fraternidad y de paz, los frutos que Aquel que es la piedra angular del Reino de Dios, espera de ella: responderle con amor y fidelidad.
Puede ser que alguien piense que esta parábola es para el pueblo del A.T, no para nosotros. Sí es para nosotros. Nos puede suceder a los cristianos de nuestro tiempo lo mismo que le sucedió al antiguo Israel. ¿Estamos produciendo los frutos que Dios espera de nosotros en los tiempos que corren? ¿Por qué tan altos índices, de corrupción, de violencia armada, de deshumanizació/descristianización, de pérdida casi total del respeto a la vida humana? ¿Por qué tanta mentira y tanta hipocresía, por qué tanto desprecio de la Ley de Dios?
Son preguntas que pueden incomodar a algún viñador, pero a la luz del Evangelio que acabamos de proclamar, sin duda nos hará mucho bien hacerlas una y otra vez sobre todo si nos arrodillamos a hacer un profundo examen de conciencia.
Padre Carlos Marín G.
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