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El Perdón que nos hace indulgentes para vencer a la venganza

11 de septiembre de 2014
El Perdón que nos hace indulgentes para vencer a la venganza

En el texto del evangelio del domingo anterior Jesús expuso la manera como un discípulo debe obrar en el caso de verse afectado por el mal proceder de algún hermano: el…

A la pregunta del discípulo, Jesús responde, en primer lugar, diciendo que el perdón debe sobreponerse siempre a la venganza. En el trasfondo de la pregunta de Pedro está la situación de la venganza de Caín narrada en Génesis 4, 15: «El que mate a Caín lo pagará multiplicado por siete»; la respuesta de Jesús se hace con un juego de palabras (o cifras) que retoma del lamento de Lamec (descendiente de Caín): «Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4, 24).

En segundo lugar, mediante una parábola, Jesús amplía su respuesta sobre el perdón que se sobrepone a la venganza. Aquí hay un cambio importante, pasamos de las cifras a la manera, nos desplazamos del ‘cuánto’ al ‘cómo’. El discípulo ha preguntado ‘cuánto’, ahora el Maestro responde ‘cómo’. Jesús introduce la parábola para explicar cómo el Padre del cielo perdona: «En cuanto al perdón, el Padre celestial ejerce su poder como…» Es decir, la parábola viene a explicar cómo el perdón llega a vencer la venganza.

En la tarea de descifrar la enseñanza de la parábola comencemos por la incomprensión que nos deja el desdecirse o anular el perdón. Veamos: la historia contada por Jesús presenta una incoherencia, el Padre celestial –representado por el rey que pide cuentas– ha perdonado a un funcionario que le debía, pero más tarde se desdice de ese perdón y termina entregando ese funcionario a los verdugos hasta que pague toda la deuda. Esto nos plantea unas dudas: ¿es que Dios perdona y luego anula ese perdón?, ¿acaso el perdón de Dios no es para siempre?

El despejar estas dudas nos lleva a entender el perdón como algo más que saldar cuentas en una especie de amnistía –olvido–. Desde el contexto, el evangelio de la Misa de hoy nos impulsa a sacar el perdón del ámbito de la contabilidad (cuánto) para comprenderlo como un don –como una gracia– que rehabilita al pecador.

La parábola de Jesús nos presenta el perdón como una gracia, como un regalo, como un don que nace de la gratuidad de Dios: «Yo te perdoné toda aquella deuda, porque tú me lo suplicaste». Para el beneficiario –en este caso, el pecador– el perdón es un don o una gracia que éste recibe con agradecimiento, pero que también puede dejar de recibir con agradecimiento.

En este contexto el ‘agradecimiento’ es mucho más que palabras; recibir ‘con agradecimiento’ es asumir existencialmente el don o la gracia regalada, es vivir a partir de aquel don o gracia, es decir, apropiarse del don. Recibir con agradecimiento es incorporar dentro de la propia vida el don o la gracia que se ha recibido, es utilizarla, hacerla servir en aquello para lo cual ha sido concebida. Y la gracia como es precisamente gracia gratuidad, escapa de la contabilidad.

El pecador, al recibir ‘con agradecimiento’ la gracia del perdón comienza a vivir de esta misma gracia, de este mismo don. Cuando el hombre, auténticamente vive y asume la gracia, principia a vivir con la vida de Dios, principia a ser misericordioso, comienza a tener el mismo pensamiento de Cristo (véase 1Corintios 2, 16), a sentir con los mismos sentimientos de Cristo (véase Filipenses 2, 5). De modo que recibir con agradecimiento la gracia del perdón, mucho más que la cancelación de una deuda, implica la rehabilitación del pecador de tal forma que éste empieza a llevar una vida como la de Cristo.

Retornando a la historia de la parábola, ésta presenta el drama de un funcionario que no recibe ‘con agradecimiento’ el perdón sino simplemente como amnistía. La parábola está reclamando que al recibir el perdón aquél funcionario debería haber comenzado a actuar como su señor: «¿No era lógico que tú también tuvieras compasión como yo la tuve de ti?».

Lo que hemos dado en llamar en ‘Gran giro’, en este campo, está significando dejar de plantear y vivir la relación con Dios en términos contables según aquel dicho ‘quien peca y reza, empata’. Vivir con madurez la vida cristiana significa vivir del amor misericordioso de Dios que nos va trasformando cada día en imágenes más diáfanas de hijos de Dios.

Pensamos que se impone como una necesidad asumir la vida cristiana como recibir ‘con agradecimiento’ el perdón, necesidad para el servicio evangelizador de nuestra Iglesia en una sociedad que cada vez más habla y está dispuesta a vivir el posconflicto. 

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