Un jurista de su tiempo le hizo a Jesús esta pregunta: Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Y a Jesús, en respuesta, le salió del corazón la hermosa parábola del buen samaritano.
Una parábola que a los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos plantea un interrogante: ¿qué tanto nos preocupa el tema de la vida eterna? ¿nos interesa en algo? ¿qué significa heredar la vida eterna?
No creo estar exagerando si digo que nos preocupa mucho más la vida presente, los negocios, el fútbol y los festivos colombianos. Y si alguien nos habla de vivir eternamente, entonces surgen una y mil preguntas. ¿Qué es la vida eterna? Nos dicen que vivir eternamente es gozar de la visión de Dios, pero ¿cómo se merece o se hereda ese vivir en Dios por toda la eternidad?
Con la parábola del buen samaritano el Señor Jesús nos da la respuesta. Todo está en ser verdaderamente humanos, en caminar por el mundo como buenos samaritanos, con los ojos y el corazón bien abiertos para detenernos ante quien sufre necesidades; está en el milagro de la fraternidad cristiana, en el tener conciencia de que compartimos la misma condición de seres frágiles y que nos necesitamos unos a otros.
Según Jesús sólo hay una manera de tener vida, y no es la de dando un rodeo, pasando de largo, sino curando personalmente las heridas, es haciéndose prójimo del que está enfermo o tiene hambre, del anciano, del que sufre alguna forma de violencia, del que ha sido despojado de sus derechos como persona; todo porque el amor a Dios y al prójimo son inseparables.
Así debe ser porque cada ser humano, cada niño, cada hombre, cada mujer, personifica a la humanidad, no importa cuál sea su nombre, su raza, su país, su religión, su edad, su apellido, su equipo de fútbol. Una religiosidad sin amor al prójimo es una mentira grande, es no haber entendido el mandato de Dios, porque se pasa de largo ante el hermano que sufre.
El Evangelio de este domingo deja, pues, bien claro qué es lo que debemos hacer para heredar la vida eterna: hacernos prójimo todos los días y a cada momento, tener compasión. Jesús quiere una Iglesia samaritana, sacerdotes y diáconos buenos samaritanos. Una iglesia que vive y enseña a vivir la gran aventura de la fraternidad.
Ante la violencia criminal que hay en nuestro país, ante los centenares de familias que hoy sufren las consecuencias del invierno y de las que son víctimas de los grupos guerrilleros, ¿se conmueven nuestras entrañas?
Si en nuestra vida no hay humanidad, si no tenemos corazón, si vivimos lejos de los niños y de los jóvenes, de los que trabajan, de los que están enfermos, de los ancianos, de los más pobres, estaremos dándole la razón a quienes ponen en duda nuestra fe y nuestro amor a Dios.
Leamos, releamos, meditemos, pongamos en práctica la parábola del buen samaritano. Si no lo hacemos, no heredaremos la vida eterna. Es el proyecto de vida en la tierra que Jesús quiere y nos pide a todos, ricos y pobres, blancos y negros. Vivir, trabajar sin odios, como buenos samaritanos, eso es, como miembros de una misma y sola familia: todos somos hijos de Dios.
Padre Carlos Marín G.
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