Pasar al contenido principal
#2e81ff

Parte I: ¿Cómo comprender la enfermedad?

11 de febrero de 2015

La enfermedad es uno de esos asuntos en los que el hombre se encuentra, a menudo, sin respuestas. En nuestras familias no falta la persona que está enferma o que…

Catecismo De La Iglesia Católica (CCC), nn. 309-314; 1499-1525;

Juan Pablo II:

Salvifici Doloris, 1984;

Evangelium vitae, 1995;

Congregación Para La Doctrina De La Fe (CDF):

Donum vitae, 1987;

 

¿Cuál es el origen de toda enfermedad?

La Fe cristiana afirma que Dios no ha creado la enfermedad. Esa entró en el mundo causada por el primer pecado, cometido por el hombre Adán y la mujer Eva, cuando, tentados por el Diablo, abusando de su libertad, desobedecieron a Dios: querían ser superiores al mismo Dios y deseaban ardientemente conseguir sus fines fuera de Dios. De ahí en adelante los pecados de toda persona individual no han hecho más que acrecentar el mundo de los sufrimientos humanos.

Dios por tanto no quiere la enfermedad; no ha creado el mal ni la muerte. Pero, desde el momento en que éstos, por causa del pecado, entraron en el mundo, su amor está todo dirigido a resanar al ser humano, a sanarlo del pecado y de todo mal y a colmarlo de vida, de paz y de gozo. Por esto ha enviado a su Hijo Jesús, quien ha muerto y resucitado para liberar al hombre del pecado y de sus consecuencias.

 ¿Cuál es el sentido de la enfermedad?

La enfermedad, que toca antes o después e implica la persona en todos sus niveles (desde el físico al psicológico, espiritual, moral), es y permanece siempre un misterio, un enigma.

La ciencia y la técnica pueden ayudar a encontrar una respuesta a la enfermedad. Pueden curarla, aliviarla, eliminarla al menos en parte, pero no podrán eliminarla del todo, y sobre todo no podrán nunca dar una respuesta satisfactoria a los interrogantes fundamentales que el sufrimiento, la enfermedad, la misma muerte suscitan en el corazón del ser humano.

Es necesario profundizar el sentido de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento teniendo presentes también sus fundamentos médico-científicos, históricos, filosóficos, bíblicos, teológicos.

Es importante en particular profundizar los textos de la Sagrada Escritura acerca del sufrimiento, sobre el sentido de la muerte.

El sentido último de tal realidad puede encontrarse solamente a la luz de la Fe cristiana: “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad” (Gaudium et spes, 22).

Dios de hecho no ha ahorrado el sufrimiento e incluso la muerte a Su mismo divino Hijo Jesús, el cual vence el pecado y los efectos del mismo (la enfermedad, el sufrimiento, la violencia y la muerte) con Su muerte en cruz y sobre todo con Su Resurrección.

Y esta victoria la remite Cristo ante todo a sí mismo, destruyendo la muerte con Su Resurrección, y luego también para nosotros. De hecho, mediante el Bautismo por Él instituido, nos es perdonado el pecado original y resurgimos a la vida de hijos de Dios. Luego durante todo el recorrido de nuestra vida sobre la tierra, luchando contra el pecado y sus consecuencias, reportamos con Cristo la victoria, que por ahora es parcial, en la espera de aquella definitiva que Cristo realizará para nosotros al final de este mundo, cuando entonces todo sufrimiento, enfermedad, muerte serán por Él definitivamente destruidos.

Por tanto, el sufrimiento puede hacerse sereno abandono a la voluntad divina y participación al sacrificio de Cristo.

¿Por qué siguen existiendo la enfermedad y el sufrimiento, a pesar de que Dios sea bueno, omnipotente, providente?

El Catecismo de la Iglesia Católica se expresa así en relación a esto:

“A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. Él conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.

Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección.

Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: “No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios… aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo numeroso”. Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.

Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios «cara a cara» (1Cor 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra” (CCC, 309-314).

¿Cómo se comportó Cristo en relación a los enfermos?

Cristo, en su vida terrena, ha tenido una particular predilección hacia los enfermos y los que sufren. De hecho:  ha preferido a los que sufren; ha sanado muchos enfermos, que recurrían a Él con confianza: tales curaciones muestran que Jesús es verdaderamente ‘Dios que salva’; no ha venido sin embargo para eliminar todos los males aquí abajo, sino para liberar a los seres humanos de la más grave esclavitud: la del pecado, que es la causa de todos los males y sufrimientos; se ha identificado con el enfermo: “Estuve enfermo y mi visitaste” (Mt 25,36); “Él ha tomado nuestras enfermedades y se ha cargado nuestras males” (Mt 8,17); ha confiado a sus apóstoles el ministerio de la curación, diciéndoles: “Curen a los enfermos” (Mt 10,8); ha instituido en particular dos sacramentos para los enfermos: la Eucaristía (en cuanto Viático) y el Sacramento del Unción de los enfermos; ha enseñado a los que lo seguían a trascender el sufrimiento y a darle un significado salvador; ha invitado a todos sus seguidores a estar dispuestos a sufrir con él y como él: “Si alguno quiere seguirme se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24); ha asegurado su ayuda: “Te basta mi gracia: mi poder en efecto se manifiesta plenamente en la debilidad” (2 Cor 12,9); continúa estando con nosotros y por nosotros, sobre todo en nuestros momentos de sufrimiento.

Pero Jesucristo ha hecho incluso mucho más: ha vivido, él mismo, el sufrimiento, hasta la muerte y muerte de cruz; ha vencido, resucitando, el sufrimiento y la muerte, por sí y por nosotros.


¿Cuál es el comportamiento de la Iglesia en relación a los enfermos?

La Iglesia, en su constante solicitud por los enfermos:

iluminada por la fe, proclama y testimonia el Evangelio del sufrimiento; ha siempre acompañado y continuará a acompañar la predicación del Evangelio con iniciativas de asistencia y cuidado a favor de la multitud de los que sufren; ofrece su propia contribución específica mediante el acompañamiento humano y espiritual de los enfermos; invita a abrirse al mensaje del amor de Dios, siempre atento a las lágrimas de quien se dirige a Él; sostiene la importancia de la pastoral sanitaria, en la cual adquieren un rol de especial relieve las capellanías de los hospitales, que tanto contribuyen al bien espiritual de los que pasan por las estructuras sanitarias; favorece el desarrollo de aquel aporte precioso que es dado por el voluntariado, que con su servicio dan vida a aquella fantasía de la caridad, que infunde esperanza también a la experiencia humana del sufrimiento. Es también por medio de voluntarios que Jesús puede continuar hoy a pasar entre los hombres, para beneficiarlos y sanarlos.


¿Cuál es la tarea de la medicina?

La medicina tiene como tarea:

Servir siempre a la vida: promoviéndola y defendiéndola desde su concepción hasta su ocaso natural. También cuando sabe que no puede debelar una grave patología, dedica sus propias capacidades a suavizar los sufrimientos.

Reconocer y respetar (o al menos no excluir) la dimensión trascendente, moral y espiritual de la vida humana.

Actuar y acrecentar la investigación y el progreso científico: como instrumento formidable para mejorar las condiciones de vida y de bienestar; en el respeto de la intangibilidad de cada ser humano; evitando toda voluntad de dominio.

Realizar continuamente una atenta reflexión sobre la naturaleza misma del ser humano, sobre su dignidad de ser humano creado por Dios a su imagen y semejanza. Tal dignidad inviolable del ser humano: pone al ser humano al centro y en la cima de todo lo que existe en la tierra; encuentra su fundamento:

En el misterio de la Creación, y en el de la Redención, realizada por Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, Verbo de la Vida; y en el destino del ser humano, el cual está llamado a ser hijo de Dios en el Hijo (Jesucristo) y templo vivo del Espíritu Santo, en la perspectiva de la vida eterna de comunión beatificante con Dios; va respetada en cualquier circunstancia o condición en la que se encuentre el ser humano y en cualquier estadio de su desarrollo en el que se encuentre (embrión, feto, niño, adulto, anciano o moribundo). Ni siquiera el sufrimiento, el estado de inconciencia, la inminencia de la muerte disminuyen la intrínseca dignidad de la persona humana.

Recordar que el servicio de la medicina a la vida y a la salud es siempre y en todo caso un servicio que remite al sentido del sufrimiento y de la muerte.

Dejarse vivificar por la inspiración cristiana, la cual no quita nada al ser humano y a la investigación científica, la ilumina y la dirige al verdadero bienestar integral de cada persona y de toda la persona.

Entre otras preguntas surgen:

¿Cuál es la tarea de los médicos?


¿Cuál es la tarea de los médicos católicos?


¿Cuáles aspectos positivos provienen de la enfermedad?


¿Cuáles beneficios produce el sacramento de la Unción a los enfermos?

 

¿Cuál es la concepción cristiana acerca de los cuidados paliativos?

 

¿Qué dice la Fe cristiana acerca del ensañamiento terapéutico?

 

¿Cuándo no habrá más enfermedad, sufrimiento y muerte?

Próximamente espere la continuación de este artículo especial con motivo de la Jornada Mundial de Oración por los enfermos,  con las respuestas a las anteriores preguntas. 

Aumentar
Fuente
Disminuir
Fuente

Otras noticias

#007300
#217016

Noticias relacionadas