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¡Mujer tu vales mucho! ¿Lo crees?

19 de mayo de 2015

Estuve participando del lanzamiento de un libro: El camino de vuelta de la memoria, en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Entiendo yo, que éste espacio tiene…

Éste es el ejercicio que, de alguna manera, muchos colombianos y nosotros en particular, como cristianos, nos estamos pensando, al anhelar la paz y la reconciliación, movidos por un impulso y eje trascendental, nuestra experiencia de Dios.

Precisamente, en éste tiempo, reflexionaba sobre el artículo “la” que se antepone a cada una de estas palabras, se dice “la paz”, “la reconciliación”. Un artículo femenino que me llevo a pensar en la mujer, ese ser pensado por Dios que guarda dentro de sí misma los valores necesarios para encarnar esa palabra, en el sentido más valioso, “la paz”. En ella se fecunda el amor, la ternura, la paciencia, la mansedumbre, la tenacidad, la calidez, la generosidad, la resistencia, la perseverancia, la lealtad con su núcleo, la fidelidad, la fuerza espiritual, la protección y el sacrificio, entre otros. Estos, valores fundamentales para alcanzar éste preciado bien de la paz, el perdón y la reconciliación.

Por otra parte la mujer asume el dolor y la violencia que se ha ejercido sobre ella a todo nivel: personal, familiar, laboral y en los conflictos armados. Cuando es sometida a la prostitución y qué decir de la pornografía y la trata de blancas. Ella también vive el drama cuando pierde a su hijo; sea de las fuerzas armadas, narcotraficante, paramilitar, guerrillero, delincuente común, drogadicto o alcohólico; ya sea discriminado socialmente por su raza, por su condición económica o intelectual, enfermo, discapacitado o, tan sólo, que piense distinto. Padece en ocasiones, también, de la ingratitud, crítica, inconformidad, abandono y traición de sus hijos; se convierte, en oportunidades, en la proveedora de dinero hasta cuando la necesitan para sobrevivir. Ella se pone de frente a pesar de las heridas de las que es víctima, perdona siempre y se lanza a superar los obstáculos en el camino, asume cada prueba como un nuevo reto y levanta su mirada, nunca se detiene y si pudiera, en general, en la mayoría de mujeres, no se da jamás ésta opción. Sólo aman porque sí. Defienden a sus hijos con una tenacidad que desgarra y sólo Dios es el cómplice y testigo de su dolor.

Para la mujer, el mayor y excelso regalo es el Don de la vida; sólo en ella, en su vientre, crece la vida y por supuesto, con la participación del hombre. Es portadora de vida y ella encarna en su maternidad, la invitación de María para cada ser, el modelo humano más auténtico para recibir, vivir y dar al Salvador, a quien en sí mismo es la Vida y la Paz.

Lamentablemente la falta de respeto por parte del hombre, el abuso de la fuerza en contra de ella, el apocamiento de su valor, el machismo que busca denigrarla, la infidelidad, la deslealtad, la irresponsabilidad de sus cónyuges, el atropello en la sexualidad; de hecho el Papa Francisco en la catequesis de hoy menciona que hace algunos años era evidente y permitido socialmente “el derecho de los maridos de repudiar a las mujeres, también con los motivos más engañosos y humillantes”; la arbitrariedad que sufre cuando demeritan su trabajo y su inteligencia, la imposibilidad de recibir un equitativo salario, las injusticias a nivel laboral y las secuelas que les ha dejado el vivir en familias disfuncionales, entre otras, ha conllevado a que con los años, y por las exigencias de la sociedad, se hayan ido viciando las grandes virtudes de la mujer y su misión trascendental en la historia. Se refleja hoy en la falta de claridad y proyección profunda en las metas y en el justo equilibrio entre la libertad, el reconocimiento y la dignidad, confundiéndose con el libertinaje fruto de la escaza sabiduría resultado de la distancia con Dios. Vivimos de excesos que paradójicamente antes de brindarnos paz, equilibrio, armonía, estabilidad, felicidad y amor, nos está dando tristeza, angustia, desesperación, soledad, abandono, desamor, desadaptación, indiferencia y vacío, además de una carga excesiva de trabajo y responsabilidades.

En la búsqueda de derechos e igualdad de género, se ha desvirtuado el Don de dar vida. Prima hoy la tentación de poder y dinero, y el hecho de sentirse más reconocidas que los hombres, autosuficientes; llevándolas, a muchas, a dejar atrás el sueño y la realización en la familia. Se mendiga el amor en busca de la protección de un hombre a veces, y otras se prefiere ignorarlos y pisotearlos; cargadas de extremos, e irónicamente, poco a poco, se va desfalleciendo en el sinsabor de ser víctimas tomadas como un artículo cambiable de belleza y sensualidad para tocar, probar y abandonar.

Frente a éste panorama surge toda una propuesta en la necesidad de ser punto de apoyo y solidaridad de género, al contrario de caer en una competencia e indiferencia de unas frente a la realidad de las otras.

Escuché estas palabras: “cuento porque lo que no se cuenta no cuenta”, en el lanzamiento del Libro, donde algunas mujeres víctimas de la violencia narran su propia historia de vida, pensé entonces en lo interesante que sería tener un código de ética para la mujer, ya que sufrimos porque hay algo más allá de lo práctico, concreto y natural que debe impulsarnos a confiar en nosotras mismas, y entre nosotras, a apoyarnos, a respetarnos, a valorarnos, a acompañarnos. Descubrir cómo volver a darle sentido a la misión y vocación de cada una en el ciclo de la vida, y que podamos capitalizar de estas experiencias ya vividas en pro del bienestar de cada una y, a través de nosotras mujeres, a la sociedad.

En el trabajo de investigación se hizo una labor muy interesante que buscaba que las mujeres al contar su historia se escucharan unas a otras y como consecuencia se generaran redes de solidaridad y apoyo, era una mezcla de dolor, alegría, lágrimas y risas “porque juntas son muy fuertes para sobrevivir”, decían ellas. Llamaba la atención que alguna mencionó que aunque vivían cerca no se conocían bien. Expresaban “queremos que la sociedad sepa”, “nosotras no parimos hijos e hijas para la guerra”, “las mujeres soportan más que los hombres las secuelas de la guerra”, son víctimas del desplazamiento forzado, del miedo, de la violencia sexual y/o familiar, de ser tomadas en cuenta solo para procrear o para satisfacer las necesidades sexuales, de la pobreza indignante, de la degradación, del miedo a enfrentarse a situaciones desconocidas. Evidencian unas de ellas que fueron abandonadas por sus esposos y quedaron al frente de sus hijos, otras maltratadas y abusadas.

Ellas denunciaban un Estado que no es garante de los derechos de las mujeres. Querían igualdad y no discriminación. En fin… lo cierto es que la violencia definitivamente no es tan solo una consecuencia del conflicto armado, es una muestra de cómo está el corazón del hombre. Y más allá me interpela sobre la responsabilidad de llevar la luz, la presencia de Dios a muchos corazones que buscan una palabra de amor, consuelo y esperanza. Si bien es cierto que todas estas ayudas hacen conciencia de la causa del dolor y al comunicarlo se asume, sólo se redime con una experiencia viva y real de Dios, quien en sí mismo es el Único capaz de sanar por completo las heridas del alma. La pobreza, dijo la madre Teresa de Calcuta, tiene diversos rostros, en el mundo occidental –donde la gente parece más rica- hay un hambre mayor y una pobreza más grave de la que se encuentra en las callejuelas de Calcuta: es la pobreza espiritual, la falta de sentido y la indigencia de quien ha renunciado a su Señor, fuente, sentido y fin de nuestra existencia.

No es tan cierto que Colombia viva en guerra hoy y que de ella se desencadenen todos los problemas de violencia de nuestra sociedad. En toda la historia de la humanidad el hombre sin Dios, o con un dios hecho a su capricho, está llamado a la guerra y a la autodestrucción. Lo que sí, quizás, es bien importante resaltar porque marca una diferencia determinante frente a otras épocas, es que el aborto, que empezó a aprobarse inicialmente en los países de régimen comunista a partir del siglo XX y siguiendo su ejemplo, los “países desarrollados”, se hizo más frecuente y “seguro”, hasta llegar a nuestra época en la que es una práctica muy común. Lo cierto es que, legal o ilegal, el aborto hoy se practica como consecuencia de la pérdida del sentido de la vida, el egoísmo, el libertinaje, la ausencia de Dios y la convivencia en familias disfuncionales y resquebrajadas. Y quien defiende el aborto es necesariamente alguien que ha sido víctima de mucho dolor. Ya no hay ninguna estadística clara que demuestre verazmente la multiplicación de muertes en el mundo.

Es realmente decadente como la legalidad de la muerte con un aparente derecho de libertad ha llevado a un caos impensable y que necesariamente repercutirá en el ser humano. La Madre Teresa de Calcuta decía “Creo que si los países ricos permiten el aborto, son los más pobres y necesitan que recemos por ellos porque han legalizado el homicidio". Y san Juan Pablo II se refería que vivimos hoy en la “cultura de la muerte”1. Éste es el rostro más silencioso de la guerra, que más allá de un conflicto armado es la ofensiva contra la vida, es el grito silencioso, de aquel que representado en el más vulnerable y, aparentemente, sin voz, siempre retumbará en las conciencias de quienes falsamente promulgan la paz. Es la onda que se esparce silenciosamente y hace eco en el corazón de miles de mujeres que a ciencia de saber o no, conscientes o no, son víctimas de ésta realidad.

La vida es todo, es lo fundamental, la vida desde su estado más frágil, desde donde hay un halo de Dios y donde nace una creatura humana. La paz nace en el corazón del hombre, la paz es Jesús mismo. Generalmente cuando se rompe el vínculo con Dios, se evade, se justifica y se anestesian los sentidos del cuerpo y del alma para no comprender lo esencial, quien no respeta la vida en su estado más pequeño no tendrá conciencia auténtica de ella en ningún estado de su vida, al contrario, se esconderán muchos intereses personales que desdibujan la realidad de la paz, la justicia, la verdad, la libertad, la reconciliación, el perdón y que todos ellos se encierran en una sola palabra: la realidad del amor, el AMOR = “DIOS – AMOR”.

Afirma el Papa (E) Benedicto XVI que “La justicia no es algo desencarnado. Hunde necesariamente sus raíces en la coherencia humana. Una caridad que no respete la justicia y el derecho de todos es errónea.” 2 Sin embargo, de cara a esta verdad, afirmaba la Madre Teresa de Calcuta que “Estamos en una cultura en que el amor se identifica generalmente con los sentimientos más que con un acto de voluntad, con el placer más que con el sacrificio”. Si es así, no coincide el camino del hombre común con lo que dicta la sabiduría de la Vida “el amor verdadero es un salir de sí mismo, es darse. El amor trae consigo la alegría, pero una alegría con las raíces en forma de cruz”3.

Es primordial una experiencia de Dios en el corazón de cada una, mujer, nos ubicaría para el servicio y la solidaridad, uniendo fuerzas y alcanzando sueños, portando vida y a través de ella, valores necesarios para encontrar la paz, la reconciliación y la felicidad en nuestra sociedad. No sería necesario dejarse llevar por los sentimientos que empequeñecen el alma, que deslucen la vocación de la mujer, porque de hecho se comprende con María, modelo humano de perfección cristiana, que cada una recibe lo que es para sí misma lo mejor según su misión y, en cambio, se lanza libremente, poniéndose al servicio de la familia, de todos quienes la rodean, con sus respectivos carismas. La belleza de María en cada mujer hace de ella una madre, intercesora, valiosa e indispensable que da de sí misma su ser donado a la humanidad. De allí brotará la armonía y la comunión entre los hermanos. ¡Todo ser humano anhela ser feliz!. Cuan grande es la elección de la mujer en la historia cuando Dios mismo ha posado su mirada sobre ella para una misión única de intercesión y salvación.

El amor de la verdad “la verdad plena” a la que sólo el Espíritu puede llevarnos (Cfr. Jn 16, 13), es la que traza el camino que toda justicia humana ha de seguir para conseguir restaurar los lazos fraternos en la “familia humana, comunidad de paz”4, reconciliada con Dios por Cristo. (Africae Munus)

Yo desde muy niña supe que la felicidad del hogar depende de la sabiduría de la mujer, que ella es el centro del hogar y que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Y a propósito de esto, menciona el Papa Francisco que “Jesús comienza sus milagros, con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia: ¡el hombre y la mujer que se aman! ¡Ésta es la obra maestra! La familia está en la cima de todos los niveles de satisfacción” del hombre. Sin embargo vivimos un profundo miedo a optar por el Sacramento del Matrimonio por temor a asumir la responsabilidad en una alianza eterna con el Señor, por temor a equivocarnos. No obstante, el matrimonio consagrado a Dios es fuente de paz y de bien para toda la vida conyugal y familiar. Fuente de seguridad afectiva estable, solidez y felicidad5. La familia es la Iglesia doméstica, “la primera educadora en los valores del amor y la vida, así como la principal encargada de transmitir la fe a los hijos, en medio de una cultura actual que agrede a esta célula básica de la sociedad con legislaciones que solo sirven a minorías apoyadas también por los medios de comunicación. …Sin tener en cuenta las realidades antropológicas fundamentales que estructuran las relaciones humanas” 6. La familia es donde cada ser humano es miembro desde que nace y si ella es “penetrada por el Espíritu de Dios llega a ser mediación del Don que Cristo hace de sí mismo a la Iglesia doméstica, para hacer de ella su esposa fiel y fecunda al servicio del Amor y de la Vida” 7.

Que importante sería tener un código de ética para la mujer y que viviéndolo, cada una pudiera descubrirse única e irrepetible, necesaria, capaz, valiosa, leal, fiel, solidaria una con la otra, entre su mismo género, respetuosa, honesta, auténtica, centrada en la Verdad, portadora de vida, como lo fue María con su Hijo, nuestra Madre y Modelo, y que nos trajo la Vida, “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 6). No sólo se da la vida porque se engendra una creatura en el vientre, se da más allá, en la capacidad de dar amor.

Tú Virgen María, “Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz”. Papa Francisco.

 

1 El término "cultura de la muerte” fue acuñado por el Papa Juan Pablo II en su Encíclica El Evangelio de la Vida, publicada el 25 de Marzo de 1995.

2 Exhortación Apostólica Postsinodal AFRICAE MUNUS del PapaBenedicto XVI a los obispos, al clero,a las personas consagradas y a los fieles laicossobre la Iglesia en Áfricaal servicio de la reconciliación,la justicia y la paz.

3 San Josemaría Escrivá.

4 Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 2008.

5 Cfr. Papa Francisco. Catequesis del Papa sobre el matrimonio y desafíos de la familia hoy, en la audiencia del miércoles 29 de Abril.

6 Cardenal Marc Ouellet. Arzobispo (E) de Québec. LIMA, 26 Ene. 10 / 01:35 am (ACI).

7 Cfr. Cardenal Marc Ouellet. Arzobispo (E) de Québec. LIMA, 26 Ene. 10 / 01:35 am (ACI).

 

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