La familia cristiana es fuente de esperanza

“Las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad”[1]. Estas palabras del papa Francisco nos permiten ver que la familia, como ha sido querida por…
Un punto de referencia del valor de la familia aparece esbozado en la película de Roberto Benigni “la vida es bella”. Allí, Guido, Dora y Giosué nos muestran de modo dramático que en las situaciones más adversas en las que se encuentra una persona, como lo fue la segunda Guerra, es posible la familia y, más aún, que ella es fuente de esperanza. Por ello, “la familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida” (A. L., 44)[1].
En el centro de atención de la sociedad, la protección de la familia implica políticas familiares respetuosas con su naturaleza y su identidad. Así, la celebración del día de la familia es una ocasión para recordar las palabras que san Juan Pablo II dirigió a las familias, en las que indicaba que vivir la verdad de la familia es el camino para contribuir a la construcción de la “civilización del amor” que late en lo profundo del corazón humano:
“Parece claro, pues, que la «civilización del amor» está estrechamente relacionada con la familia. Para muchos la civilización del amor constituye todavía una pura utopía. En efecto, se cree que el amor no puede ser exigido por nadie ni puede imponerse: sería una elección libre que los hombres pueden aceptar o rechazar. Hay parte de verdad en todo esto. Sin embargo, […] el amor no es una utopía: ha sido dado al hombre como un cometido que cumplir con la ayuda de la gracia divina. Ha sido encomendado al hombre y a la mujer, en el sacramento del matrimonio, como principio fontal de su «deber», y es para ellos el fundamento de su compromiso recíproco: primero el conyugal, y luego el paterno y materno. En la celebración del sacramento, los esposos se entregan y se reciben recíprocamente, declarando su disponibilidad a acoger y educar la prole. Aquí están las bases de la civilización humana, la cual no puede definirse más que como «civilización del amor». La familia es expresión y fuente de este amor; a través de ella pasa la corriente principal de la civilización del amor, que encuentra en la familia sus «bases sociales»”[2].
Familia: Íntima comunión de vida y amor
La familia, entonces, es fuente de este amor porque su identidad es ser “íntima comunión de vida y amor” (G. S., 48). De aquí brotan, las demás características inherentes a la naturaleza misma de la familia y que la Iglesia ha expresado con varios títulos: “célula” de la sociedad, santuario de vida, iglesia doméstica, semillero de vocaciones, etc.
¿Cuál es el epicentro desde el que emerge la fuerza de la familia? El papa Francisco recogiendo la reflexión sinodal nos indica que “la fuerza de la familia «reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia, ésta puede crecer gracias al amor»” (A. L., 53)[3]. Aquí el amor no es entendido en sentido emotivista, sino como un don de sí al otro, capaz de generar un vínculo sólido sobre el cual construir la vida en común.
De ahí que la familia, por ser comunión de vida y amor, contiene en sí misma el ADN para ser lugar de humanización y de socialización de la persona. Sin embargo, el mal ha corrompido sus relaciones internas haciendo que no pueda cumplir su misión. Así el individualismo, la violencia, el maltrato, la incapacidad de donarse, el divorcio, el aborto, la mentalidad anticonceptiva, la ideología de género, etc., no corresponden a su identidad propia y auténtica, sino que más bien la contradicen. Por ello, es necesaria la evangelización de la familia, en la que se manifieste de modo más claro que la familia nueva es la familia renovada por Cristo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5).
Los rasgos de la familia nueva, que emanan del amor que Cristo nos revela, son:
1. El principio es el reconocimiento de cada uno de los miembros de la familia, con sus grandezas y limitaciones, como un don de Dios. Toda persona ha de ser amada por sí misma y acompañada para que alcance su auténtica realización humana.
2. El fundamento de la vida familiar es el amor como entrega de sí mismo al otro que se realiza plenamente en el matrimonio. En este sacramento, Cristo sale al encuentro de los esposos y les infunde el don del Espíritu que los acompaña para vivir el amor mutuo (Cfr. G. S., 48).
3. Los bienes principales de la familia son el amor conyugal y el don de los hijos. El amor conyugal, nos dice el papa Francisco, se cultiva compartiendo toda la vida, poniendo en común los anhelos y las esperanzas, y luchando juntos para erradicar los males que les aquejan (Cfr. A. L., 123). El don de los hijos que “brotan del corazón mismo del don recíproco” de los esposos, es una prolongación de su existencia. Por ello, “el hijo reclama nacer de ese amor y no de cualquier manera, ya que él no es un derecho sino un don” (A. L., 81).
4. En las dificultades y las heridas al amor conyugal y familiar, el perdón emerge como una manifestación del mismo amor, que nace del amor incondicional de Dios y en el que se conjugan, el arrepentimiento sincero del agresor, con la disposición a amar más allá de la ofensa recibida (Cfr. A. L., 108).
¡Qué alegría celebrar el día internacional de la familia! Nuestro país necesita familias nuevas, renovadas a la luz del Evangelio de Cristo, que sean fuente de esperanza y camino de reconciliación para construir una sociedad cimentada en la cultura del amor verdadero. Y que mayor alegría que se le reconozca a la familia su identidad propia y original como sujeto social y se le brinden las herramientas para que puedan realizar su vocación de ser comunión de personas y fermento de la sociedad.
Nelson Ortiz, Pbro.
Coordinador de evangelización de la familia
Arquidiócesis de Bogotá
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