Monseñor Luis José Rueda: ‘Soy un servidor de la reconciliación de Colombia’
Por: Óscar Elizalde Prada* | Especial para El Tiempo | @OscarElizaldeP
En la Basílica de San Pedro, este sábado 30 de septiembre, a las 10:00 a.m. (hora de Roma), el arzobispo de Bogotá, Mons. Luis José Rueda Aparicio, se convertirá –a sus 61 años de edad– en el undécimo cardenal en la historia de Colombia.
El Papa Francisco le entregará dos símbolos: el birrete –una especie de sombrero de forma cuadrada– y el anillo cardenalicio.
La fórmula de imposición del birrete reza así: “recibe este birrete rojo como signo de la dignidad del oficio de cardenal; significa que estás preparado para actuar con fortaleza, hasta el punto de derramar tu sangre por el crecimiento de la fe cristiana, por la paz y armonía entre el pueblo de Dios, por la libertad y la extensión de la Santa Iglesia Católica Romana”.
El anillo es “signo de esa dignidad, de solicitud pastoral y de más sólida unión con la sede del apóstol San Pedro”.
Rueda Aparicio arribó a la Ciudad Eterna el martes 26 para asumir la agenda preliminar que corresponde con su nueva responsabilidad. Desde el pasado 9 de julio, cuando Francisco anunció la realización de un nuevo consistorio –el noveno de su pontificado– para la creación de 21 cardenales, su intensa actividad pastoral como arzobispo primado y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia no ha menguado.
- ¿Cómo se ha preparado para vivir este momento?
Estas semanas las he vivido de manera normal, en la cotidianidad del trabajo evangelizador: encontrándome con los sacerdotes, con la vida consagrada masculina y femenina, visitando las parroquias…, pero con un hilo conductor interno que me ha movido a prepararme espiritualmente con el pueblo de Dios con el que comparto en Bogotá. He pasado del susto inicial a la alegría de poder servir.
- Muchos han expresado sus sentimientos y pensamientos a propósito de su cardenalato. ¿Alguna frase le ha “tocado” el corazón?
Sí. Un domingo fui a celebrar la Eucaristía en una parroquia de Ciudad Bolívar. Cuando terminó, una persona me dijo: “yo rezaré mucho por usted para que tenga sabiduría, para que sea buen elector”. Me sorprendió mucho. Me dije: ¿acaso es un teólogo? Entonces nos pusimos hablar un momento. El señor tiene una tiendita en el barrio y lo que me dijo denota que la gente sabe que tengo una responsabilidad y que necesito de su oración.
- ¿Qué significa ser cardenal en Colombia?
Yo considero que ser cardenal en Colombia es, sobre todo, ser un servidor. En primer lugar, un servidor de la evangelización, porque esa es nuestra vocación y es la vocación de la Iglesia universal; para eso existimos. Segundo, un servidor de la reconciliación de Colombia, porque llevamos muchas décadas sufriendo polarizaciones de muerte que nos han destruido, y siento que esta misión también tiene ese matiz, ese compromiso profundo. Por eso le pido al señor que me ayude en esta labor. Lo hago por amor a Colombia y a América Latina, porque necesitamos encontrar caminos de reconciliación en todos los países.
- A lo largo de la historia se ha afirmado que los cardenales son los ‘príncipes de la Iglesia’. Con el Papa Francisco, este título parece anacrónico.
En realidad, corresponde a otras épocas de la Iglesia ya superadas –gracias a Dios–, porque el Concilio Vaticano II dio paso a otro estilo. Antes, la misma presentación del Pontífice respondía al prototipo de un rey, de un emperador, entonces se consideraba que los cardenales eran los príncipes, y uno de ellos en algún momento sería el heredero. Podríamos decir que, de cierto modo, en aquellos tiempos la realeza social de Europa y de otros países fue permeando el estilo de ser Iglesia, y así se vivió durante muchos siglos. No se trata de juzgar, porque eso correspondió a un contexto histórico específico, pero después del Concilio Vaticano II, con Juan XXIII, con Pablo VI, y ahora, de manera particular, con el Papa Francisco, el primer Papa latinoamericano, se ha dado un gran giro, un cambio muy significativo, porque los papas ya no usan la tiara –Pablo VI la entregó–, sino que usan una mitra sencilla, si pensamos solamente en los ornamentos y su simbología.
Pero también es cierto que ha cambiado la concepción de la propia misión: ya el cardenal no está llamado a ser un príncipe, sino que está llamado a hacer lo que Jesucristo dijo a los discípulos: “el que quiera ser el primero, será el servidor de todos”. Por lo tanto, creo que ahí tenemos la clave de la nueva figura de los cardenales de nuestro tiempo como servidores del pueblo de Dios y, desde la Iglesia, servidores de la humanidad.
- ¿Cuál sería la mejor forma de referirse a los cardenales?
Yo creo que los cardenales estamos hechos de la misma materia prima de los laicos, de la vida consagrada, de nuestras familias, de los presbíteros, de los diáconos permanentes. Por lo tanto, términos como “eminencia” o “excelencia”, me parecen exagerados. Son títulos que lo mejor es que desaparezcan. Ojalá fuéramos excelentes, ojalá fuéramos eminentes, pero a la luz del Evangelio e incluso mirando la simbología de la indumentaria del cardenal y el color rojo, lo que allí se expresa es la sangre del martirio, y no todos los martirios son muertes violentas, muchas veces es el martirio silencioso de todos los días, de la coherencia de vida, de la lucha con los propios pecados, los de la Iglesia y los pecados sociales. Por lo tanto, se trata de una entrega martirial de testimonio, porque no puedo contentarme diciendo que ya he superado mis pecados. No, debo seguir dando testimonio según la madurez de mi etapa de vida.
En lo personal, me gusta que me llamen como lo hacen algunos sacerdotes desde que un párroco italiano, misionero de la Consolata, una vez me llevó a visitar algunas veredas en el Cauca, y en todo el camino me decía: “padre obispo”. Al principio se me hizo extraño, pero luego sentí que es la forma más correcta, porque me recuerda la misión que me fue confiada.
- Usted es el undécimo cardenal en la historia de nuestro país. ¿Cómo quiere ser reconocido y recordado?
Estoy convencido de que la evangelización ha jalonado la historia y la cultura de Colombia: en el campo de la salud como de la educación, los procesos de paz, e incluso en el desarrollo humano, porque muchas cooperativas, los bancos de alimentos o iniciativas de formación como Sutatenza, han sido apuestas de humanización y de crecimiento cultural lideradas por la Iglesia, de modo que la evangelización ha contribuido al tejido histórico de nuestro país de una manera integral, profunda y permanente. Entonces quisiera ser recordado como un evangelizador, porque creo que desde ahí puedo aportar al desarrollo integral de nuestro país y a sus grandes desafíos y problemáticas. Lo central en mi vida es evangelizar, soy una persona que goza y disfruta compartiendo la misión con el pueblo de Dios, saliendo a su encuentro.
- ¿Así como cuando recorre las calles del centro de Bogotá, visita barrios periféricos o se desplaza a las regiones con la Presidencia del episcopado?
Con monseñor Omar Alberto Sánchez, Arzobispo de Popayán, y con monseñor Luis Manuel Alí Herrera, secretario general, vamos a las regiones como equipo de Presidencia de la Conferencia Episcopal. Allí conversamos con los hermanos obispos, ellos preparan un programa para compartir con líderes sociales, los catequistas, las personas de la academia, del comercio, con los militares y también hemos podido tender puentes con los grupos alzados en armas.
Eso nos permite dialogar con todos de una manera profunda, sincera y efectiva, siempre desde el amor, y el amor quita cualquier barrera de odio, resentimiento o calificación excluyente, para acoger, abrazar y sentir al otro sin indiferencia, como alguien que de verdad nos interesa.
- El amor ha estado también presente en su lema episcopal.
Sí, se trata de una frase de Jesús en el evangelio de San Juan, en el capítulo nueve, versículo 15: “permanezcan en mi amor”. Y hay una razón. Jesús dice que el mandamiento central es el amor y él nos amó hasta el extremo, dio su vida en la cruz, les lavó los pies a los discípulos como expresión de amor, atendió a los enfermos, no rechazó a la pecadora, se acercó a los leprosos, en resumen, siempre estuvo cerca y atento a todas las realidades humanas. Así es el amor del hijo de Dios, y por eso para mí siempre ha sido frase inspiradora, porque significa yo no soy la fuente del amor, sino que, si permanezco en el amor de Jesús, si me dejo amar por él, puedo amar a los demás como sacerdote y miembro de la Iglesia.
- Ahora, como cardenal, entre los símbolos que expresan el sentido de su vocación también se encuentra el blasón.
Así es. Se ha tomado como referencia el escudo episcopal de Montelíbano, que fue mi primera diócesis. En el blasón se aprecia un racimo de uvas y una estrella, que representa a María, estrella de la evangelización. La vid y los sarmientos hacen alusión al lema personal que se lee en la divisa: “permanezcan en mi amor”. La vid está unida al tronco para poder dar fruto. De la eucaristía también brotan la vida y la misión de la Iglesia. Todo el fondo es rojo, muy parecido al escudo de Pablo VI cuando fue elegido como cardenal. Es un fondo austero, sencillo, sin adornos, y con una cruz que lo atraviesa todo.
- ¿Pablo VI ha sido un referente en su misión evangelizadora?
Sí, por muchas razones. Menciono solo una. Cuando yo nací, en el año 1962, el papa era Juan XXIII. Pero muere mientras lideraba el Concilio Vaticano II, y en el cónclave se elige a Giovanni Battista Montini, quien asume el nombre de Pablo VI. Él había podido decir: “dejo ahí el Concilio, eso no lo empecé yo y, por tanto, no me corresponde terminarlo”. Sin embargo, superó ese error que tenemos algunos seres humanos de creer que solo lo que nosotros comenzamos debemos llevarlo a feliz término. Por el contrario, se dio cuenta que el Concilio era obra del Espíritu Santo, y no solo lo continuó y lo concluyó, sino que luego se dio a la tarea de su implementación. Con Pablo VI emerge la evangelización del posconcilio. Por lo tanto, para mí es y siempre será un referente.
- ¿Cómo ha sido su relación con el Papa Francisco?
Lo conocí en el año 2015. Fui a un retiro espiritual a Roma y él nos dio una charla. Después nos encontramos en la sacristía y yo me presenté. Hablamos un buen rato sobre la evangelización y la paz del país. También nos reímos, porque él no pierde la oportunidad de hacer alguna broma. Mantiene el buen humor, es muy humano, fraterno y cercano.
Después tuve la oportunidad de acompañarlo en su visita a Colombia, en 2017, escuchándolo en sus predicaciones y recorriendo el país con él. Luego, cuando me nombró arzobispo de Popayán, pudimos hablar un poco más. En esa oportunidad le recibí el palio. Cuando me nombró arzobispo de Bogotá me envió el palio porque estábamos en pandemia y no era posible ir a Roma. Pero después tuvimos la visita ad limina, este año, aunque antes tuvimos dos encuentros más con la Presidencia de la Conferencia Episcopal. Él conoce y ama a Colombia, hablamos el mismo idioma –español–, y eso ha facilitado que tengamos diálogos profundos.
- ¿Cuál de las enseñanzas del Papa Francisco le parece particularmente significativa con relación al tipo de cardenales que él espera y que necesita la Iglesia?
Hay varias. A mí me gusta mucho una que se encuentra en Evangelium Gaudim, esa magnífica exhortación en la que nos invita a una Iglesia de salida. Allí dice que prefiere una Iglesia que se equivoca, una Iglesia que resulta herida por salir a evangelizar, antes que una Iglesia que se enferma por estar encerrada. A mí eso siempre me ha inspirado. Lo ha dicho también de otra manera: la Iglesia no puede ser autorreferencial, la Iglesia está para entregarse. Una de las cosas que le he aprendido al Papa Francisco es a no ser exageradamente prudente en la evangelización, sino a mirar a Jesús en el Evangelio y tratar de asumir sus actitudes: ¿qué haría Jesús en mi lugar? Además, me gusta mucho que el Papa habla permanentemente de la “cultura del encuentro”. Sin el encuentro es difícil que uno pueda vivir una relación profunda con alguien, y la evangelización tiene el trasfondo del encuentro.
Cardenales de Colombia
Crisanto Luque (1953)
Luis Concha Córdoba (1961)
Aníbal Muñoz Duque (1973)
Alfonso López Trujillo (1983)
Mario Revollo Bravo (1988)
Darío Castrillón Hoyos (1998)
Pedro Rubiano Sáenz (2001) **
Rubén Salazar Gómez (2012) **
José de Jesús Pimiento (2015)
Jorge Enrique Jiménez (2022) **
Luis José Rueda Aparicio (2023)***
** Aún viven
*** Elector en un eventual cónclave, por no alcanzar los 80 años de edad.
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*Doctor en comunicación social. Consultor del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano.
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