SEMANA habló con el arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, sobre los actos vandálicos. Alerta sobre un problema cultural y ético en el país.
Luis Rueda: Que la racionalidad está por encima de la violencia, que el derecho a la protesta ciudadana está consignado en la Constitución misma y en la manera como se ha manifestado la Corte Suprema de Justicia y que la Iglesia respeta siempre y cuando no se exceda el límite de los derechos que tiene la ciudadanía, de los que no están protestando. Por lo tanto, es la ocasión para invitar a que les demos una altura, madurez y mayor capacidad civil y racional a las manifestaciones, de tal manera que sea un derecho que se pueda ejercer respetando a los demás.
SEMANA: Pero cada vez que hacen protestas en el centro de Bogotá hay que tapar las fachadas de la Catedral, del Congreso, del Palacio de Justicia y de la Alcaldía. ¿Estamos ante un problema cultural de unos pocos?
L. R.: Yo creo que cultural y ético porque no valoramos lo que se tiene, lo que es historia y que en otros países valoran tanto.
Es curioso que en otros lugares quieran cuidar estos sitios y nosotros busquemos destruir los valores culturales que tanto aprecian los que visitan a Bogotá. En lo ético tenemos un vacío porque la ética social nos lleva a dirimir los conflictos racionalmente, a manifestar las inconformidades, pero con argumentos, tranquilidad, sin destruir al otro y sin destruir los bienes que son de toda la ciudadanía y de la Iglesia católica.
SEMANA: ¿Cómo interpretan lo que ocurrió?
L. R.: Hemos perdido las dimensiones del respeto de los seres humanos y de los valores porque así como se atenta contra la puerta de la Catedral, se atenta contra la Iglesia viva que son los seres humanos. Esto es consecuencia de un deterioro en la conciencia de los colombianos y que nos hemos acostumbrado a que las soluciones en los barrios y regiones del país tienen que llevar unas características destructivas de los bienes, de los valores y de los seres humanos. Colombia tiene una historia de muerte, de agresión, de desaparición, de secuestro y es una consecuencia del deterioro de la conciencia social que tenemos.
SEMANA: ¿El problema radica en que no hay respeto por los demás?
L. R.: Sí, así es y se mezcla con otros factores, la violencia colombiana que está anidada en la forma de pensar, de hablar, de relacionarnos con los demás desde el seno de la familia, está expresando que hay una multiforme manifestación de hechos que nos llevan a pensar hasta qué punto la vida humana está siendo valorada o infravalorada. Yo creo que en eso tiene mucho que ver todo el problema de la cultura mafiosa, de la cultura narcotraficante, del deterioro también en la educación pública, en poner en el centro la fraternidad, la capacidad de encuentro, esa cultura del encuentro de la que nos habla tanto el papa Francisco. Nos estamos mirando de manera individual y con el recelo de que todos los demás son enemigos, por lo tanto hay que destruirlos y que en la medida en que destruyamos al otro, somos capaces de reinar nosotros, creo que ese es un camino equivocado, y nefasto que nos lleva a una situación fratricida entre colombianos.
SEMANA: ¿No es irónico que la Iglesia ayude a la construcción de paz y sea víctima de actos de violencia?
L. R.: Creo que eso tiene que ver con que la institución o la persona que defienda, ciertos valores están siendo estigmatizadas y creen que hay que eliminarlas. Eso está sucediendo con la familia, en los ambientes académicos y creo que tendríamos que mirarnos nuevamente como colombianos, entender que somos distintos, pero que nos necesitamos unos a otros. En Colombia no sobra nadie, nos necesitamos todos para construir la verdadera historia, el verdadero país que queremos para las futuras generaciones.
SEMANA: ¿Perdona a las mujeres que intentaron agredir y violentar la casa del Señor?
L.R.: Yo creo que tengo que elaborar interiormente ese proceso de perdón, es prematuro para que yo de una vez diga anticipadamente estoy perdonando, yo creo que en nombre de todos los católicos que estamos llamados al perdón, a la reconciliación, pero que esos son caminos y son procesos que tienen que llevar una dosis de justicia, que deben llevar una dosis de enmienda, de encuentro con las personas que cometen estos actos, por lo tanto yo creo que nosotros sí estaríamos dispuestos y estamos dispuestos siempre al camino del perdón porque hemos recibido el perdón en nuestra vida, porque hemos recibido la bondad de Dios con nosotros y su misericordia y somos instrumentos de ese perdón y creemos que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, que se convierta y se integre, que cambie, que se renueve, por lo tanto estamos dispuestos al perdón, pero eso es una elaboración que necesita los diálogos, los rostros, los encuentros, la escucha necesaria y eso generará que haya un perdón, no solamente de labios, sino de corazón y de actitudes.
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