En medio de tantas normas se ha perdido lo esencial: el amor
El señor arzobispo Luis José Rueda, en su homilía dominical, nos deja estas reflexiones:
- La plenitud de la vida cristiana, suya y mía, de la Iglesia Universal, tiene una gran misión: amar a Dios y amar al prójimo.
- Quien dice que ama a Dios, pero no es capaz de amar al que está cerca es un mentiroso.
- el papa Francisco dice en Fratelli Tutti que el amor a los hermanos debe ser sin fronteras, por eso hay que amar al prójimo, al huérfano a la viuda… en el pueblo de Israel el forastero, el huérfano y la viuda eran los que menos derechos tenían, eran los más vulnerables y a ellos se les manda amar.
El amor a Dios y el amor al prójimo hacen parte de una misma realidad; no son dos cosas separadas sino que hacen parte de la misma medalla. Es una medalla con dos caras: el amor de Dios va unido íntimamente con el amor al prójimo.
Puede haber entonces mentirosos espirituales, mentirosos que dicen amar a Dios, pero que no soportan al que vive al lado. Si no amamos al que vemos ¿cómo vamos a amar al que al Dios que no vemos? el rostro del otro es el camino, es la puerta de entrada para llegar al corazón de Dios.
El amor se convierte en una práctica que lleva a humanizar la economía. No se podrá abusar del extranjero ni a prestar con usura.
La gran misión es ser instrumentos del amor de Dios amando al prójimo, como nos amamos nosotros mismos, esa es la gran diferencia, hay que amar a Dios a través del amor a los hermanos.
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