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La estrella que sí fue

14 de diciembre de 2020
estrella de Belén
Imagen:
Ondacero
La misteriosa estrella que guio a los magos, según Mateo, es un fenómeno astronómico que tiene lugar cada cierto tiempo, el próximo 21 de diciembre lo veremos de nuevo

Ya está apareciendo en las noticias de diversos diarios y portales del mundo: el próximo 21 de diciembre tendrá lugar un verdadero espectáculo astronómico

Este fenómeno astronómico ha sido el "candidato favorito" para explicar un elemento importante de la versión de Mateo sobre el nacimiento y primeros años de Jesús: la misteriosa estrella divisada por los magos de Oriente

"La opinión de los expertos más importantes del mundo, en cambio, es que los relatos del nacimiento de Jesús –con excepción de unos pocos datos– no contienen elementos históricos"

Ya está apareciendo en las noticias de diversos diarios y portales del mundo: el próximo 21 de diciembre tendrá lugar un verdadero espectáculo astronómico. Se trata de la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno, es decir, la alineación más cercana entre ambos cuerpos celestes. Es un fenómeno que se repite cada 20 años, pero el que tendrá lugar este año estará marcado por características que lo hacen especial. Según las diversas informaciones de los expertos, algo semejante no se verificaba desde el siglo XVII.

Este fenómeno astronómico ha sido el “candidato favorito” para explicar un elemento importante de la versión de Mateo sobre el nacimiento y primeros años de Jesús: la misteriosa estrella divisada por los magos de Oriente. Según el relato del evangelista, ellos ven el surgimiento de una estrella y se ponen en camino hacia la tierra de Israel. Llegados a Jerusalén y luego de despedirse del tirano rey Herodes, la estrella entra nuevamente en escena y los guía directamente hasta el lugar donde se encontraba el niño (¡no el recién nacido!). Cumplido su cometido, desaparece sin dejar rastros.

 

A lo largo de la historia, esta estrella del relato de Mateo ha sido explicada, además, en relación con otros fenómenos astronómicos: un cometa o una supernova o la ya mencionada conjunción de los planetas.

Aunque a lo largo de la historia también se haya propuesto la identificación de la estrella mateana con un cometa o con una supernova, el hecho de que el fenómeno de la conjunción planetaria esté documentado en los años cercanos al nacimiento de Jesús le ha dado un lugar especial. Ello ha permitido concluir a algunos que con esta explicación se ha “develado” el misterio: la estrella del relato de Mateo habría sido una conjunción de los plantes Júpiter y Saturno que, en aquella fecha, estuvo acompañada también por el planeta Marte. “¡La Biblia tenía razón!”. Algo análogo a la pretensión de salvar la historicidad del relato del cruce del mar de las cañas “a pie enjuto” arguyendo que entonces la marea estaba baja.

Incluso en un best-seller de hace algunos años, esta explicación se presenta prácticamente como un hecho cierto. La estrella de Belén habría sido, sin más, la conjunción de estos planetas. Pero hay más: de esta “verdad fáctica” se concluye también que “el cosmos habla de Cristo”. El lenguaje de la creación está al servicio de la evangelización.

Esta última explicación nos conduciría hoy a un problema: si en aquellos años el cosmos habló del nacimiento de Cristo, ¿de quién habla el cosmos ahora, en esta nueva conjunción de los mismos planetas? ¿Ese fenómeno natural, cíclico, está “revelando” algo o a alguien? Obviamente ésta es una pregunta totalmente superficial. Pero sería la consecuencia lógica de atribuirle, desde esta interpretación bíblica concordista, un carácter revelador al fenómeno del siglo I a.C.

Las explicaciones de este tipo reflejan un modo de interpretación bíblica ciertamente extendido en muchos ambientes, pero hoy superado felizmente en la ciencia bíblica: la interpretación literal de los textos. No es infrecuente encontrar interpretaciones “exegéticas” que afirman que en los relatos de Mateo y de Lucas nos encontramos con “historia realmente sucedida”. Se “acepta”, en teoría, que en ellos hay elaboración teológica, pero en la práctica se interpreta en que detrás de ella hay hechos ocurridos tal y como se los presenta: Jesús nació en Belén, fue recostado verdaderamente en un pesebre, acudieron pastores de carne y hueso a su encuentro y lo visitaron unos magos guiados por una estrella real. Los elementos sobrenaturales son tan “objetivos” como la caída del muro de Berlín.

En el caso concreto de los relatos del nacimiento de Jesús, los diversos elementos de las dos versiones se amalgaman y se los funde en una “única historia”: la estrella aparece sobre el pesebre. Todo tiene que haber sucedido tal y como se narra, porque “los evangelistas no quieren engañar”. En este tipo de interpretación, las irreconciliables divergencias entre las dos versiones del nacimiento de Jesús se pasan elegantemente por alto. La búsqueda de armonización –propia de los textos apócrifos– es aquí inevitable.

La opinión de los expertos más importantes del mundo, en cambio, es que los relatos del nacimiento de Jesús –con excepción de unos pocos datos– no contienen elementos históricos. La crítica bíblica contemporánea no avala la hipótesis tradicional según la cual los relatos de Mateo y de Lucas se habrían originado a partir de “recuerdos de familia” o “recuerdos de María” trasmitidos a los apóstoles. Luego de un análisis exegético exhaustivo se llega a una conclusión clara: si quitáramos los nombres de Jesús, María y José, las dos versiones contienen tantas diferencias entre sí que parecerían los relatos del nacimiento de dos personas distintas.

En los ámbitos exegéticos científicos, hoy se sabe que los textos del nacimiento de Jesús son cronológicamente tardíos y surgidos con una intención teológica relacionada con el desarrollo de la cristología. Inicialmente no hubo interés en conocer datos sobre su nacimiento.

La riqueza de estos textos no está en la información histórica. De allí que no debamos “bautizar” como “estrella de Belén” al fenómeno espectacular que veremos el 21 de diciembre. La estrella que, según el relato de Mateo, condujo a los magos hasta la casa (¡no hasta el pesebre!) donde se encontraba el niño, no es una expresión del “lenguaje del cosmos”, sino un motivo literario conocido en la antigüedad y usado al servicio de la teología del evangelista. Con ello ha demostrado una destreza teológico-literaria casi tan espectacular como el fenómeno astronómico que nos dispondremos a contemplar.

 

Fuente:
Religión Digital
Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones
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