Según datos del DANE, citados por el diario El Tiempo en artículo del 6 de junio (“La fe como motor del crecimiento económico”), más de 5000 instituciones están generando hoy 260.000 empleos formales en Colombia y conforman el 4,4% del valor agregado de la economía, más que la TIC (3,8%) y la economía naranja (2,8%). Estos datos son muy dicientes acerca de la extensión de la actividad religiosa institucional a lo largo y ancho de Colombia. Incluye parroquias, diócesis, instituciones educativas, fundaciones, santuarios y todo lo que ofrece la actividad de origen espiritual para la población.
Como es de suponerse, la gran mayoría de este sector corresponde a lo que realiza la Iglesia católica y es motivo de satisfacción constatar a través de un observador externo –el DANE- la amplitud de la obra y el enorme número de personas que se benefician diariamente de su accionar en cumplimiento de su misión evangelizadora.
Al mismo tiempo, estas dimensiones recalcan la responsabilidad tan grande que reposa sobre la misma Iglesia, clero y laicos, para que lo construido se conserve bien, crezca y pueda beneficiar, cada vez, a un mayor número de personas. También, estas cifras importantes reflejan un hecho y es que, como lo anotaba recientemente el vicario Solórzano Solórzano, la Iglesia nunca se detiene y en ella cada día surgen nuevas iniciativas que ocupan y atienden a muchas personas.
También, sirven estos datos para que en la misma Iglesia se crezca en la conciencia de varios aspectos. El primero de ellos, el deber de la buena administración de los bienes que sirven de diversa manera al cumplimiento de la misión. Desde la parroquia más humilde hasta la universidad más grande y encopetada tienen el deber de ganarse el título de buenos administradores como lo enseña el Evangelio.
Experiencias recientes y otras ya lejanas en sentido contrario enseñan que nunca es suficiente todo el rigor, cuidado y control que se ejerza sobre los bienes de las instituciones de orden espiritual y que incluyen el dinero, los inmuebles, terrenos, inversiones, etc. El segundo, el nivel salarial de quienes colaboran en las instituciones de orden religioso o espiritual. Con toda seguridad, hoy en día es posible mejorar este aspecto en algunos sectores de lo religioso, aunque no en todos. Nunca debe faltar el sentido de justicia en estas relaciones laborales.
Finalmente, bien vale la pena que en todo el sector religioso de Colombia se crezca en la conciencia de lo valiosa que es su presencia y su tarea y, al mismo tiempo, de la necesidad de vivir actualizados en los diversos campos de la misión para que se pueda seguir sirviendo a la sociedad con todas las herramientas necesarias.
Todos los bienes de la Iglesia han de estar siempre al servicio de las personas, como los datos demuestran que está sucediendo y es motivo de satisfacción y alegría.
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