Por unas acciones esperanzadoras
El Papa Francisco ha inaugurado en Roma, solemnemente, el Año Jubilar de la Esperanza. Y lo ha hecho inspirado en la afirmación de san Pablo en la carta a los romanos, según la cual “la esperanza no defrauda” (5,5). Recoge el Santo Padre un anhelo creciente de la humanidad entera, o al menos de la mayoría, en el sentido de volver a encontrar los motivos que le den esperanza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente a los más frágiles, marginados, pobres y desplazados física y espiritualmente.
El mundo actual se mueve en medio de una gran paradoja: tiene más recursos y avances científicos y materiales que cualquier otra época de la humanidad, pero, al mismo tiempo, se descubre supremamente frágil, como al borde del abismo y de algún modo como perdido en el universo. En medio de esta realidad, la Iglesia se propone sembrar y hacer crecer la esperanza, como virtud teologal, es decir, que Dios da a los que esperan en Él.
En la Bula a través de la cual el Papa Francisco convoca a la celebración del Año Jubilar, hay orientaciones muy concretas para que se realicen acciones que posibiliten el surgimiento o crecimiento de signos esperanzadores. Como es propio de los años jubilares, el Santo Padre retoma la propuesta de ofrecer la indulgencia a los creyentes. Es importante y necesario este ofrecimiento. Los seres humanos nunca deben olvidar que siempre están necesitados de la misericordia de Dios y que todos los medios que se les ofrezcan para lucrarla deben ser bien aprovechados.
En este contexto, la Iglesia y sus pastores deben dar especial realce al ejercicio del sacramento de la reconciliación. Es una gran necesidad tanto de las personas como de las comunidades. El Año Jubilar ofrece a los sacerdotes una ocasión inmejorable para ahondar su entrega ministerial dedicándose de lleno a este bello oficio de reconciliar a los hombres con Dios y entre sí.
El Santo Padre también propone en la Bula de convocación el dedicar especial atención a las personas que están en condiciones más difíciles por cualquier motivo. Cita a los privados de la libertad, a los pobres, a los migrantes, a los enfermos. Recuerda a los jóvenes y a los ancianos.
Para la Iglesia, este año especial se constituye en un reto que la invita, no solo a incrementar su misión con estos grupos poblacionales, sino a ser creativa para ver de qué manera se logra llegar con el Evangelio de Jesucristo en estos contextos no siempre fáciles, pero en los cuales, una vez se logra abrir una puerta, quedan faltando manos y bocas para llevar la caridad y la voz de Cristo a todos los necesitados. De nuevo se siente en el fondo del mensaje del Papa Francisco la urgencia de constituir cada vez más una Iglesia en salida, un hospital de campaña, un cuerpo que se arriesga a ser herido en su misión.
En el contexto de una Iglesia sinodal, el Año Santo será más fructífero si todos los bautizado se involucran en este tiempo de gracia. Primero atendiendo la propia situación personal, es decir, situándose cada bautizado ante Dios y examinando de cuánta misericordia está necesitado para buscarla con todas las fuerzas posibles en los medios que la Iglesia hora ofrece. Segundo, uniéndose los bautizados para llevar, como pueblo santo y comunidad creyente, los dones espirituales y materiales a quienes más los están necesitando. Es deseable que cada parroquia, cada congregación religiosa, cada movimiento apostólico, se trace unas metas y acciones concretas para que este año de júbilo resulte ser, en verdad, el momento en que muchas personas vieron surgir o brillar de nuevo en sus vidas la esperanza y una esperanza realmente venida de Dios gracias a la acción de quienes conforman la Iglesia de Dios.
En el Año Jubilar de la Misericordia la Iglesia encuentra todo un plan de acción y de revitalización de su misión. Esperemos que sea bien aprovechado por los sembradores de esperanza y por quienes se alimentarán de sus frutos.
Fuente Disminuir
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