‘Esta herida llena de peces’
Quizá no sea yo el único que a veces sienta que la literatura colombiana se hunde en los clichés, en las tendencias que muchas veces vienen marcadas por las casas editoriales con más influencia. Por eso, encontrarse con un libro que, personalmente, considero auténtico, leal y cuidado, es un descanso y una promesa de cuanto viene.
Lorena Salazar Masso, una joven paisa, nos propone un viaje por el Atrato chocoano, lleno de rumores esenciales; gestos cargados de esa cotidianidad, que se percibe solo hasta que otro nos la relata; nombres de cosas, frutas, fronteras y personas.
Es una historia singular: una mujer blanca, madre adoptiva de un niño negro, emprende el viaje que quizá la deje sola: debe llevar al niño a su madre, -es decir, la biológica, la negra- que después de años desentendida, quiere verlo. La perspectiva de la soledad, distinta de la de antes porque ahora ama, es la tensión de casi todos los discursos y soliloquios de la madre asustada.
La historia va creciendo, se va animando a medida que se adentra en lo apartado y se entonan los cantos típicos. El dilema de la madre, el único que podía temerse, era la separación de esto que ya había unido el tiempo, el que el niño prefiriera a su madre negra, y en últimas, el abandono. Toda la narración, entre auras diáfanas, está rodeada de adversidad, de amenazas sutiles que, en el fondo, son las mismas en las que se ve envuelto nuestro país.
A veces parece descaradamente evidente cómo nos hemos acostumbrado a esa incomodidad, a ese miedo fino y luego explosivo, a esa indignación impotente, al desaliento final. Salazar lleva a un niño, liviano e ingenuo de cuanto lo rodea, al corazón de la guerra, y lo consagra como semilla. Al niñito, al hijo, todo lo amenaza y de todo tiene que ser defendido.
Adentrarse en esta novela -seguramente llena de méritos que yo todavía no alcanzo a disfrutar- es como ir descendiendo al corazón de la tierra sufrida. Es curioso, y si se quiere, triste, que tengamos que ser introducidos en este olvido del que son víctimas tantas personas.
En las páginas que Salazar nos regala no sólo se lleva el ritmo de las cavilaciones de una madre celosa: se relata, y sólo como ejemplo, a ese Chocó tan desatendido, esa geografía tan minada, a esa plaza de bandos, a esta tierra siempre tan entre fronteras.
La verdad hay que decirla: Esta herida incomoda, y es que, en pleno siglo de lo confortable, en medio de la casa apacible y dispuesta para la lectura, estalla una bomba amarilla. No se trata de que Salazar traiga el conflicto que aturde las vidas de cientos de familias en tantas zonas del territorio colombiano. Su mérito, al menos eso creo, está en contar con nuestra desatención inicial, crear empatía y abrirnos el panorama, para luego largarnos en esa tierra surcada por venas, ríos por los que nos desangramos. No es que nos traiga, es que nos lleva y nos deja.
Desde hace un tiempo, en el ambiente eclesial se habla de ser una Iglesia en salida. Como todo, corre el peligro de ser un mero logo y caer en la ineficacia. Para salir, hay que sentir, sacudirnos de cierto entumecimiento que esclerotiza a la comunidad. Es decir, es difícil estar en salida si no somos empáticos, si nos abandona la caridad y la remplazamos por la eficacia social, si dejamos de sentir lo que el otro siente.
Esta Herida Llena de Peces, es, a mi modo de ver, una obra hermosa, llena de delicados detalles, de piedad y respeto por la vida humana. No se trata de que su joven autora “prometa”, como si solo miráramos a lo que aún no nos da. Es más bien que ya nos ha dado una perla, pero si nos regala más…
Fuente Disminuir
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