A la hora del Ángelus, el Papa reflexionó sobre el Evangelio del día que presenta la parábola del fariseo y del publicano del evangelista Lucas. El primero exalta sus méritos, mientras el segundo se presenta ante Dios tal como es, pidiendo perdón. “Hagamos lo mismo” exhortó el Pontífice. “Así podrá crecer, en nosotros y a nuestro alrededor, su Reino”.
No es ostentando nuestros méritos como nos salvamos, ni ocultando nuestros errores, sino presentándonos honestamente, tal como somos, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, pidiendo perdón y confiando en la gracia del Señor.
Es la indicación del Papa León XIV en su alocución previa a la oración del Ángelus del domingo 26 de octubre. Reflexionando sobre el pasaje evangélico de la liturgia del día, que presenta a dos personajes, un fariseo y un publicano, el Pontífice resaltó que el primero “se jacta de una larga lista de méritos” y por eso “se siente mejor que los demás, a quienes juzga con desprecio”. Con actitud presuntuosa, “denota una observancia exacta de la Ley, sí, pero pobre en amor”, “carente de misericordia”.
El publicano también está rezando, pero de manera muy diferente. “Tiene mucho por qué pedir perdón”, afirmó León XIV. Es un recaudador de impuestos al servicio del imperio romano que trabaja con un contrato público, el cual le permite especular con los ingresos en detrimento de sus propios compatriotas. Sin embargo – explicó el Obispo de Roma - al final de la parábola, Jesús nos dice que, de los dos, es precisamente él quien vuelve a casa “justificado”, es decir, perdonado y renovado por el encuentro con Dios. Y esto sucede, precisa el Papa, porque “el publicano tiene el valor y la humildad de presentarse ante Dios. No se encierra en su mundo, no se resigna al mal que ha hecho”.
El Pontífice citó a continuación a san Agustín quien, al comentar este episodio, “compara al fariseo con un enfermo que, por vergüenza y orgullo, oculta sus llagas al médico”. En cambio, el publicano “con humildad y sabiduría, muestra al médico sus heridas, por muy feas que sean, y le pide ayuda”.
El Santo Padre invitó entonces a imitar la actitud del publicano:
Queridos hermanos y hermanas, hagamos lo mismo. No tengamos miedo de reconocer nuestros errores, de ponerlos al descubierto asumiendo nuestra responsabilidad y confiándolos a la misericordia de Dios. Así podrá crecer, en nosotros y a nuestro alrededor, su Reino, que no pertenece a los soberbios, sino a los humildes, y que se cultiva, en la oración y en la vida, a través de la honestidad, el perdón y la gratitud.
Al concluir su aloción, León XIV se dirigió a María, “modelo de santidad”, para que “nos ayude a crecer en estas virtudes”.
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