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¡Gracias por el corazón abierto, por la mano que bendice, por el oído presto, por la palabra que consuela!

3 de agosto de 2018
¡Gracias por el corazón abierto, por la mano que bendice, por el oído presto, por la palabra que consuela!

A san Juan María Vianney lo tenemos por modelo y patrón de los párrocos; dedicó su vida al ministerio parroquial con verdadero ardor, siempre dedicado al servicio…

Este hombre Santo llevó una vida de gran profundidad interior y austeridad. Tuvo gran voluntad para superar las innumerables pruebas que se le presentaron en su vida, algunas particularmente difíciles. Supo vencer la pobreza, la falta de educación y la desconfianza de muchas personas.

El cura de Ars fue un sacerdote lleno de sentido pastoral, organizador y buen consejero espiritual. Sus fuentes eran el amor y la oración.

Su abnegada entrega al sacramento de la reconciliación, destacando a sus fieles la bondad y el perdón de Dios. Así despertaba en ellos el deseo de arrepentirse de sus faltas. Siempre estuvo dispuesto a confesar.

La Eucaristía, sin lugar a dudas, era el aspecto central de su ministerio sacerdotal, la celebraba con gran piedad y gozo. Además, tenía una actitud especial ante Jesús sacramentado y enseñaba a los fieles cómo se debe adorar a Dios.

El ministerio de la Palabra el cual nunca descuidó. Con valentía denunciaba el mal, pero prefería presentar la cara más atractiva de la virtud que la fealdad del vicio y lograr así la conversión de sus feligreses. La catequesis fue también tarea privilegiada en su vida.

La oración fue lo fundamental en su vida, lo más eficiente de su trabajo, la alabanza al Dios Bueno y Creador, la confianza en el Padre de misericordia, la oración silenciosa ante el sagrario, la petición solemne y tranquila, todo eso unido a una vida de pobreza, austeridad y obediencia a su obispo, lo hace un hombre realmente Santo.

Como muestra de su fecundidad apostólica, se puede decir que cuando llegó a su parroquia había solamente 230 personas, y que un año antes de morir lo visitaron alrededor de 85.000 fieles. Sus feligreses, sin duda, lo amaron e impidieron que se fuera del pueblo para dedicarse, como era su anhelo, a la vida religiosa y a la contemplación.

 

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