En Navidad se respira ambiente de alegría, paz y perdón.

Es evidente que estas manifestaciones colectivas se avivan en la época de la luz, cuando estamos dispuestos a recibir a Jesús recordando su nacimiento.

La caridad es una virtud que brota de un corazón sensible a las necesidades del prójimo; la caridad nos solidariza con el sufrimiento de los más necesitados y nos lleva a servirles con la entrega de nuestros talentos personales, del tiempo y de los bienes materiales. 

El perdón significa liberarse de todos los sentimientos o emociones negativas que nos perjudican. Perdonar es la acción de liberar nuestro cuerpo y alma del dolor, es sentirnos verdaderos hijos de Dios y adquirir la capacidad de ver en cada ser humano un hermano, al que ayudo, tiendo la mano y perdono.

La reconciliación con Dios trae consigo la reconciliación con otros y consigo mismo. El corazón humano vive con un constante anhelo de reconciliación, nostalgia por la paz y armonía y son estas fechas donde florece este deseo de reconciliarse con el Padre y rechazar todo camino de pecado y ruptura.

El amor es el motor que da sentido a la vida y el que le da un completo sentido a la Navidad, donde el fin es compartir con quienes amamos, con quienes necesitan de amor y aquellos que nos brindan amor.

Comencemos, pues, a prepararnos a recibir esta luz y comencemos desde ya a alimentarla para no dejarla apagar con un verdadero sentido de servicio y desprendimiento hacia los demás. Las iglesias no nos obligan a entregarlo todo, nos invitan compartir con los que menos tienen, viviendo tal y como el Señor nos enseñó amándonos a nosotros mismos por ser creados a su imagen y semejanza, amando al prójimo como a nosotros mismos, porque Dios es amor.