Una lectura teológica de la unidad y la comunión en el ámbito económico actual
La comunidad y la colecta, columnas transversales de lo social, de lo cultural, de lo político y de lo económico, a partir de la escucha, generan procesos de liberación,…
"La experiencia de la comunidad y la colecta, y la transición conceptual de lo mío a lo nuestro en el marco de la economía. Una lectura teológica de la unidad y la comunión a la luz de Hch2,42-47 y 2Cor8,1-15 en el ámbito económico actual".
Esta reflexión teológica que pretendo desarrollar parte del hecho de la comunidad y la colecta, como columnas transversales de lo social, de lo cultural, de lo político y de lo económico, que a partir de la escucha, generan procesos de liberación, encaminados a la estructuración de la identidad como elemento dinámico y conducente de la solidaridad, a través de la fraternidad.
Este hecho tiene como fin, hacer surgir la responsabilidad común y poder conducir, ajustado a la gracia de Dios, la dinámica histórica del pueblo de Dios transformando la historia de los poderosos, en historia de pobres en donde los valores de sometimiento y dominación son superados por los valores de la generosidad, pasando de lo mío a lo tuyo y de lo tuyo a lo nuestro, generando un proceso alterno de economía en donde el centro de ella no sea el mercado sino el ser humano en su sistematicidad e integridad.
Este proceso está enmarcado en la línea vertical de la trascendencia y la línea horizontal de la inmanencia, que conlleva a una metamorfosis de la situación socio-económica, refutando la exclusión con la inclusión, rescatando por tanto, el ideal de Pueblo de Dios, frente al ideal de “pueblo del mercado”.
Con la exclusión se desvaloriza el aspecto antropológico de la economía que tiene como causa, la desarticulación de los valores fundamentales humanos, convirtiendo las relaciones humanas en relaciones pragmáticas, poniendo el criterio de la verdad humana en relación a su eficacia y valor, lo cual, redunda en un utilitarismo como el nuevo principio moral de la economía.
Este principio desvaloriza el valor del trabajo junto con su núcleo que es la sociabilidad, manifestada en la comunidad, la cual permite la interacción entre las personas. Poniendo fin al núcleo de la sociabilidad en la economía, se avanza hacia una dinámica ficticia de la misma, sustentada en un medio financiero sin rostro, sujetando las decisiones de la vida a los parámetros del mercado, desfigurando el sentido de la solidaridad, propiciando el capitalismo salvaje, la avaricia y el egoísmo, sustentado en la enarbolacion de lo mío, del orden privado, de lo que satisface hedonistamente el “yo”, en orden al acaparamiento de unos pocos, sobre el todo social, sobre el “nosotros” común.
Cuando en la dinámica económica se suprime la compasión y la gratuidad, manifestada en el nosotros, se anula la característica de hermandad, de igualdad, convirtiendo la belleza de la creación que manifiesta esperanza al que la contempla, en algo oscuro, sombrío que oculta la luz de la verdad incubando, inyectando en la persona el miedo, la debilidad, la frustración y el sin sentido, globalizándose la indiferencia y el hedonismo, modificándose la verdad en relación a la lógica de mercado la cual es asumida, como la única tabla de salvación que proyecta la consecución “ordenada” del bien común, correspondiéndola únicamente a la producción de riqueza y no a la consecución de la justicia, propiciando desequilibrios en el orden socio-político.
Estos desequilibrios, más que generados por la lógica de mercado, son propiciados por el oscurecimiento de la razón y del corazón del hombre, amparado en la soberbia, el egoísmo y la autosuficiencia, donde no se necesita del otro para vivir y en donde la responsabilidad personal y social, la responsabilidad común, en donde cada uno se hace responsable del otro, porque poseen una imagen y semejanza común, pasan a un segundo plano cultural, primando la cultura economicista.
Cuando la responsabilidad personal y social pasan a un segundo plano, pasa a él, la pregunta de Dios “¿dónde está tu hermano?” que está relacionada con el “¿dónde estás?”. Cuando estas preguntas se contestan desde la negación, se promueve la inexistencia del otro, generándose un vacío en el dialogo generador de comunión, por tal motivo cuando en la economía se promueve no solo la exclusión, sino la inexistencia del otro, el bien común se convierte en una quimera utópica sin sentido, sin valor.
La comunidad y la colecta como proceso, reaviva la práctica de la gratuidad, del interés común, contraponiendo a la cultura individualista, la potencia de la solidaridad, es decir el nosotros, por medio del cual se reconoce el yo personal y el tú social, propiciado desde la familia como base de la sociedad, donde se adquieren los valores de acogida, de entrega y de renuncia que motivan los espacios intercomunicativos, entre individuos.
Estos espacios constituyen el tejido social, que de manera armónica, recepciona toda necesidad constituida por la exclusión, transformándola en inclusión alegre, surgida del dar, del recibir y del compartir como procesos de autenticidad humana, donde se refleja la dinámica de Dios en la dinámica del hombre.
Estos procesos manifiestan el ejemplo categórico de la generosidad por parte de Dios, quien levanta el ánimo de los hombres, sumergidos en la pobreza y cuya vida esta subvalorada y que para el sistema capitalista es “imposible” tener en cuenta, pues esto sería contraproducente al progreso del nuevo orden mundial en su búsqueda de capitalizar más y mejor el nivel financiero en contravención con las necesidades y derechos humanos.
Los procesos de autenticidad humana, que parten del reconocer la verdadera identidad como persona, tratando y aceptando al otro tal y como es, comprometiéndose en su progreso, llevado a cabo de manera diligente, se convierte en motor generador de bien común social propiciador del equilibrio bio-psico-social. Este proceso va en búsqueda de la igualdad y la equidad, transformando la historia, haciendo que los miembros, con nombre, de la comunidad humana y se hace énfasis en el “con nombre” por el hecho de que han adquirido conciencia, de que no son un elemento más del mercado, ejecutan su propia historia, tomando las riendas de la economía y dominándola, sin dejarse dominar por ella.
La dominación de la economía, situando como centro al hombre en toda su sistematicidad, en vez del mercado, se ejecuta con la ayuda de los elementos de la escucha, la contemplación, la obediencia, la acción y la liberación que otorga Hch 2,42-47 y 2Cor 8,1-15 y que son de tal manera interpretativos, argumentativos y propositivos, concibiendo una dinámica sustentadora del cuerpo social de la comunidad humana.
El elemento de la escucha contemplativa y obediente de los relatos metahistóricos que se evocan, constituye por sí, el primer paso para la constitución del grupo humano, con disposición de caminar juntos donde, ayudándose mutuamente, entretejen desde su situación social el elemento cultural- histórico que da carácter y forma, haciendo surgir una identidad propia que se vuelve colectiva forjando un clan que propiciatoriamente se convierte en pueblo definido.
Como respuesta al movimiento del nuevo orden mundial que pretende homogenizar la cultura, se presenta el hecho de rescatar el ambiente de la comunidad como lugar del relato, en donde se transmite de manera profunda y seria, el acontecer histórico, dando cuerpo y carácter a lo social, haciéndolo fuerte frente a las arremetidas del consumismo, que entre sus pretensiones se encuentra el desintegrar el ideal colectivo para configurar el homo oeconomicus, apoyado en el universo financiero, y que define como su único horizonte el acrecentar su capital de forma insaciable, dilapidando por tanto, el vislumbre de la gracia de Dios que lo llama una y otra vez a la gratuidad, a la generosidad y por ende a la solidaridad.
Este llamado a la solidaridad de Dios hacia el hombre, lo convoca a ser actor y partícipe de su propia historia, la historia del pueblo de Dios, de aquel pueblo confiado en su herencia, que es la justicia y la paz, manifestada en gran medida en la igualdad y la equidad, globalizando la solidaridad para dignificar y enaltecer la condición humana, en donde los derechos humanos, como eco del mandamiento de Dios, sean respetados y valorados.
La acción de la comunidad creyente es argumentada por los valores insignes del dar, recibir y compartir, estos son a su vez, reflejo de la dinámica de Dios en su interior, de un Padre que se da, de un Hijo que recibe y de un Espíritu que comparte, y que para hacerlo vivo y eficaz en medio del género humano se encarna, dejando atrás su condición divina y asumiendo con todos sus retos, la condición humana, que caída, que llena del fango del egoísmo, del hedonismo, del individualismo, del materialismo, es rescatada y regenerada desde la base del amor, un amor compasivo, comprometido, que propone, en empeñarse de manera creativa, mejorar las condiciones de vida, desde el horizonte claro de la trascendencia, en este sentido, de la eternidad.
Sólo en ella el hombre puede vislumbrar su pleno horizonte y desarrollar el relato transhistórico el cual, conmueve y llena de esperanza no solo a los excluidos, sino además a todos aquellos que absorbidos por el amor al poder, y no por el poder del amor, han perdido su identidad trascendente, constituyéndose en un elemento más del acelerado y enmarañado mundo capitalista, el cual trata de desbordar sus aguas y anegar todo cultivo de solidaridad, desde la especulación y la carestía.
La paradigmática experiencia de la comunidad y la colecta, presenta alternativas dinámicas encauzadoras de los valores de identidad y de fraternidad, en la solidaridad y que éstos, puestos en práctica, en el acontecer económico actual, otorgan elementos sustanciales para elaborar de manera sistémica una economía solidaria, esmerada por trabajar hacia la equidad, con optimismo, manteniendo la mirada en el ideal trascendente de la gratitud y de la generosidad, cuyo fundamento es la concientización y vivencia de la comunidad familiar humana como Pueblo de Dios, el cual, ha sido llamado y rescatado para ser fermento y luz de los pueblos, promulgando el anuncio de la esperanza a los excluidos y a los excluyentes de modo que, dejándose permear por la gracia de Dios, asuman la comunión de Dios, manifestada en el dar, recibir y compartir, generando un proceso de comunicación que parte de la escucha contemplativamente obediente de las mociones del Espíritu Santo en el hombre y que se relatan además en su contexto histórico y comunitario, para y de tal modo, fortalecer y dinamizar el ámbito comunitario con el fin de que éste sea, lugar propiciatorio para elaborar acciones que ejecutadas con prontitud, buena voluntad y entusiasmo, logren desarrollar la igualdad y la equidad las cuales, son ámbitos de liberación económica, política, social y cultural, para mantener con firme propósito el llamado del ser humano al bien común, fraterno y solidario.
La experiencia de la comunidad cristiana y de la colecta, como acción paradigmática de trasformación y de dinamización social, difunde los valores de la solidaridad humana comunitaria, como un don que parte del hecho de la situación del compartir de mesa, como un asunto de alianza doméstico, en donde las jerarquías vigentes de la sociedad de mercado que generan un sistema de opresor-oprimido se contrarrestan con el sistema del dar, recibir y compartir solidario, como levadura en el mundo. Esta experiencia de comunidad y colecta, fermenta la masa y la hace crecer, siendo ella, alma del mundo, sin ella, el mundo no tiene vida porque no puede disfrutar vivencialmente la espiritualidad de comunión que significa ante todo tener una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios, un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. Esta espiritualidad de comunión al ser vivida al interior de la comunidad, se proyecta al mundo de forma dinámica con la fuerza del Espíritu Santo para transformarlo, buscando que cada vez sea más humano, más fraterno y solidario, en donde se desarrolla una mutua corresponsabilidad de saber que si yo estoy bien, tu estas bien, de saber que yo soy, porque nosotros somos.
La espiritualidad de comunión que se hace efectiva por medio de la vivencia de la experiencia de la comunidad y la colecta, frente al reto de la dinámica del mercado que inyecta en el mundo individualismo, hedonismo, materialismo y, todo esto, con su consecuente pérdida del horizonte de la trascendencia, consiste en volver la mirada al misterio de Dios en el hombre, captando con atención el movimiento del dar, del recibir y del compartir, confrontando de manera elocuente, la dinámica del mercado manifestada en el poseer, en el poder y en el placer y que busca desnaturalizar al ser humano, haciéndolo un elemento mecánico del mercado.
La acción paradigmática de la comunidad, como acción transformadora de la realidad social y confrontadora de las dinámicas absorbentes del capitalismo salvaje reveladas en las posturas neoliberales del mercado que en sí, corroboran su “poder” con las acciones fluctuantes de la economía, busca principalmente generar un proceso de conocimiento y reconocimiento por medio del cual, el creyente se identifica, interiorizando la fe e interpretándola, se compromete fraternalmente, por la esperanza, argumentando el proceso comunitario lo cual lleva a que se proyecte solidariamente, ajustado a la caridad.
La vida de la comunidad y el proceso de la colecta en ella, como proceso de generosidad y de igualdad buscando remediar los procesos de pobreza, contrarrestan los procedimientos de masa y anonimato, que literalmente está ejecutando el consumismo, como la “mano invisible” del capitalismo neoliberal uniformando, ayudado elocuentemente por los medios de comunicación masivos, la conciencia humana, llevándola a que ejecute las acciones impuestas del nuevo orden económico mundial como borregos, dominados por hilos de poder, deseosos de mantener el “equilibrio social” el status quo sin perturbar sus finanzas, las cuales empujadas hacia el ideal del crecimiento infinito, trastocan el equilibrio global haciendo desiertos donde antes eran estepas.
En el desarrollo de la comunidad, prima sobre todo el espíritu de la escucha atenta a la Palabra de Dios, a sus llamados imperativos de bien común, contemplados y celebrados obedientemente en el compartir de mesa, fomentando la cooperación en nombre del Evangelio para responder al clamor de los pobres, con la promoción de la justicia, generando procesos de liberación y de replanteamiento social que implica por tanto lo cultural, lo político y lo económico.
En estos procesos de liberación la comunidad, se caracteriza siempre por una decidida proyección universal y misionera que infunde un renovado dinamismo apostólico. Son un signo de vitalidad de la Iglesia, instrumento de formación y de evangelización, un punto de partida válido para una nueva sociedad fundada sobre la civilización del amor.
La comunidad, teniendo como horizonte el desarrollo de la civilización del amor, responde profética y evangélicamente a los problemas, con nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión, denunciando la injusticia, desarrollando una labor concientizadora, anunciando y proclamando nuevos valores, criticando la mentalidad consumista y construyendo un hombre nuevo dentro de una sociedad nueva.
Las respuestas evangélicas generadas por la comunidad trastocan la historia, no siendo ya, historia escrita por poderosos, sino historia escrita y ejecutada por los pobres. De esta manera, los procesos de exclusión generados por la competitividad salvaje de la dinámica del mercado, son violentados por la comunidad de hermanos, en donde se vivencia la fe en Jesucristo y el compartir de mesa, que incluyen a los excluidos, dándoles un nombre y una responsabilidad común con ideales y compromisos auténticos que generan alegría fraterna y solidaria.
Espere mañana la segunda parte de este interesante reflexión: una lectura teológica de la unidad y la comunión a la luz de Hch 2,42-47 y 2 Cor8,1-15 en el ámbito económico actual; la cual se presentó en el foro arquidiocesano "Unidos por la Casa Común" que se realizó en la arquidiócesis de Bogotá.
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