Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
La Eucaristía es la mesa presidida por el Resucitado, en este banquete Él mismo es el dispensador de los bienes eucarísticos y lo que entrega a sus discípulos es su…
A los recién bautizados, san Agustín los exhortaba a alimentar la vida cristiana mediante la participación asidua en la Eucaristía: «Recibid y comed el cuerpo de Cristo, transformados ya vosotros mismos en miembros de Cristo, en el cuerpo de Cristo; recibid y bebed la sangre de Cristo. No os desvinculéis, comed el vínculo que os une; no os estiméis en poco, bebed vuestro precio» (Sermón 228B, 3).
Al participar de la misa se invita a los bautizados a comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo para avanzar hacia la meta de la vida cristiana que consiste en la plena identificación con Cristo; en este sentido el Obispo de Hipona solía repetir que con la Eucaristía sucede algo diferente a lo que ocurre con los alimentos corporales, pues mientras que en la alimentación, digamos, natural, los alimentos ingeridos se transforman en la persona que los ingiere, con la Eucaristía pasa lo contrario, pues el que comulga se va trasformando en aquello de lo que se alimenta: «Transformaos en el cuerpo de Cristo viviendo en actitud obediente y piadosa».
Estas afirmaciones sobre la vida cristiana tienen de base la fe de la Iglesia que profesa que al comer en la mesa eucarística los cristianos comen y beben el cuerpo y la sangre de Cristo. Para que esto sea posible, los elementos humanos de pan y de vino que se llevan al altar son transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo. El Señor Jesús anunció en su predicación que es necesario que el discípulo se mantenga unido a Él, pues sin esta comunión el discípulo no puede hacer nada (ver Juan 15, 5); asimismo invitó el Señor a comer y beber su carne y su sangre para participar de la misma vida del Salvador (ver Juan 6, 54-57).
Hacia el año 470 san Ambrosio expuso en sus célebres catequesis mistagógicas: «Cuando los discípulos no soportaron las palabras de Cristo y oyéndolo decir que daría su carne a comer y su sangre a beber, se retiraban, y sin embargo sólo Pedro dijo: “Tú tienes palabras de vida eterna, ¿dónde me alejaré de ti?”. Para que muchos no dijesen lo mismo, bajo pretexto de un cierto horror de la sangre que se derrama y para que perdurara la gracia de la redención, por ello recibes el sacramento en semejanza, pero recibes la gracia y virtud de su verdadera naturaleza» (De sacramentis, VI, 1,3).
Explica san Ambrosio a los recién bautizados que para superar ‘un cierto horror’ de tener que comer y beber carne y sangre el Señor ha transformado en su cuerpo y en su sangre el pan y el vino puestos previamente sobre el altar. Esta transformación se obra por el poder de la palabra del mismo Señor. «Antes de las palabras de Cristo el cáliz está lleno de vino y agua; pero desde que las palabras de Cristo han obrado allí, se convierte en la Sangre que redimió al pueblo. Mira, pues, de cuántas formas es poderosa la palabra de Cristo para transformar todas las cosas. Porque el mismo Señor Jesús nos testifica que nosotros recibimos su Cuerpo y su Sangre. ¿Debemos, acaso, dudar de su garantía y testimonio?» (De sacramentis, IV, 5,23).
En un esfuerzo legítimo, la teología busca hacer comprensible desde la razón humana un acceso al misterio y en este trabajo se vale de categorías o herramientas de orden metafísico, sin embargo, para la fe de la Iglesia resulta suficiente el argumento de san Ambrosio: la presencia de Cristo en la Eucaristía es consecuencia de la transformación o conversión del pan en su cuerpo y del vino del cáliz en su sangre, y esta ‘conversión’ se obra por el poder de la palabra del Señor.
El misterio al que se accede por la fe es la presencia real de Cristo para que los bautizados puedan comer y beber su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Una realidad es el misterio de la presencia real y otra la manera de explicar con elaboraciones filosóficas el modo como se realiza esta presencia.
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