Hermanos: el Evangelio de este domingo nos narra el encuentro y el dialogo de Jesús con una mujer samaritana, una de las escenas más bellas, más humanas y más reveladoras narradas por San Juan.
Jesús está cansado del camino y se sienta junto al pozo de Jacob. Llega una mujer, una desconocida y sin nombre, es samaritana, y viene al pozo a sacar agua. Jesús inicia el diálogo con ella pidiéndole que le dé de beber, y el diálogo se convierte en una sabia catequesis de iniciación en la fe, o como dicen hoy: en un proceso catecumenal, sobre la sustitución de un culto vacío y sectario por otro con espíritu y verdad.
Al principio Jesús es para la mujer samaritana un viajero judío, un poco después un hombre desconcertante, más tarde un profeta, y finalmente, el Mesías.
Ante los problemas del culto, ante las normas sociales, legales y rituales de ese tiempo, vigentes entre Samaría y Judea, Jesús obra con libertad: le habla a la mujer del Don de Dios, don que se identifica con el agua viva que Jesús es capaz de dar y que supera el don hecho por Jacob. Ese don es Jesús mismo, es el Espíritu que Él comunica, que se convierte en un manantial, y que trae la salvación para todos. Las discusiones entre judíos y samaritanos sobre el templos y lugares sagrados, sobre el culto, carecen ya de interés.
El nuevo Templo es Jesús. Para adorar al Padre no importan los lugares. Es la actitud de la persona o de las personas lo que cuenta. Y esta actitud es obra del Espíritu que Jesús nos da. Solo quien posee el Espíritu del Hijo puede adorar de verdad al Padre.
Desde dos necesidades humanas, la sed y el hambre, Jesús revela otros dones: “El agua viva” que es signo y símbolo del “Don de Dios”, de la salvación, del Espíritu; “El alimento nuevo”, el que da la vida, es la voluntad del Padre.
Hermanos: a muchos de nosotros el Señor Jesús nos podría decir algo así: si “Conocieras el Don de Dios”, si supieras que Dios es un regalo que se ofrece a todos, no vacilaríamos en decirle: “Señor, danos de beber” y todo cambiaría en nuestra vida. Nos convertiríamos en profetas de la misericordia de Dios. Si bebemos del agua que Jesús nos da, nunca más tendremos sed.
Gustemos lo que creemos, saboreemos el Evangelio de Jesús; cada vez que recibimos el Cuerpo de Cristo, entremos en una comunicación viva con El.
Padre Carlos Marín
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