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San Anselmo nos explica lo que la fe nos revela

20 de abril de 2016
San Anselmo nos explica lo que la fe nos revela

Hablar actualmente de cómo podemos llegar por la vía de la razón a la fe no es algo extraordinario, ya que diversos pensadores, durante siglos hasta hoy, han avanzado en…

Pero en la época de San Anselmo de Canterbury sucedía todo lo contrario: se necesitaba con urgencia darle una explicación lógica a la Verdad que la fe nos transmitía. Y eso fue lo que este santo buscó toda su vida. Y lo plasmó en diversas obras. Lo que lo convierte en parte fundamental de la Escolástica, donde tiempo después encontraremos al gran Tomás de Aquino.

San Anselmo, era originario de Aosta, en el Piamonte, en Italia, donde nació en el año 1033. A pesar de ello es más comúnmente conocido como san Anselmo de Canterbury, al haber sido arzobispo de dicha ciudad del Reino Unido durante algunos años, donde murió en 1109.


Su educación corrió a cargo de los benedictinos

Ingresó a los 27 años en el monasterio de Bec, en Normandía, donde se convirtió en amigo y discípulo del abad Lanfranco.

Posteriormente fue nombrado él mismo abad de dicho monasterio, donde compuso dos de sus obras más conocidas: El Monologion, meditación teológico-filosófica sobre las razones de la fe, en donde nos presenta algunas pruebas de la existencia de Dios, propias de la tradición agustiniana.

Y el Proslogion, donde encontramos el llamado "argumento ontológico", que constituye la aportación más original de san Anselmo a la filosofía medieval.

San Anselmo de Canterbury fue uno de los filósofos más relevantes de la tradición agustiniana. En sus escritos encontramos textos como éste:

Así, pues, ¡oh Señor!, Tú que das inteligencia a la fe, concédeme, cuanto conozcas que me sea conveniente, entender que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos. Ciertamente, creemos que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede ser pensado. Y concluye: En consecuencia, Dios existe no sólo en la mente-como idea- sino también extramentalmente, en la realidad”.

Junto a más de diez libros escritos por san Anselmo se conservan 19 oraciones, 3 meditaciones y 472 cartas personales.

El argumento central se desarrolla, a partir de una definición de Dios que, a juicio de San Anselmo, puede ser comprendida y aceptada por cualquiera. Nos dice: la causa de la creación es Dios.

La creación es un acto libre de Dios mediante el cual el mundo es traído a la existencia de un modo radical, absoluto y originario.Compartamos con san Anselmo los deseos de explicar nuestra fe, para así defender a nuestra Iglesia Católica -fundada por Cristo- en estos momentos tan complicados y complejos del mundo actual.

A continuación una de las oraciones de san Alselmo, donde cada palabra pareciera escrita para el siglo XXI. Nos recuerda que el ser humano vive sin tiempo, que los afanes del día a día le arrebatan la existencia y que tal vez, en lo último que se piensa es en buscar  la fuente de la verdad: el “rostro de Dios”.

Busco Tu rostro (oración)

Deja un momento tus ocupaciones habituales, hombre insignificante.

Entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. 

Arroja lejos de ti las preocupaciones agobiantes y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. 

Reposa en Dios un momento. 
Descansa siquiera un momento en Él. 
Entra en lo más profundo de tu alma. 

Aparta de ti todo, excepto a Dios y todo lo que pueda ayudarte a alcanzarlo. 
Cierra la puerta de tu habitación y búscalo en el silencio. 
Di con todas tus fuerzas, di al Señor: 
“Busco Tu rostro. Tu rostro busco, Señor”. 
Y ahora, Señor y Dios mío, enséñame dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo Te encontraré.

Si no estás en mí, Señor, si estás ausente, ¿dónde Te buscaré? 

Si estás en todas partes, ¿por qué no Te veo aquí presente? 
Es cierto que Tú habitas en una luz inaccesible, pero ¿dónde está esa luz que no se extingue? ¿Cómo me aproximaré a ella? 

¿Quién me guiará y me introducirá en esa luz para que en ella Te contemple? 
¿Bajo qué signos, bajo qué aspectos Te buscaré? 
Nunca Te he visto, Señor y Dios mío. 
No conozco Tu rostro. 

Dios Altísimo, ¿qué hará este desterrado lejos de Ti? 
¿Qué hará este servidor Tuyo sediento de Tu amor, que se encuentra alejado de Ti? 

Desea verte y Tu rostro está muy lejos de él. 
Anhela acercarse a Ti y no puede acceder a Tu morada. 
Anda en deseos de encontrarte e ignora dónde vives. 
No suspira más que por Ti y jamás ha visto Tu rostro. 

Señor, Tú eres mi Dios, Tú eres mi Señor y nunca Te he visto.

Tú me creaste y me redimiste, Tú me has dado todos los bienes que poseo y aún no Te conozco. 

He sido creado para verte y todavía no he podido alcanzar el fin para el cual fui creado.  Y Tú, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. 

Colma nuestros deseos y seremos felices. 
Sin Ti todo es hastío y tristeza.

 Ten piedad de nuestros trabajos y de los esfuerzos que hacemos por llegar hasta Ti, ya que sin Ti nada podemos. 

Enséñanos a buscarte. 
Muéstrame Tu rostro, porque si Tú no me lo enseñas no puedo buscarte. 
Te buscaré deseándote. 
Te desearé buscándote. 
Amándote, Te encontraré. 
Encontrándote, Te amaré. 

(San Anselmo de Canterbury) 

 


 
 

 

 

 

 

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