Oración para todos los días
Bondadoso Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres, que les diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen, naciera en un pesebre para nuestra salud y remedio.
Nosotros, en nombre de todos los mortales, te damos infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él te ofrecemos la pobreza, humildad y demás virtudes de tu Hijo humanado, suplicándote por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Consideración del día
Los cristianos, ejemplos de paciencia por Aquel que es su esperanza
Con el ángel Gabriel, la Virgen María, santa Isabel, san José, san Juan Bautista y los sabios de Oriente, los cristianos estamos llamados a saber esperar a Aquel que es nuestra esperanza. El apóstol Santiago nos lo dice con estas palabras: «Así pues, hermanos, esperen con paciencia la venida del Señor. Vean cómo el campesino espera el fruto precioso de la tierra, aguardando con paciencia las lluvias tempranas y tardías. Así también ustedes: tengan paciencia y buen ánimo, porque la venida del Señor está cerca; el juez está ya a la puerta» (Santiago 5, 7-11). Esperar el nacimiento del Mesías contiene en sí mismo un mensaje de esperanza, porque la esperanza no defrauda, no se irrita ni perece, ya que en Cristo las promesas llegan a su cumplimiento. Pero hay que saber esperar. En un mundo que nos ha acostumbrado a quererlo todo de inmediato, con prisa y nerviosismo, surge la paciencia como maestra que nos llama a saber esperar. La paciencia nos llena de perseverancia para no decaer ni desesperar, y de confianza para no dudar ni desanimarnos. Redescubrir la paciencia es asemejarnos a Cristo, manso y humilde de corazón, quien afrontó el sufrimiento sin dejar de creer que saldría vencedor. La paciencia mantiene viva la esperanza y consolida en la virtud, como una semilla sembrada en el campo que el campesino ve prosperar, sin percatarse del crecimiento diario, pero que verá cargada de frutos en el tiempo de cosecha. La paciencia robustece y alimenta la esperanza, y se vuelve compañera de camino que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús. La esperanza nos mantiene en el buen ánimo, porque la venida del Señor está cerca. Él es la puerta de la salvación a la cual debemos llamar.
La paciencia es saber esperar al Mesías, es ponernos a su puerta con la certeza de que llegará, abrirá y nos hará pasar. Así lo vivieron las vírgenes sensatas que, con lámparas encendidas, esperaron al esposo y con él entraron al banquete. Con esperanza permanecieron junto a la puerta y, con paciencia, mantuvieron encendidas sus lámparas.
Saber esperar con paciencia al Mesías es creer que su nacimiento renovará nuestra fe, nos dará fuerzas nuevas, nos hará pasar a otro tiempo para ver la vida con esperanza. Como creyentes, necesitamos ponernos a la puerta para oír cuando el Señor llame y escuchar su voz cuando nos diga: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.» (Apocalipsis 3, 20). Que la Navidad nos reciba con la puerta abierta para entrar y celebrar juntos al Dios encarnado que quiso habitar entre nosotros.
Oh, Señor, que en la tierra naces, danos la luz que indique el sendero para, con paciencia, llegar a tu puerta y esperar confiados tu dulce regreso.
Permite que entremos, que el umbral pacemos, para emprender la senda de la vida eterna, aquella que has hecho posible en la tierra con tu encarnación y tu pascua regia.
Gozos al Niño Jesús
Dulce Jesús mío,
mi Niño adorado,
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven, no tardes tanto!
Oh Sapiencia suma del Dios soberano, que a infantil alcance te rebajas sacro!
¡!Oh Divino Niño, ven para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios!
¡Oh, Adonai potente que a Moisés hablando, de Israel al pueblo diste los mandatos!
¡Ah! ven prontamente para rescatarnos,
y que un Niño débil muestre fuerte brazo!
¡Oh raíz sagrada de Jesé, que en lo alto presentas al orbe
tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño
que has sido llamado lirio de los valles, bella flor del campo
Llave de David
que abre al desterrado las cerradas puertas de regio palacio!
¡Sácanos, Oh Niño, con tu blanca mano, de la cárcel triste que labró el pecado!
¡Oh lumbre de Oriente, sol de eternos rayos, que entre las tinieblas tu esplendor veamos! ¡Niño tan precioso, dicha del cristiano, luzca la sonrisa
de tus dulces labios!
¡Espejo sin mancha, Santo de los santos, sin igual imagen
del Dios Soberano!
¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado
y, en forma de Niño, da al mísero amparo!
Rey de las naciones, Emmanuel preclaro, de Israel anhelo, Pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas con suave cayado
ya la oveja arisca,
ya el cordero manso!
¡Ábranse los cielos
y llueva de lo alto bienhechor rocío, como riego santo!
¡Ven hermoso Niño, ven Dios humanado! ¡Luce hermosa estrella, brota, flor del campo!
¡Ven, que ya María previene sus brazos, do su Niño vean,
en tiempo cercano!
Ven, que ya José,
con anhelo sacro,
se dispone a hacerse de tu amor sagrario!
¡Del débil auxilio,
del doliente amparo, consuelo del triste,
luz del desterrado!
¡Vida de mi vida,
mi Dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano!
¡Véante mis ojos
de Ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas!
¡Bese ya tus manos!
¡Prosternado en tierra, te tiendo los brazos,
y aún más que mis frases te dice mi llanto!
¡Ven, Salvador nuestro, por quien suspiramos, ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven, no tardes tanto!
Oración a la Santísima Virgen María
Soberana María, que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por madre suya, te suplicamos que tú misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hicieran esta novena, para el nacimiento espiritual de tu adorado Hijo.
¡Oh, dulcísima Madre! Comunícanos algo del profundo recogimiento y divina ternura con que le aguardaste, para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Dios te salve, María.
Oración a san José
Oh Santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias damos a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza.
Te rogamos, por el amor que tuviste al Divino Niño, nos abraces en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veamos y le gocemos en el cielo. Amén.
Padre Nuestro.
Oración al Niño Jesus
Acuérdate, ¡oh, dulcísimo Niño Jesús! que dijiste a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos tus devotos estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.
Llenos de confianza en Ti, oh Jesús, que eres la misma verdad, venimos a presentarte toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos de tu encarnación y de tu infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto.
Nos entregamos a Ti, ¡!oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que, en virtud de tu divina promesa, acogerás y responderás favorablemente nuestra súplica. Amén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Encuentro de dos madres evangelizadoras: La Virgen María e Isabel
La Virgen María se pone en camino, lleva consigo a Jesús que ella ha concebido por obra
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