Oración para todos los días
Bondadoso Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres, que les diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen, naciera en un pesebre para nuestra salud y remedio.
Nosotros, en nombre de todos los mortales, te damos infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él te ofrecemos la pobreza, humildad y demás virtudes de tu Hijo humanado, suplicándote por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Consideración del día
Isabel, la esperanza convertida en alegría
Zacarías e Isabel fueron dos esposos de edad avanzada, de quienes Dios tuvo misericordia al concederles un hijo, que llevó por nombre Juan, el precursor de Jesús. Su historia nos enseña que nunca debemos perder la esperanza en Dios porque nada es imposible para Él. Por eso nosotros, al rezar esta novena, meditamos en aquellos que pusieron su esperanza en el Señor y se beneficiaron de su bondad, para aprender de ellos y renovar nuestra confianza en Él.
Isabel se alegró al ver superada su esterilidad, y su segunda alegría se produjo al recibir la visita de su prima la Virgen María: en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, y, llena de Espíritu Santo, dijo con gran voz: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Dichosa tú que ha creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» (cf. Lucas 1, 41-45).
A partir de este relato, advertimos que fue el Espíritu Santo quien le reveló a Isabel que el niño de María era el Hijo de Dios; por eso los proclamó benditos a El y a su madre. Juan también experimentó esa alegría en el vientre materno, al punto de saltar de gozo. A Isabel y a su hijo los unió una misma alegría, favorecida por el Espíritu, ante la presencia del Mesías que crecía en el seno de la Virgen. En Isabel reconocemos la esperanza convertida en alegría, porque ella supo esperar la obra de Dios en su favor y la que sucedía en el vientre de María para bien de todo el pueblo. Su alegría fue completa, ya que a su maternidad se unió la maternidad de la madre de Dios, que la llevó a gritar con gozo la bendición de la madre y del Hijo que la visitaban. Por la esperanza que colmó su corazón, su lamento se convirtió en alegría.
Al igual que Isabel, necesitamos recuperar la alegría, porque Dios nos creó para ser felices y para encontrar en Cristo la felicidad más perfecta. Renovar la esperanza representa el camino de la alegría, porque donde habita la esperanza se vislumbra el anhelo y la dicha de su cumplimiento. No hay alegría sin esperanza y no hay verdadera esperanza que no contenga — como prenda— el gozo y la alegría.
La cercanía de la Navidad nos llama a recuperar la alegría de existir, a superar la pérdida del deseo de transmitir la vida, a vencer el individualismo y el temor ante el futuro que se niega a consolidar nuevas familias, a abrirnos a la vida con una maternidad y paternidad responsables, a hacer posible las sonrisas de los niños y las niñas hasta convertirse en oasis de esperanza en una humanidad envejecida.
¡Regocijate! Zacarías, porque Dios ha escuchado tu oración.
¡Alégrate! Isabel,
porque el Salvador del mundo ha llegado hasta tu casa.
¡Salta de gozo! Juan,
porque tu Señor se apresura y advierte su venida.
¡Dichosa eres! María,
porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá.
Gozos al Niño Jesus
Dulce Jesús mío,
mi Niño adorado,
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven, no tardes tanto!
Oh Sapiencia suma del Dios soberano, que a infantil alcance te rebajas sacro!
¡!Oh Divino Niño, ven para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios!
¡Oh, Adonai potente que a Moisés hablando, de Israel al pueblo diste los mandatos!
¡Ah! ven prontamente para rescatarnos,
y que un Niño débil muestre fuerte brazo!
¡Oh raíz sagrada de Jesé, que en lo alto presentas al orbe
tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño
que has sido llamado lirio de los valles, bella flor del campo
Llave de David
que abre al desterrado las cerradas puertas de regio palacio!
¡Sácanos, Oh Niño, con tu blanca mano, de la cárcel triste que labró el pecado!
¡Oh lumbre de Oriente, sol de eternos rayos, que entre las tinieblas tu esplendor veamos! ¡Niño tan precioso, dicha del cristiano, luzca la sonrisa
de tus dulces labios!
¡Espejo sin mancha, Santo de los santos, sin igual imagen
del Dios Soberano!
¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado
y, en forma de Niño, da al mísero amparo!
Rey de las naciones, Emmanuel preclaro, de Israel anhelo, Pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas con suave cayado
ya la oveja arisca,
ya el cordero manso!
¡Ábranse los cielos
y llueva de lo alto bienhechor rocío, como riego santo!
¡Ven hermoso Niño, ven Dios humanado! ¡Luce hermosa estrella, brota, flor del campo!
¡Ven, que ya María previene sus brazos, do su Niño vean,
en tiempo cercano!
Ven, que ya José,
con anhelo sacro,
se dispone a hacerse de tu amor sagrario!
¡Del débil auxilio,
del doliente amparo, consuelo del triste,
luz del desterrado!
¡Vida de mi vida,
mi Dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano!
¡Véante mis ojos
de Ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas!
¡Bese ya tus manos!
¡Prosternado en tierra, te tiendo los brazos,
y aún más que mis frases te dice mi llanto!
¡Ven, Salvador nuestro, por quien suspiramos, ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven, no tardes tanto!
Oración a la Santísima Virgen María
Soberana María, que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por madre suya, te suplicamos que tú misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hicieran esta novena, para el nacimiento espiritual de tu adorado Hijo.
¡Oh, dulcísima Madre! Comunícanos algo del profundo recogimiento y divina ternura con que le aguardaste, para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Dios te salve, María.
Oración a san Jose
Oh Santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias damos a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza.
Te rogamos, por el amor que tuviste al Divino Niño, nos abraces en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veamos y le gocemos en el cielo. Amén.
Padre Nuestro.
Oración al Niño Jesus
Acuérdate, ¡oh, dulcísimo Niño Jesús! que dijiste a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos tus devotos estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.
Llenos de confianza en Ti, oh Jesús, que eres la misma verdad, venimos a presentarte toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos de tu encarnación y de tu infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto.
Nos entregamos a Ti, ¡!oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que, en virtud de tu divina promesa, acogerás y responderás favorablemente nuestra súplica. Amén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
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