Nadie tiene el monopolio de la acción del Espíritu de Dios
En Cafarnaúm Jesús continúa enseñando a sus discípulos; la escena es sorprendente e iluminadora. Juan le hace una pregunta sobre alguien que podríamos llamar un exorcista sin credenciales; pregunta que pone al descubierto el egoísmo del grupo, el creerse dueños de la causa de Jesús y su dificultad para entender los valores, los principios, las verdades que caracterizan y definen la naturaleza del Reino de Dios.
Los discípulos no se alegran de que enfermos queden curados por otros que “no son de los nuestros”; solo piensan en su prestigio personal y en el de su grupo. De aquí la firmeza de Jesús en sus palabras: “No se lo impidáis”.
La comunidad de los discípulos no tiene la exclusividad del proyecto de Dios en el mundo. Nadie tiene el monopolio del Espíritu, pues este sopla donde y cuando quiere. El Espíritu de Dios no se encierra en grupos o instituciones, sino que es soberanamente libre.
Lo que Jesús quiere enseñarles, en términos muy nuestros, es que en el seno de las comunidades cristianas no puede haber envidias ni celos porque otros hagan el bien. Podemos decir que es un llamado, al respeto y a la alegría por el bien, hágalo quien lo haga.
Podemos decir que el cristiano, el sacerdote, tiene que saber valorar y trabajar en unión con todo el que hace el bien y lucha por un mundo más justo y fraternal, así no pertenezca oficialmente a la Iglesia, pues, dice el Señor “el que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
Hay hombres y mujeres que con rectitud de conciencia y buena voluntad, en su vida familiar y profesional trabajan sin descanso por sembrar humanidad y fraternidad.
Es una lección de Jesús que tenemos que aprender y poner en práctica en nuestros días. Dios no hace acepción de personas.
Una lección que también los laicos y nosotros sacerdotes tenemos que practicar al interior de la misma Iglesia. Actitudes, verbos, tales como ignorar, descartar, menospreciar, excluir, olvidar, aislar a otros hermanos en busca del prestigio propio, son expresiones de un proceder que el Señor Jesús reprueba y corrige de una manera que no deja lugar a dudas.
Finalmente, Jesús usa metáforas, tales como cortar la mano o el pie, sacarnos los ojos, expresiones muy sorpresivas que nos invitan a ser signos de un mundo nuevo, y a trabajar sin descanso por el bien y la vida. Expresiones que nos invitan a ser radicales en el anuncio y en la vivencia del Evangelio.
Padre Carlos Marín G.
Fuente Disminuir
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