San Marcos narra cómo los fariseos, para poner a prueba a Jesús, lo acosan a propósito del divorcio tratando de enfrentarlo con la ley de Moisés, y cómo los discípulos regañan a los niños que se acercan para poder tocar a Jesús. En la cultura judía tanto las mujeres como los niños no representaban nada, eran seres, si se quiere, inferiores.
Entre los israelitas el divorcio estaba regulado según el texto del Deuteronomio 24, 1-4 ; Moisés se vio forzado a hacer esa concesión por la dureza del corazón de los israelitas y su mentalidad machista. El divorcio era concedido al hombre con suma facilidad y esto resultaba envilecedor para la mujer.
Jesús no se involucra en discusiones inútiles sino que llega al fondo. La ley de Moisés contradice el designio amoroso de Dios que supone la igualdad de hombre y mujer; no responde al proyecto original de Dios. La voluntad de Dios se expresa de manera auténtica, integral y perfecta en el Génesis 1,27 y 2, 24: unión permanente entre el hombre y la mujer. Quiere decir que los valores del Reino están por encima de las tradiciones judías.
Dios creó al varón y a la mujer para que fueran “una sola carne”, formando así un nuevo ser; a unirse por amor y compartir su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. Ello explica el grito de Jesús: “lo que Dios ha unido…” Una unión que excluye una relación puramente sentimental, toda actitud o forma de discriminación o sometimiento, toda dureza de corazón, toda forma de violencia, y con mayor razón el atentar contra la vida de la mujer tal como, para vergüenza nuestra, está sucediendo en nuestro país un día sí y otro también.
Finalmente, la escena narrada por San Marcos muestra la ternura de Jesús con los niños, su amor, frente a la mentalidad judía. Tener una actitud semejante a la del niño es condición fundamental para la posesión del Reino: Un reto vivo y permanente a la Iglesia para que sea siempre y en todo lugar la Buena Noticia que Jesús anunciaba.
Tomemos conciencia del plan de Dios sobre nosotros y vivámoslo como camino de vida. Oremos como los niños y por ellos; cuidémoslos, protejámoslos, defendámoslos. Y con nuestras mujeres hagamos lo mismo: oremos por ellas, respetémoslas, ayudémosles a descubrir y a vivir una auténtica feminidad y el maravilloso milagro de la vida de un nuevo ser humano; el saber ser mujer, esposa y madre, a vivir con dignidad su vocación y su misión en el mundo, en la familia, en la sociedad, según el proyecto de Dios.
Padre Carlos Marín G.
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