LITURGIA-Un par de recomendaciones para quienes buscan agradar a de Dios

Con diferentes grupos del judaísmo de su tiempo; en los tres últimos domingos esta confrontación se presentó a través de parábolas que Jesús propuso a los sumos sacerdotes y a los dirigentes del pueblo; en el episodio del evangelio de hoy (Mateo 22, 15-21) los fariseos traman un ardid contra Jesús.

Es útil recordar que los fariseos era un grupo seglar judío que buscaba llevar la práctica religiosa de manera escrupulosa hasta los más pequeños detalles de la vida diaria, para ello hacían derivar los preceptos de la Ley hastauna casuística que cubriera las minucias de la cotidianidad. 

Ese cumplimiento meticuloso los llevaba a rechazar el trato con personas que, por su conducta, juzgaban ellos, se apartaban de la Ley, lo mismo que a evitar el contacto con objetos y lugares que consideraban impuros; de ahí el término ‘perushim’ ‒del que deriva el castellano ‘fariseos’‒ que indica algo así como ‘separados’

En la escena del evangelio que leemos este domingo los fariseos urden una trampa para cazar a Jesús; para su propósito buscan la colaboración de otro grupo: los herodianos ‒partidarios del rey Herodes‒. En su tiempo Herodes Antipas (hijo del rey Herodes ‘el Grande’) fungía como rey con el beneplácito de los romanos; los herodianos buscaban mantener buenas relaciones con el Imperio para que se conservara la formalidad del reinado de Herodes, su pensamiento era algo así como ‘tengamos la fiesta en paz’.

Con la participación de los herodianos, los fariseos montan una encerrona para hacer caer a Jesús, le plantean una pregunta capciosa. 

Comienzan por llamar a Jesús con el título ‘Maestro’, con ello podemos entender que los fariseos acuden a un rabino para que les aclare un caso desde la tradición religiosa. Luego, de manera lisonjera le refieren que es una persona ecuánime, independiente: «Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias»; estas palabras de los fariseos, más que un reconocimiento hacia Jesús, son parte del ardid, pues con ellas buscan alinear a Jesús a su favor y contra los herodianos. 

Armado el escenario, ahora sí formulan la pregunta: «¿Es lícito pagar impuesto al César o no?». Al proponer la pregunta después de la aduladora introducción, se esperaría una respuesta negativa; precisamente para escuchar una respuesta contraria al pago del impuesto al Emperador han sido citados los partidarios de Herodes quienes así tendrían argumentos para acusar a Jesús de insurrecto.

La respuesta de Jesús tiene dos partes, en la primera desbarata la trampa llevando a sus contradictores a una autoacusación y en la segunda parte formula dos propuestas a los fariseos en orden a guardar la coherencia.

Con astucia, Jesús hace saltar en pedazos el ardid tramado contra él, para ello pide a los fariseos dos cosas: que le dejen ver y que le describan la imagen e inscripción de la moneda del pago del impuesto. Los fariseos llevan consigo la moneda y además conocen de la imagen y la inscripción acuñadas, la efigie del Emperador y la leyenda «Tiberio César: hijo del divino Augusto».

El hecho de llevar consigo una moneda y al mismo tiempo dar razón de la imagen y la inscripción del Emperador está indicando que los fariseos reconocen ser súbditos suyos, ellos que se tienen por puros, que evitan el contacto con objetos de los paganos y rechazan el trato con personas que no cumplen la Ley. Es a esta posesión y a lo que ella implica que viene la denominación de hipócritas con la que Jesús inició su respuesta. 

A partir de este fáctico reconocimiento de la soberanía del Emperador Jesús dirige una doble invitación a los fariseos. Pensamos que todo el desarrollo de la escena conduce precisamente a este doble llamado a la libertad y desde este desarrollo hay que interpretarlo. 

A quienes implícitamente reconocen la soberanía del Emperador, Jesús les dice en primer lugar: «Pues den al César lo que es del César»; esta primera parte de la sentencia se introduce con una conjunción –‘pues’– que denota causa o motivo. Aquí nos encontramos, en primer lugar, con una recomendación de Jesús a quienes buscan dedicarse escrupulosamente a la observancia de la Ley; a los fariseos que llevan consigo una moneda del Imperio los invita a ser consecuentes y ello significa renunciar al entramado del poder del Emperador, es una invitación a liberarse del ‘sistema del Emperador’. Aquí no hay una censura de Jesús al sistema de pureza de los fariseos sino una invitación a la coherencia.

Pero hay una segunda invitación de Jesús: «Y a Dios lo que es de Dios»; esta segunda frase viene a ampliar la anterior, así lo propone la conjunción ‘y’. En el contexto que venimos presentando, esta sentencia viene a ser la segunda exigencia de la santidad que buscan los fariseos.

La frase «Y a Dios lo que es de Dios» en el texto griego depende del verbo ‘apo-didomai’, en el que la preposición ‘apó’ da el sentido de ‘devolver’ al verbo ‘dídomai’ (entregar); de manera que «a Dios lo que es de Dios» tiene el sentido de ‘devolver a Dios lo que es de Dios’, lo que le pertenece a Dios. Esta ‘pertenencia de Dios’ nos evoca el razonamiento de los cultivadores en la parábola de hace dos domingos: «Este es el heredero: vamos a matarlo y nos quedamos con su herencia». Es como si los fariseos, de modo similar a los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, se han apropiado de la viña del Señor, de la pertenencia de Dios.

Presentada así la escena del evangelio de este domingo, reconocemos una llamada de Jesús a la coherencia de quienes buscamos acercarnos a Dios, incluidos los fariseos. Esta coherencia implica, en primer lugar, liberarnos de las estructuras del poder, tanto civil como eclesiástico y, en segundo lugar, no pretender ser los dueños del proyecto de Dios.