LITURGIA Mayo 8 Para comprender que puede significar «una Iglesia en salida»

La celebración de la Pascua en los domingos anteriores viene estimulando a la comunidad cristiana para tomar conciencia de los frutos de la muerte y resurrección de…
De esta manera la Iglesia se apresta a terminar la cincuentena pascual e irse introduciendo en la cotidianidad que en el calendario litúrgico representa el llamado ‘tiempo durante el año’.
A partir del texto de la segunda lectura de la misa de este domingo (Hebreos 9, 24-28; 10, 19-23) se puede entender la Ascensión de Jesús como la culminación de la encarnación del Hijo de Dios. En capítulos anteriores el texto de la carta ha expresado que el Hijo de Dios asumió una existencia humana y por ello se solidariza con toda la humanidad, en los versículos que se proclaman hoy afirma que Cristo abre a la humanidad el camino definitivo hacia Dios y ello por su muerte y glorificación.
La carta a los Hebreos evocando la liturgia penitencial que realizaba el sumo sacerdote en el templo, propone que el sacrificio de Cristo en la cruz libera definitivamente al ser humano de la esclavitud del pecado, pues al ascender Cristo al cielo «interviene directamente ante Dios en favor nuestro». Por la encarnación y por su misterio pascual de muerte y resurrección Cristo realiza el camino desde la humanidad hasta Dios y abre este camino para todo ser humano.
Esta comprensión del misterio pascual de Cristo y la participación de los cristianos en él por el bautismo es recogida por la oración colecta de la misa: «la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo», y por el prefacio de la plegaria eucarística: «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino».
En el ciclo C del leccionario –el que se sigue este año– el texto de la primera lectura (Hechos 1, 1-11) y el del evangelio (Lucas 24, 46-53) tienen mucha similitud al ser un episodio narrado deliberadamente para hacer el tránsito desde la historia de Jesús hacia la narración de la difusión del Evangelio por la acción del Espíritu Santo a través de los apóstoles. Desde esta perspectiva se destaca la invitación a ‘salir’.
Los versículos del libro de los Hechos que se escuchan en la primera lectura de la misa de este domingo principian por manifestar la intención de presentar en este libro la difusión del Evangelio de Jesucristo como la prolongación de la experiencia que vivió Jesús con los apóstoles. Esta experiencia de Jesús con los apóstoles se expresa como un tiempo pleno después de la Pascua, «durante cuarenta días se dejó ver de ellos y le habló del Reino de Dios», y como una realidad de comunión, a través del gesto de comer juntos.
En este contexto de comunión aparecen dos maneras diferentes de comprender el reino anunciado por Jesús; los apóstoles piensan en una ostentación poder: «¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?», mientras que Jesús comprende la misión como un llamado a la conversión, esto es, estimular al hombre para que, reconociendo la presencia de Dios en su historia personal de vida, se decida orientar su existencia hacia Dios, entonces comienza a manifestase el reinado de Dios.
Durante la última Cena Jesús manifestó a los apóstoles que ellos fueron escogidos para dar inicio al tiempo final de la salvación (véase Lucas 22, 28-30), pero les cuesta trabajo comprender que ello significa correr la misma suerte del Mesías: ser rechazado por las autoridades, morir y resucitar.
Entonces adquiere relevancia el gesto de Jesús mencionado por Lucas en el evangelio de hoy: «Luego los sacó [de Jerusalén]». Aquí se puede entender ‘sacarlos de Jerusalén’ como hacerlos salir de una idea triunfalista del Reino para asumir el testimonio de vida que contagia e invita. Jerusalén es el lugar del templo, de las tradiciones judías, la sede del sanedrín, de las instituciones que dan seguridad a personas religiosas. Salir de Jerusalén puede significar asumir el estilo desinstalado que vivió Jesús, para así entrar en el verdadero santuario.
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