LITURGIA Mayo 21La promesa del envío del Paráclito

Prácticamente estamos terminando las semanas del tiempo pascual, desde el domingo anterior estamos leyendo en el evangelio de la Misa el discurso de despedida de Jesús,…
Antes del evangelio, en la primera lectura de la misa de hoy (Hechos 8, 5-8.14-17) escuchamos cómo la Iglesia se expande por la predicación de Cristo que realizan los discípulos. En este desarrollo hace ocho días el texto nos expuso que los apóstoles establecieron un grupo de siete diáconos para que se ocuparan de la administración de los bienes de la comunidad; en los versículos que leemos hoy se narra la actividad misionera del diácono Felipe, uno de aquellos siete.
El autor del libro de los Hechos refiere que la actividad de Felipe causa gran alegría en la ciudad de Samaría porque el mensaje que anuncia está respaldado por obras de liberación. Quienes han comenzado a seguir el camino de Jesús no andan como rueda suelta, desde Jerusalén llegan Pedro y Juan para que, al imponerles las manos, los discípulos de aquella ciudad reciban el Espíritu Santo. En el evangelio de la misa escucharemos que el Espíritu Santo hace que quienes acogen las enseñanzas de Jesús entren en comunión profunda con él.
La primera carta del apóstol Pedro que estamos leyendo en estos domingos viene exponiendo la manera cómo el discípulo de Jesús vive su vocación en el mundo, en una sociedad plural y en medio de personas de diferentes religiones; un ambiente muy parecido al de nuestros días. En los versículos que escuchamos en la segunda lectura de hoy (1Pedro 3, 15-18), el texto principia juntando la experiencia personal de la fe con la manera de estar en medio del mundo.
Interiormente el cristiano está convencido, por la fe, del señorío de Cristo; en el ambiente esta certeza de la fe se exterioriza como esperanza. Es decir, el cristiano considera que el señorío de Cristo ha comenzado y avanza hacia la plenitud. El texto llama la atención sobre la manera de este testimonio: sin imposiciones, sin descalificar, respetando las diferencias. Y termina la segunda lectura volviendo sobre el ejemplo de la pasión de Cristo.
En el evangelio de este domingo (Juan 14, 14-21) tenemos la continuación del texto que principiamos a leer hace ocho días, el cual concluía diciendo que el discípulo de Jesús, por acogerlo a él, hará en el mundo las obras que realizaba el Maestro; en los versículos que leemos hoy, Jesús pasa a hablar de la comunión de los discípulos con él, una vez regrese al Padre.
El texto está enmarcado por dos frases similares que concretizan y señalan el amor del discípulo a Jesús como la orientación de la vida según el Evangelio: «El que es fiel a mis mandatos y los guarda es quien me ama.» Tenemos, entonces, que el evangelio de la misa de hoy está enmarcado con dos frases que definen la fe cristiana: vivir según las enseñanzas de Jesús.
En medio de este marco se contienen dos revelaciones de Jesús de cara a la existencia de los discípulos después de la partida del Maestro. La primera revelación es la promesa del Paráclito, la segunda, la comunión de Jesús con el discípulo.
Referente a la primera, Jesús afirma que al regresar al Padre, le dirá que envíe otro Paráclito a los discípulos. El término ‘paráclito’ (en griego, la preposición ‘para’, = junto a…; y el verbo ‘kaléo’ = llamar) es explicado en el mismo texto, el Paráclito es enviado por el Padre ‘para que esté con ustedes’. Quizá porque en 1Juan 2,1 el autor dice que Jesús es paráclito, el evangelio de hoy afirma que el Padre enviará ‘otro’, con la indicación de que ‘estará siempre’, mientras que Jesús deja a los discípulos para regresar al Padre.
El Paráclito es el «Espíritu de la verdad»; en el evangelio según San Juan, la verdad es la revelación que hace Jesús; la verdad son las palabras de Jesús, su Evangelio que hace libre al ser humano (véase Juan 8, 31-32). De ahí que el Espíritu solo puede ser recibido por quien es discípulo de Jesús, es decir, por quien, movido por el amor a Jesús, ha decidido orientar su existencia según el Evangelio. Quienes viven según los criterios del mundo no pueden recibirlo porque, al igual que la revelación de Jesús, el Espíritu es don del Padre.
La segunda revelación enmarcada por el amor como obediencia en la fe consiste en la venida del Hijo y la comunión profunda con el discípulo. Jesús se refiere a su retorno con una frase muy recurrente en los profetas del Antiguo Testamento cuando se refieren al juicio (véase Isaías 25, 9; Jeremías 30, 7; etc.): «Ese día». Pensamos que en este discurso de despedida la venida de Jesús es un acontecimiento que comenzó a ser realidad a partir de su resurrección, de modo el fruto de la Pascua es la presencia de Jesús en quien lo acoge por la fe, en quien le presta la obediencia de la fe al Evangelio.
Quien ama a Jesús, orienta su existencia según el Evangelio, es decir, se hace discípulo suyo, y este discípulo, por la obediencia al Evangelio, está unido a Jesús y, por él, al Padre: «Al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré.»
Imágenes: Heraldos en Costa Rica
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