LITURGIA Mayo 15 El intérprete de la revelación de Jesús

Con la solemnidad de Pentecostés se clausura el «gran día de Pascua», la cincuentena pascual. El obsequio del Resucitado a sus discípulos es la donación del Espíritu…
Desde esta consideración se comprende también que la salvación que Dios ofrece se realiza en la historia del mundo y en la existencia de cada persona por el envío del Hijo y el envío del Espíritu. Dicho de otra forma, para salvar el mundo el Padre envía al Hijo y al Espíritu Santo. La celebración de este último domingo de Pascua es ocasión para tomar consciencia de la misión del Espíritu en el cumplimiento del proyecto de Dios para los discípulos de Jesús y para el mundo.
Los diferentes textos de la celebración de hoy presentan la misión del Espíritu en primer lugar en relación estrecha con la misión de Jesucristo, el prefacio de la plegaria eucarística reza: «para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo». Las lecturas bíblicas de la misa destacan la misión del Espíritu como hermeneuta o intérprete de las palabras de Jesús: «El Paráclito, el Espíritu Santo, será quien se lo enseñe todo recordándoles todo cuanto les he dicho».
En la primera lectura de la misa de este domingo (Hechos 2, 1-11) la recepción del Espíritu se manifiesta por la glosolalia: «todos quedaron llenos el Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, con el lenguaje que el Espíritu le inspiraba a cada uno»; pero ello sería poco si no estuviera en continuidad con la misión de Jesús, y por ella pasa a un primer plano el tiempo nuevo inaugurado por la presencia del Espíritu en el que «todos oímos hablar en nuestra lenguas de las grandezas de Dios».
El don del Espíritu habilita a los discípulos para hacer reconocible la salvación por todos los hombres, el Espíritu hace que la Iglesia en cada tiempo y lugar presente a los hombres de manera inteligible, y por ello creíble, el proyecto de Dios revelado en Jesucristo. La comunidad cristiana asistida por el Espíritu Santo es capaz anunciar el Evangelio de Jesucristo para iluminar a cada persona cómo Dios está salvándola en su historia concreta.
El segundo texto (Romanos 8, 8-17) viene a decir que la misión del Espíritu es crear sentido. En estos versículos hay dos afirmaciones paralelas para expresar el dinamismo de la vida cristiana: «el Espíritu de Dios habita en ustedes», «Cristo está en ustedes».
La presencia de Cristo hace referencia al hecho de acoger el acontecimiento Jesucristo, Jesucristo se revela como el camino hacia la verdadera vida, Él manifiesta que el ser humano ‘está llamado a…’; por su parte la presencia del Espíritu en el discípulo le lleva a comprender que no está obligado al instinto, que, liberado por la Pascua de Jesús, el discípulo está orientado hacia la verdadera vida. Así actúa el Espíritu: haciendo realidad la libertad del cristiano.
El texto del evangelio (Juan 14, 15-16.23b-26) se divide en tres partes, las dos primeras presentan dos afirmaciones muy semejantes que dan pie a sendas promesas, la tercera parte viene a ser como la garantía para que el discípulo pueda acceder a las promesas.
«Si me aman, guardarán mis mandamientos», «el que me ama, guardará mis palabras», estas son las dos afirmaciones en donde ‘mandamientos’ equivale a ‘palabras’. Hace tres domingos se escuchó también este binomio amor/palabra en boca de Jesús hablando del mandamiento nuevo. Es discípulo quien acoge la palabra de Jesús y esta obediencia de la fe al proyecto de Dios revelado por Jesús impulsa al discípulo a amar. Un hombre o mujer no es creyente auténtico si no es amador o amadora con el amor recibido de Dios.
La existencia del discípulo se da amando a partir de acontecimiento de acoger la palabra, dicho de otro modo: nace un discípulo cuando se actualiza la revelación en una persona. Y precisamente la misión del Espíritu consiste en actualizar la revelación en el discípulo: «el Espíritu será quien se lo enseñe todo recordándoles todo cuanto le he dicho».
El Espíritu esclarece a los discípulos las palabras (mandamientos) de Jesús y su misión de enseñar la realiza recordando, pero aquí recordar más que superar ‘lagunas de memoria’ es tomar consciencia, comprender mejor. El Espíritu Santo actualiza de forma creativa la existencia de los discípulos a lo largo de todas las épocas de la historia de la Iglesia de manera que la experiencia cristiana no se quede en la añoranza por repetir cosas o costumbres de pasado. El Espíritu hace posible que los hombres y mujeres de cada generación sean fieles y acojan el proyecto de Dios desde su propia historia.
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