LITURGIA Marzo 8 Hijo de Dios e Hijo del hombre

El domingo pasado la oración colecta de la misa nos inspiró como trabajo de la Cuaresma acoger la gracia para profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo y así…
El Hijo de Dios se manifiesta con su rostro brillante como el sol y su vestido blanco como la luz; el Hijo del hombre baja de la montaña y anuncia a sus discípulos su destino de muerte y resurrección.
Por su parte, la oración colecta de hoy presenta la gracia de la Cuaresma como obediencia a la palabra para trasformar nuestra manera de percibir el misterio: ‘aliméntanos con el gozo interior de tu palabra para poder contemplar con mirada limpia tu gloria’. Para participar de la Pascua es preciso purificar la mirada.
Como se puede advertir en el leccionario de estos domingos de Cuaresma, la segunda lectura nos ofrece una buena clave de interpretación y una ayuda para armonizar las tres lecturas. El texto de la segunda lectura de hoy (2 Timoteo 1, 8b-10) comienza presentando la salvación como iniciativa de Dios quien «nos llamó con una vocación santa» y concluye afirmando que esta salvación se ha hecho visible ahora en Cristo, en quien brilla la vida y la inmortalidad.
La mención de la llamada de Dios que salva retoma, desde la segunda lectura, el episodio de la vocación de Abrahán que escuchamos en la primera lectura (Génesis 12, 1-4a): «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre hacia la tierra que yo te mostraré (…) Haré famoso tu nombre y serás una bendición». Por su parte, la conclusión del texto de la carta a Timoteo ‒«Cristo Jesús destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio»‒ nos orienta hacia la gloria revelada en Cristo; de esta forma somos conducidos desde la primera lectura hasta la escena de la transfiguración con que nos encontramos en el evangelio (Mateo 17, 1-9).
El relato de la transfiguración viene a ser la antítesis de las tentaciones que oímos el domingo pasado; hace ocho días, en la tercera tentación, el demonio subió a Jesús a un monte alto, hoy es Jesús quien propone a tres de sus discípulos más cercanos subir con él a un monte alto; en el monte de la tercera tentación el diablo mostró a Jesús todos los reinos del mundo, en el monte de la transfiguración se manifiesta la complacencia del Padre por la obediencia de Jesús.
Visto así, uno y otro episodio coinciden en el tema central: la identidad de Jesús, Hijo de Dios. «Si eres Hijo de Dios…», decía el tentador; hoy el Padre afirma «Este es mi Hijo muy querido».
Al bajar del monte, Jesús ordenó a Pedro, a Santiago y a Juan que guardaran silencio: «no cuenten a nadie la visión». El texto griego acude al término ‘horama’ cuando Jesús se refiere a la experiencia de los discípulos en el monte alto, término que se suele traducir como ‘visión’ en el sentido de develamiento (véase Hechos 10, 3; 16, 9; 18, 9). Según esto, estamos ante un episodio valorado como revelación. La reacción de los discípulos es similar a la del vidente en Apocalipsis 1, 17: «Al verlo, caí a sus pies como muerto. Pero él puso la mano derecha sobre mí y me dijo: ‘No temas.’». Desde esta perspectiva la transfiguración es una revelación acerca de Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre.
En la secuencia del leccionario, el episodio del evangelio de este domingo nos revela en la cima del monte alto que Jesús es el Hijo de Dios, que rechazó el dominio del diablo; y en el descenso nos devela el destino del Hijo del hombre, que, por su obediencia al proyecto del Padre, será rechazado por los dirigentes del pueblo y entregado a la muerte, pero que también resucitará de entre los muertos
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