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LITURGIA Marzo 19La imagen del agua viva para revelar el don del Espíritu que concede vida eterna

16 de marzo de 2017
LITURGIA Marzo 19La imagen del agua viva para revelar el don del Espíritu que concede vida eterna

Después de haber leído en el evangelio de la Misa dominical los episodios de las tentaciones y la transfiguración, entramos en la segunda parte de los domingos de…

En cada uno de estos episodios Jesús aborda a personas que terminan por hacer dentro del mismo episodio una profesión de fe en Él: Tú eres el Salvador del mundo, Tú eres el Hijo del hombre, Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. En la tradición litúrgica estos episodios se han empleado como textos que acompañan la última etapa de la preparación de los catecúmenos que participarán de la Pascua mediante el bautismo en la noche de la Vigilia; hoy los podemos aprovechar en nuestro trabajo cuaresmal para prepararnos a la renovación de los compromisos bautismales.

En el leccionario de los domingos de Cuaresma la segunda lectura nos ofrece una buena clave para llegar al sentido litúrgico de los textos bíblicos. Veámoslo hoy. San Pablo, en el texto de la segunda lectura (Romanos 5, 1-2.5-8) nos recuerda que gracias a la Pascua de Jesús el Padre del cielo nos ha justificado: «Por Él [por Jesucristo] hemos alcanzado, mediante la fe, el estado de gracia (…) y por Él nos congratulamos de poder tener parte en la gloria de Dios».

Sin embargo, constatamos que la vida nueva –vida de justificados– no es perfecta, pues hay ocasiones en las que el pecado parece tener dominio sobre nosotros. Frente a ello el Apóstol afirma que la justificación la tenemos en esperanza y esta esperanza se funda en el hecho que «el amor de Dios inunda nuestro corazón gracias al Espíritu Santo que hemos recibido». En el texto de la segunda lectura la presentación del don del Espíritu mediante la imagen del agua ‘que nos inunda’ nos evoca el episodio de la primera lectura (Éxodo 17, 3-7) e igualmente nos prepara al diálogo en el que Jesús promete a la mujer samaritana, a través de la imagen del agua viva, el don del Espíritu que nos concede vida eterna.

Vayamos al texto del evangelio (Juan 4, 5-42), éste tiene tres partes, en la primera, el evangelista nos la escena como cumplimiento del proyecto salvífico de Dios; la segunda parte está constituida por el diálogo de Jesús con la mujer samaritana y en la tercera se concluye con la confesión de fe de los habitantes de la aldea samaritana.

El capítulo 4 del evangelio según San Juan principia diciendo que Jesús realiza un viaje desde Judea hasta Galilea, en versículo 4, 4 –inmediatamente anterior al texto que leemos en la Misa– el narrador advierte que Jesús ‘debía’ pasar por Samaría; este ‘debía’ o ‘tenía que’ –en griego ‘edei’, del verbo ‘dei’, ser necesario– puede referirse a la ruta de Judea a Galilea.

Sin embargo, el evangelio de Juan se suele acudir al verbo griego ‘dei’ para referirse al proyecto de Dios en Jesucristo (así en 3, 14; 9, 4; 10, 16; 12, 34). Desde esta perspectiva tenemos que los encuentros de Jesús, primero con la mujer samaritana y luego con la aldea entera, hacen parte del proyecto de Dios de dar vida; esto puede corroborarse con la expresión de Jesús a sus discípulos cuando lo invitan a comer: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra».

Pasando a la segunda parte del evangelio de este domingo, vemos que el diálogo de Jesús con la samaritana se desarrolla como una revelación progresiva que avanza pasando por tres temas: el agua, el culto verdadero y finalmente la identidad del Mesías prometido. En este diálogo es Jesús quien toma la iniciativa, por su parte, la mujer aporta su esperanza fundada en la tradición de su pueblo.

Jesús aborda a la mujer con una invitación que implica una participación activa por parte de ella; no le pide llanamente agua, sino que demanda que le dé de beber. La respuesta de la mujer evidencia la rivalidad étnica entre judíos y samaritanos, el inciso del narrador hace más tensa esta hostilidad: «Los judíos, en efecto, no se tratan con los samaritanos». Pero la mujer desafía la tradicional rivalidad y plantea una relación personal, de la historia de hostilidad cruza hacia el encuentro personal que se produce hoy: ¿tú a mí?; al desligarse del odio étnico, la mujer se abre a la revelación de Jesús y con ello al don de Dios.

Mediante la metáfora del ‘agua viva’ Jesús presenta el don de Dios; el ‘tener que pasar’ por Samaria, de inicio del capítulo 4, se presenta ahora como la sed que tiene Jesús. Esto nos permite comprender que el proyecto del Padre implica despertar en la mujer –y en cada ser humano, en general– el deseo de tener agua viva. Este plan divino lo expresa el prefacio de la Misa de este domingo: «al pedir [Jesús] de beber a la Samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella el fuego del amor divino».

«El agua que yo le daré se volverá en él [en quien la reciba] un manantial que salta hasta la vida eterna». ¿En qué consiste este don de Dios presentado simbólicamente como agua viva? En un pasaje similar al que leemos hoy, el mismo evangelio según San Juan nos lleva a pensar que este don de Dios simbolizado en el agua es el Espíritu Santo. En el evangelio de la Misa de la Vigilia de Pentecostés (Juan 7, 37-39) escucharemos que Jesús hizo en voz alta este llamamiento: «El que tenga sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba» y el narrador a continuación explica que de esta forma se cumplía lo anunciado en la Escritura sobre el manantial de agua viva y que «con este llamamiento se refería Él al Espíritu que iban a recibir los que creyeran el Él». Por medio de la imagen del agua viva, Jesús anuncia el don del Espíritu que nos concede vida eterna.

La segunda parte del diálogo tiene por tema el culto verdadero; esta parte se abre con una provocación de Jesús: «Ve a llamar a tu marido y vuelve», la mujer responde que no tiene marido. Este cruce de frases nos lleva a pensar en la alianza, principalmente si tenemos en cuenta textos como Oseas 2, 18; Isaías 54, 5 e Isaías 62, 4-5: «Ya no te llamarán “La abandonada”, ni a tu tierra le dirán “La desolada”; te llamarás “Preferida, y “Esposa” se llamará tu tierra, porque eres la predilecta del Señor, y Él te toma por esposa. (…) Dios, al reconstruirte, se desposará contigo».

La confirmación por parte de Jesús sobre la situación de la mujer –la situación del pueblo sin Dios– hace que ella lo reconozca como un profeta y en consecuencia le plantea el tema de las tradiciones religiosas de cada uno de los pueblos, judío y samaritano, que proponen dos lugares de culto. En el contexto de la alianza, la mujer pregunta al hombre de Dios: ¿Dónde encontrar al verdadero marido?, ¿dónde encontrar al verdadero Dios?

Jesús va más allá de la alternativa que han elaborado las dos tradiciones religiosas y plantea el inicio de un tiempo nuevo –«Llega la hora (…) se acerca la hora»– caracterizado por un conocimiento de Dios como ‘Padre’. Este tiempo nuevo en el evangelio de Juan es el tiempo inaugurado con la Pascua de Jesús; en este tiempo nuevo el Espíritu mueve al creyente a orar, pues es el Espíritu quien «nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Romanos 8, 15). Pero también el culto de este tiempo nuevo se realiza «en la verdad»; en el mismo evangelio según San Juan, la ‘verdad’ es la revelación de Dios en Jesucristo, de modo que en el tiempo inaugurado por la Pascua de Jesús la oración es acción del Espíritu en el creyente y el orante se dirige al Padre desde la verdad del Evangelio.

El narrador inicia la tercera parte del diálogo haciendo que la mujer proponga el tema del Mesías esperado, con este recurso se prepara la situación para que sea Jesús quien se revele «Ese soy yo». Esta revelación personal hace que la mujer proponga a sus paisanos vivir esta experiencia de descubrimiento.

Imagen: En la Escuela de las Escrituras - WordPress.com

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