LITURGIA Diciembre 11Dios está creando las condiciones para acoger al Mesías

Los textos que propone el Misal para la celebración de hoy nos encaminan hacia la búsqueda de la comunión de vida con Dios, fuente de la verdadera alegría, y de este…
La antífona de entrada de la Misa de hoy acentúa la alegría cristiana de estas semanas previas a la Navidad: «Estén siempre alegres en el Señor, lo repito, estén alegres. El Señor está cerca» (Colosenses 4, 4-5). Por eso a este domingo, el III de Adviento, se le ha llamado ‘Dominica gaudete’. No se puede perder de vista que la invitación a estar alegres tiene fundamento en la proximidad de la Navidad.
En continuidad, la oración colecta confiesa que la Navidad es una fiesta de gozo y salvación y de ahí que la petición de la misma oración demande de Dios la gracia recibir de Él la verdadera alegría para así estar bien dispuestos para recibir a Cristo en la Navidad. La alegría que es fruto de la comunión con Dios es la disposición necesaria para participar de la celebración de la Navidad.
La primera lectura (Isaías 35, 1-6a.10) anuncia la alegría por el ‘nuevo éxodo’ que representa el retorno del pueblo de Israel después del destierro a Babilonia; en este anuncio del profeta la vuelta al país significa de una parte la superación de las debilidades del cuerpo: «Fortalezcan al que va con los brazos caídos, robustezcan al que tiene encogidas las piernas»; y de otra realiza la rehabilitación de las personas, pues no se trata de continuar arrastrando secuelas del mal: «entonces los ciegos recobrarán la vista, los oídos sordos se abrirán, los cojos tendrán agilidad de venados, los mudos cantarán».
Sobre estas dos caracterizaciones de la intervención de Dios podemos entender que el restablecimiento de la dignidad del ser humano es el ámbito en donde empieza a realizarse la salvación, y este restablecimiento es obra de Dios.
El evangelio de la Misa de hoy (Mateo 12, 2-11) tiene dos partes, en la primera se nos refiere la respuesta de Jesús a la ansiedad de Juan el Bautista, en la segunda oímos de labios de Jesús un elogio de la persona y misión de Juan.
La primera parte produce cierta inquietud en el lector atento. El domingo pasado escuchamos en el evangelio que Juan el Bautista predicaba en el desierto e invitaba a la conversión para acoger al que viene a continuación de él, en la liturgia reconocemos que Juan no solo proclamó ya próximo al Mesías, sino que lo señaló después entre los hombres; y ahora Juan resulta con dudas sobre las obras mesiánicas de Jesús hasta el punto de enviarle mensajeros para preguntarle: «¿Eres tú el que debe venir, o tenemos que esperar a otro?».
Reconocemos aquí una expresión de ansiedad de Juan el Bautista por la llegada del Reino, ansiedad de la que a veces participamos nosotros. En este contexto la invitación de la carta de Santiago que leemos en la segunda lectura (Santiago 5, 7-10) que pone delante de nosotros la paciencia con la que un el agricultor asume el tiempo de la lluvia en el invierno y en la primavera y espera que la cosecha vaya madurando.
La respuesta de Jesús los enviados de Juan tiene dos partes, en la primera los remite a lo que ellos experimentan –‘ver y oír’–, en la segunda escuchamos una bienaventuranza: «¡Dichoso quien no se decepciona de mí!».
La primera parte de la respuesta nos recuerda el texto de Isaías de la primera lectura, allí reconocemos que Dios va creando unas condiciones para que el ser humano llegue a reconocer y acoger la salvación. Al no decir el texto del evangelio que en ese momento Jesús hizo alguna
curación o realizó algún anuncio kerigmático en presencia de los enviados de Juan, el evangelista nos está remitiendo al tiempo de la salvación más que los milagros de Jesús.
Entendida así la intención del narrador, vemos que la bienaventuranza que cierra esta primera parte del evangelio es una invitación de Jesús a aceptar la experiencia de salvación que ya ha comenzado a manifestarse en medio de los hombres: «¡Dichoso quien no se decepciona de mí!». Aquí el leccionario colombiano con el término ‘decepciona’ está traduciendo el verbo griego ‘skandalizo’, que tiene el sentido de ‘ofrecer obstáculo’, ‘poner zancadilla’. En el relato de San Mateo, Jesús vuelve a emplear este mismo verbo en el contexto de su pasión: «Todos ustedes van a escandalizarse de mí esta noche». «¡Pedro le dijo: ‘Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré’» (Mateo 26, 31-33).
El mensaje central del evangelio de este domingo se puede formular como la invitación a confiar en la historia de Jesús, de sus obras, y a implicarse en ellas. La salvación ocurre cuando Dios interviene manifestándose en la historia de las personas para abrir en la experiencia personal de cada uno un camino que conduce a la plenitud de vida que Dios quiere para todo ser humano.
Hay cristianos ansiosos como Juan el Bautista que tenemos la mirada en el horizonte del Reino, a todos Jesús nos invita hoy a emprender el camino de la construcción del Reino desde el reconocimiento de la acción de Dios en lo íntimo de cada uno y desde ahí implicarnos en la historia de salvación.
Imagen: diostube
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