Liturgia: Comentario al Evangelio del domingo
Jesús visita por última vez a Jerusalén y al ver la ciudad se echó a llorar. El Templo deslumbra por su belleza, pero allí no se está predicando el Reino de Dios, solo una falsa ilusión de eternidad. La destrucción tanto del Templo como de la ciudad de Jerusalén no serán otra cosa que el final de toda una etapa de la Historia de la Salvación.
Según san Lucas, la predicación de Jesús se convierte en un discurso sobre los acontecimientos del final, no tanto para describirlos detalladamente, sino para que la comunidad comprenda que no vendrá enseguida y que la fidelidad a Él traerá persecución, pero que, con el testimonio de fe y la perseverancia en el tiempo presente hasta el final, todos conseguirán la vida.
Esa fue la advertencia que Jesús hizo a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros. En efecto, así fue siempre, así es hoy, y así será mañana: los cristianos hemos vivido, vivimos y viviremos una historia larga, difícil, conflictiva, de confusión, de incertidumbre, de burlas y persecuciones. Una realidad que nos ofrece a todos nosotros la ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Hermanos: Jesús nos invita a dar testimonio de nuestra fe, máxime en los días difíciles como los que ahora estamos viviendo en Colombia y en el mundo entero. El nos dará palabras y sabiduría, es decir, luz y fuerza para leer, discernir de una manera lúcida y responsable, los signos de los tiempos actuales, no a partir de visiones puramente políticas o sociológicas, sino siempre a la luz del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Esto quiere decir que ingenuidad, lamentos, resignación, silencio, triunfalismo, no es lo que el Señor quiere ni espera de nosotros en el hoy de la Historia de la Salvación. Es el tiempo del testimonio.
Y que nadie nos engañe, ni vayamos tras aquellos que se proponen separarnos de Jesucristo, origen y fundamento de nuestra fe, y del magisterio de la Iglesia. Jesús nos quiere testigos humildes pero valientes de su amor por nosotros.
Hermanos: desconcertados y avergonzados por la violencia y la corrupción, ¿cómo vivimos y celebramos nuestra fe en Dios? ¿Lo hacemos con valentía, lucidez y sentido de responsabilidad? La fe que profesamos no nos permite hundirnos en la desesperanza, pero tampoco en el silencio y la inactividad. La perseverancia que Jesús nos pide es otra cosa bien distinta: es testimonio lúcido y valiente en el tiempo presente.
Lo que más debe preocuparnos es cómo alimentar y enriquecer nuestra vida espiritual para ser mejores seguidores de Jesús y testigos suyos, llenos de valor y entusiasmo en la Colombia de nuestros días.
Saludo y bendición para todos. Padre Carlos Marin Gutiérrez
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