LITURGIA Agosto23 Cuando la fe no está abierta a la trascendencia

Finalizamos la lectura del capítulo seis del evangelio según San Juan que hemos venido siguiendo los últimos cinco domingos en la Misa. En este capítulo Jesús, mediante…
El evangelio de la Misa de este domingo (Juan 6, 60-69) tiene dos partes, en la primera hallamos las objeciones de un grupo de discípulos y en la segunda la profesión de fe de Simón Pedro. Los domingos anteriores el texto del evangelio de la Misa presentaba en la parte inicial a los judíos murmurando. Recordemos que el verbo ‘murmurar’ (en griego ‘goggizo’) aparece en los episodios del pueblo de Israel en el desierto para mostrar el desacuerdo con el proyecto de Dios (véase Éxodo 16, 2; 17, 3; Números 14, 2) podemos entender que ‘murmurar’ es estar en desacuerdo con la forma como Dios está realizando la salvación; murmurar es desear que la salvación se realice de otra manera.
Pues en el evangelio de este domingo quienes murmuran son un grupo de discípulos de Jesús, ellos manifiestan que las palabras del Maestro son difíciles de comprender: «¡Qué enseñanza tan difícil! ¿Quién puede entenderla?» En el texto griego literalmente se habla de lenguaje ‘duro’ (‘sklerós’). Jesús ha venido explicando que Él viene de Dios (es el pan que baja del cielo), que se entrega a sí mismo para que el mundo tenga vida: «El pan que voy a dar es mi carne para la vida del mundo», y que Él responde adecuada y suficientemente a los anhelos más profundos del ser humano: «Mi carne es verdadera comida».
A un grupo de discípulos les resulta inaceptable esta revelación que hace Jesús, quizá porque la propuesta del Evangelio choca contra la idea de Dios que se han formado y porque esperan otro tipo de salvación. Probablemente los críticos de Jesús no están muy dispuestos a «trabajar en el trabajo que el Padre quiere». Pensamos que en el fondo la murmuración de los discípulos surge desde una fe que no está abierta a la trascendencia. Resulta lugar común llamar fe al simple anhelo de lograr satisfacer las esperanzas humanas, una fe encerrada en los horizontes del mundo.
A esta murmuración que aflora porque no queremos ser conducidos por el Padre hacia Jesús, Jesús mismo responde en primer lugar contrastando la crítica de los discípulos con su regreso al Padre: el pan que ha bajado del cielo, subirá al Padre. Mientras que a estos hombres les resulta inaceptable la manera como Dios está realizando la salvación por la encarnación de Jesús, Jesús anuncia la culminación de la encarnación con la glorificación.
En segundo lugar, Jesús amplía su respuesta recordando lo que ya había dicho a Nicodemo: «De la carne nace lo carnal; en cambio, del Espíritu nace lo espiritual» (Juan 3, 6). Aquí no se está hablando de dos principios (materia/espíritu). Recordemos que en el evangelio según San Juan el término ‘carne’ indica la existencia concreta, limitada, precaria, del ser humano. En el contexto, Jesús manifiesta que el ser humano se encuentra en incapacidad de alcanzar la verdadera vida.
La ‘carne’ –el ser humano– se encuentra en incapacidad para comprender el proyecto de Dios, de ahí la necesidad de la revelación, del Espíritu, esto es, del soplo de Dios que hace entender todo. El ser humano anhela, intuye, busca, pero esos anhelos, esas búsquedas, necesitan ser respondidas y satisfechas solo por Aquel que puede responder adecuadamente: el pan que Dios envía, la persona de Jesucristo que es verdadera comida.
En la segunda parte del evangelio de la Misa de este domingo nos presenta la confesión de fe cristiana expresada por Simón Pedro: en nadie más que en Jesucristo encontramos la verdadera vida: «¡Tú tienes palabras de vida eterna!» En nadie más que en Jesucristo el hombre encuentra la verdadera vida: «¿A quién vamos a ir?»
El Padre del cielo da la fe para acoger la revelación de Jesús, es don del Padre este despertar la fe para ser discípulo de Jesús, pero la libertad del hombre se resiste a dejarse conducir hasta aquel que es la Palabra que da la vida verdadera.
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