LITURGIA Agosto 6 La iniciativa de Dios de revelar a su Hijo

Los textos de la celebración litúrgica de esta fiesta nos orientan hacia el acontecimiento de la revelación como manifestación de Dios y participación del hombre en la vida divina. En la oración colecta de esta fiesta, la Iglesia confiesa que en la Transfiguración Dios (Padre) confirma los misterios de la fe mediante el testimonio de los profetas, en el prefacio, que Jesús revela su gloria a los discípulos para librar sus corazones del escándalo de la cruz.

Con esta revelación el Padre del cielo manifiesta al mismo tiempo nuestra adopción de hijos suyos y así la oración colecta pide que por el misterio de la Transfiguración, lleguemos a participar de la misma gloria de Cristo. En igual sentido, el prefacio confiesa que la gloria de Cristo alcanzará a todo su cuerpo, la Iglesia. Al final, en la poscomunión, pedimos que la participación en el banquete de la Eucaristía nos transforme a imagen de Aquel que Dios ha manifestado.

Al confirmar los misterios de la fe, Dios revela la vocación del ser humano a ser como Jesucristo.

La primera lectura (Daniel 7, 9-10.13-14) presenta el inicio del juicio que realizará Dios. Es útil recordar que en la Escritura la actividad de juzgar por parte de Dios es algo diferente a un mero acto legal de aplicación de leyes. En la tradición católica, cuando la Escritura dice que Dios juzga, entendemos que Dios justifica, que hace justo al ser humano; lo traslada, por así decir, de una situación de injusticia o pecado a una situación de justicia o santidad. Según esto, en la visión de Daniel se presenta a un hombre (un hijo de hombre) que recibe de Dios el poder para justificar. Así esta visión nos ambienta para la escena del evangelio.

En el conjunto del relato del evangelio según San Mateo, la escena de la Transfiguración que leemos en la fiesta de hoy (Mateo 17, 1-9) viene a ser como el espejo de la confesión de fe de Pedro (Mateo 16, 13-20), la respuesta del apóstol sobre la identidad de Jesús es ratificada por el Padre en la revelación de la Transfiguración.

Al final del texto del evangelio de hoy, el evangelista notifica la experiencia de los apóstoles en el monte alto y apartado como una visión, en el texto griego ‘horama’: «les ordenó Jesús que no contaran a nadie la visión». En la Escritura muchas veces la visión es el recurso al que Dios acude para revelar algo a alguien, quizá sea en el Apocalipsis (y en el género apocalíptico) donde más esté presente esta forma. Es Dios quien ‘lleva a ver’ y generalmente esta experiencia está conformada por una visión, la audición de una voz, la mención del vidente que cae a tierra y el llamado al vidente a no temer (véase Apocalipsis 1, 17).

En la Transfiguración, Dios infunde a los discípulos la visión de Cristo glorificado para revelarles así la divinidad de Jesús. El rostro de Jesús se puso brillante como sol, algo que Jesús refirió al final de la explicación alegórica de la historia del trigo y la mala hierba: «los justo brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (13, 43).

Mientras que Pedro formula con delicadeza «Si quieres, hago aquí tres enramadas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», una nube cubre a los personajes celestes. La nube prevalece sobre las enramadas que proyecta el hombre. Lo central de todo el relato es la voz del Padre para presentar a Jesús como su Hijo y su revelador: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo mi complacencia. Escúchenlo».

Por su parte, los discípulos desean retener a Jesús, Moisés y Elías, en este propósito Pedro quiere hacer tres enramadas, pero es la nube la que cubre a los tres personajes. La iniciativa de Dios supera el deseo del hombre. En la Transfiguración no solo se nos revela la divinidad de Jesús, sino que se anticipa la plenitud de gloria a la que el Cristo está llamado todo ser humano.