LITURGIA Agosto 14 El destino de Jesús y su impacto sobre los discípulos

En la lectura que se viene siguiendo del evangelio según San Lucas, el domingo pasado Jesús explicaba mediante dos parábolas cómo el amante –el corazón del discípulo–…
La situación del profeta Jeremías que presenta la primera lectura (Jeremías 38, 4-6.8-10) retoma el contraste entre quienes se amoldan al ambiente y los que buscan vivir en fidelidad a la alianza que Dios ofrece al ser humano. Ante la amenaza que representa el asedio del ejército de Babilonia a la ciudad de Jerusalén, Jeremías ha denunciado las falsas esperanzas que en Jerusalén muchos establecen en ritos vacíos de liturgias en el templo y en pactos con potencias extranjeras; los aristócratas encuentran que es necesario silenciar con la muerte al profeta, pues su predicación viene desmoralizando al ejército y no busca el bien del pueblo.
El pasaje de Jeremías prepara a la asamblea para oír la advertencia de Jesús que se oye en el evangelio, este texto (Lucas 12, 49-53) tiene dos partes, en la primera Jesús anuncia su destino y en la segunda revela el impacto de su obra sobre los demás.
La primera parte se abre con la confesión misma de Jesús sobre su conciencia de enviado con una misión salvífica: «Yo vine». Así los versículos que se leen enseguida se reciben en continuidad con la lectura del relato de Lucas que se está siguiendo y en donde Jesús viene explicando qué quiere decir que él es el Mesías de Dios (véase Lucas 9, 20-22).
A continuación de esta confesión como ‘el Enviado’, Jesús anuncia su destino a través dos imágenes que él mismo comenta: fuego y bautismo. ¿Qué quiere decir Jesús al identificar su misión salvífica como ‘encender fuego en el mundo’? La expresión del texto griego ‘pyr balein epí tén gen’ –literalmente ‘lanzar fuego sobre la tierra’– evoca el episodio de la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 19, 24) o la amenaza de Santiago y Juan a los habitantes de la aldea en Samaría por no alojar a Jesús (Lucas 9, 54).
Pero el contexto, después de escuchar a Jesús afirmando su conciencia de ser enviado a salvar, pide de su parte una acción diferente a la de destruir el mundo. Aquí conviene más asociar la imagen del fuego con su empleo para iluminar, calentar, crear comunión. Semejante a la experiencia de una fogata que en la noche congrega, crea un ambiente, alegra. En este caso la imagen del fuego lanzado sobre la tierra lleva a pensar en el don del Espíritu Santo.
Jesús expresa su misión salvadora como inaugurar el tiempo del Espíritu, tiempo, por lo demás, anunciado en las esperanzas mesiánicas de los profetas de Israel (véase Isaías 32, 15; Ezequiel 39, 29; Joel 3, 1). En este ambiente Jesús expresa su aspiración de ver realizada ya su misión: «¡Y cómo deseo que ya estuviera ardiendo!», pero este nuevo tiempo tiene que esperar, pues solo se abre por su bautismo y en este punto la segunda imagen.
Jesús advierte que su anhelo del tiempo del Espíritu requiere previamente de su propio bautismo: «Pero tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo sufro esperando que llegue ese momento!» Aquí el término bautismo nos remite a los sufrimientos por los que ha de pasar el Mesías (véase Marcos 10, 38-39), es decir su pasión, muerte y resurrección. El Espíritu Santo es el don de la Pascua de Jesús para el mundo.
En la segunda parte del evangelio de este domingo Jesús anuncia el impacto de su misión sobre los discípulos: irán a estar divididos. El tiempo del Espíritu inaugurado por la Pascua de Jesús impulsa a los discípulos a vivir la tensión entre el Reino y la historia y esta tensión es tan profunda que
sacude los mismos vínculos familiares, de modo que la unión entre los miembros de la comunidad de discípulos llegará a ser más fuerte que los lazos de sangre.
Las cifras en esta imagen de una familia dividida no admiten posibles arreglos o pactos, serán dos contra tres o tres contra dos, no hay posibilidad de empate. El discípulo siempre se verá confrontado, para él no habrá oportunidad de tregua con el mundo.
Y esta confrontación estará presente en el mundo laboral: la relación padre/hijo, en tiempo de Jesús, hace pensar en el legado de un oficio; estará presente en el ámbito de las tareas domésticas y en la transmisión de la cultura: la relación madre/hija lleva a situarse en el seno de la vida hogareña, la ‘caseidad’, desde donde se transmite junto con la vida la cultura; esta confrontación que trae el Reino afectará también el ámbito social y público: la relación nuera/suegra pone de presente la casa de otro.
Imagenes: www.semana.com, www.ebookscatolicos.com
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