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LITURGIA - Acoger la gracia del misterio de la encarnación

20 de diciembre de 2020
Evangelio
Corre la cuarta semana de Adviento, la Iglesia nos invita a prepararnos para la Navidad y a fijar nuestra mirada en el mirada en el misterio de la encarnación

. La reforma litúrgica del Vaticano II se hizo fundamentalmente sobre la idea de favorecer una mayor ‘participación’ de los fieles, no únicamente en los ritos mismos sino principalmente en el misterio que se celebra. El rezo de la Novena del Aguinaldo y los textos litúrgicos de estos días ponen delante de nosotros los acontecimientos que rodean el nacimiento de Jesucristo y todo ello con el propósito de llevarnos a ‘participar en el misterio de la encarnación’.

La oración colecta de la misa de este domingo propone la encarnación del Hijo de Dios como el inicio de un camino que conduce, por la entrega de la vida, a la plenitud de vida en la resurrección; nos invita este texto a ir más allá de las escenas que evoca el pesebre y fijarnos en la meta: nuestra salvación.

Las lecturas bíblicas de alguna forma advierten de la imposibilidad del ser humano para hallar la salvación, de ahí que la salvación se presenta como pura gracia, puro don gratuito de Dios. En la primera lectura (2 Samuel 7, 1-5.8b-12.14a.16) David, con algo de remordimiento por una relativa prosperidad y por estar viviendo en casa de cedro, manifiesta el deseo de construir una casa para Dios. Por medio del profeta Natán Dios le revela que el hombre no construirá ninguna casa para Dios, por el contrario, es Dios quien mantendrá la ‘casa de David’, pues siempre habrá un descendiente suyo: «Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre».

Los versículos de la carta a los Romanos que escuchamos en la segunda lectura (Romanos 16, 25-27) presentan la salvación como el proyecto de Dios que ninguno conocía –misterio escondido– pero que él mismo lo vino revelando en las Escrituras y ahora precisamente realiza por Jesucristo. Este proyecto de salvación tiene alcance universal.

En la conocida escena del evangelio de la misa de este domingo (Lucas 1, 26-38), ante el anuncio del ángel, María también expone la imposibilidad del hombre: «¿Cómo será eso, si no conozco varón?». A lo que el mensajero celestial responde que la gente decía que Isabel era estéril, pero ella ya ha concebido un hijo, «porque para Dios nada hay imposible». Reconocemos en estos textos la libre y gratuita iniciativa de Dios para llevar al ser humano a participar de la vida divina.

El proyecto de la salvación universal lo realiza Dios en la historia de la humanidad merced al misterio de la encarnación, de manera que podemos entender la salvación como participar del misterio de la encarnación, es decir, entrar en la historia por la que Dios está acercándose a todo ser humano.

En el episodio de la anunciación el ángel le revela a María cómo se van cumpliendo las promesas hechas al pueblo de Israel y la forma de participación de la Virgen madre. Y cuando ella manifiesta la imposibilidad humana de llevarse a cabo este proyecto, su interlocutor le dice que es Dios quien obra; entonces María concluye expresando su disponibilidad para hacer parte de la historia de salvación.

Tenemos así un ejemplo de lo que quiere decir participar del misterio de la encarnación. Se comienza por acoger la revelación que nos indica que la salvación es un proyecto que Dios está realizando en la historia de cada ser humano y en la historia de la humanidad, y a partir de esta toma de conciencia descubrimos nuestra participación en este plan. Por el misterio de la encarnación la salvación llega a todo hombre y a toda mujer, pues «el mismo Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre» (Gaudium et spes, 21).

Por el misterio de la encarnación la salvación preparada en la alianza de Dios con el pueblo de Israel llega a adquirir alcance universal, el ángel revela que el hijo que concebirá María es hijo de David y

soberano del pueblo de Jacob, de esta forma se cumple la promesa hecha al rey y que escuchamos en la primera lectura. Pero hay más, este niño concebido sin participación de varón alguno es salvador (se llama Jesús, ‘Yahvé salva’), se le conocerá como Hijo de Dios. La salvación que alcanzamos por Jesucristo no es obra humana, es gratuidad de Dios.

Prepararnos para participar en la celebración de la Navidad es disponernos para reconocer en nuestra propia existencia la vida que Dios ofrece a todo ser humano, vida divina, vida de hijos de Dios. Al referirse al misterio de la encarnación, san Agustín decía del ‘admirable intercambio que nos salva: el Hijo de Dios se hace Hijo del hombre, para que nosotros, que somos hijos de hombres, lleguemos a ser hijos de Dios.

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