LITURGIA Abril 2Jesús se confronta con la muerte

Prácticamente finalizando las semanas de Cuaresma, la oración colecta de la Misa de este domingo nos propone como fruto de la conversión vivir del mismo amor que llevó a…
Hace tres domingos reconocimos en el encuentro con la samaritana que por el bautismo Jesús nos concede el don del Espíritu Santo, «manantial que salta hasta la vida eterna». El domingo pasado el signo del ciego de nacimiento que comenzó a ver nos llevó a comprender la Iniciación cristiana como proceso de iluminación. Hoy, Jesús ante la tumba de Lázaro se ve confrontado con su propia muerte, desde esta conmoción Jesús abre para nosotros la esperanza en una vida que no se termina.
Como lo hemos hecho los domingos anteriores, proponemos aquí el texto de la segunda lectura como clave que nos permite acceder al sentido litúrgico de las lecturas bíblicas. Hoy escuchamos unos versículos de la carta de San Pablo a los Romanos (8, 8-11), estos se abren presentando una disyuntiva: vivir según el instinto o vivir según el Espíritu. En el texto griego esta disyuntiva de presenta con los términos ‘sárx’ –carne– y ‘pneuma’ –Espíritu–.
Para no caer en el dualismo ‘cuerpo/alma’ o ‘cosas materiales/cosas espirituales’ abordemos este texto de San Pablo desde la pregunta por el sentido de nuestra existencia: ¿para qué vivimos?; dicho en otros términos: ¿en qué consiste la vida? El mismo texto expone que hay quienes viven para satisfacer el instinto y hay quienes se dejan guiar por el Espíritu. Espíritu, así, en mayúscula, es decir el Espíritu de Dios. Los cristianos hemos recibido de Dios el mismo Espíritu que resucitó a Jesús para que oriente nuestra vida y de esta forma participamos de la salvación.
En la primera lectura (Ezequiel 37, 12-14) el profeta anuncia la salvación como la condición de la vida conducida por el Espíritu de Dios: «Pondré mi Espíritu de vida en ustedes para que vuelvan a vivir». La salvación que Dios nos ofrece en Jesucristo es presentada en este domingo como el cambio de estar viviendo según el instinto para pasar a la situación en el hombre se deja conducir por el Espíritu de Dios.
Este paso de una situación de no salvación a una de vivir la salvación lo podemos reconocer también en el evangelio (Juan 9. 1-45). Reconocemos cuatro partes en el texto: la ubicación de la escena, el encuentro de Jesús con Marta, el encuentro de Jesús con María y los judíos y, finalmente, el signo de Lázaro invitado a salir de la tumba.
El evangelista ubica la escena en dos tiempos, en el primero cuenta la situación de Lázaro y el informe de sus hermanas; en el segundo, mediante el diálogo con los discípulos Jesús manifiesta su firme propósito de ir a Judea, aquí la ‘prudencia’ de los discípulos sirve para develar la conciencia que Jesús tiene sobre su muerte y su confianza de vencerla.
Ante la aprensión de los discípulos Jesús manifiesta su seguridad en la victoria sobre la muerte porque es conducido por el Espíritu. En respuesta, Jesús se refiere a la prevención de los discípulos diciendo que «si uno camina de día, no tropieza, porque tiene la luz de este mundo para ver»; aquí la prudencia de los discípulos viene a ser como como la ‘luz de este mundo’ para salir airoso en este mundo. Enseguida Jesús pasa a cuestionar este tipo de prudencia: si uno «camina de noche, tropieza porque le falta la luz»; no es suficiente la astucia del mundo para mantenerse fiel en el ambiente hostil del mundo es necesario tener otra clase de luz: ¿el Espíritu del que habla la segunda lectura?
Jesús se encamina hacia su muerte y manifiesta su confianza porque ante ‘lo peligroso’ que significa ir a Judea, él no tropezará porque tiene la luz. No se enfrentará a la muerte con los artilugios de este mundo.
En la segunda parte, el encuentro con Marta, podemos reconocer el itinerario de la fe. En primer lugar Marte sale de su casa y expresa que la presencia de Jesús preserva de la muerte: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Aquí no hay reproche, por el contrario, Marta expresa su confianza en Jesús, reconociendo su presencia como la de un hombre de Dios y, al igual que el ciego del domingo pasado, dice que Dios no le puede negar nada a él: «Yo sé que Dios te concederá todo lo que le pidas». Marta también confía, con el resto de judíos de su tiempo, en la resurrección colectiva el último día.
Sobre esta confianza inicial, Jesús le revela a Marta –y a nosotros– que por medio de él –«Yo soy la resurrección y la vida– el creyente empieza a participar de la vida que Dios quiere para el ser humano: «El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí. No morirá para siempre», entonces invita a Marta a acoger esta vida: «¿Crees esto?»
Como si se tratara del proceso de la Iniciación Cristiana, Marta pasa de la confianza en un vínculo privilegiado entre Jesús y Dios al reconocimiento del Mesías: «Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo», y por esta confesión pasa a participar ya de la vida que Dios quiere para el ser humano. Entonces el muerto deja de ser la preocupación de la Marta, ahora quiere que su hermana participe también de este desvelamiento.
En la tercera parte tenemos el encuentro de Jesús con María y los judíos que la acompañan. Mientras María y los judíos manifiestan su dolor, Jesús mira la muerte cara a cara. Mediante el verbo ‘estremecer’ –se estremeció– el narrador nos lleva a pensar que el llanto de María y los judíos sitúa a Jesús ante la muerte, su propia muerte. La reacción de Jesús en esta parte del relato se expresa mediante tres verbos: estremecer, conturbar y llorar; el verbo conturbar lo emplea el evangelista en 12, 27, cuando Jesús se refiere abiertamente a su muerte.
En la cuarta parte la reacción de Marta ante la orden de abrir el sepulcro de Lázaro contrasta con su profesión de fe; la respuesta de Jesús al horror manifestado por Marta –«¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»– nos regresa a la explicación del inicio sobre la situación la vida amenazada del hombre: «Esta enfermedad no terminará en la muerte; será para la gloria de Dios». La gloria de Dios se revela en su actuar salvífico en favor del hombre. Así lo manifiesta San Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Contra los herejes, IV, 20, 7).
En la narración los personajes ‘salen’, se desplazan de un lugar a otro. Jesús y sus discípulos salen (del otro lado del Jordán) para ir a Judea; Marta, María y los judíos que la acompañan salen de su casa para encontrarse con Jesús; Lázaro sale de la tumba para acercarse a dónde está Jesús –«¡Lázaro, ven fuera!»–. En este último ‘salir’ se presagia la resurrección de Jesús, pero los presentes tienen que desatar a Lázaro para que pueda caminar; en la escena de la resurrección de Jesús en el sepulcro vacío quedan las vendas por el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, enrollado en un sitio aparte (véase 20, 6-7).
Imagen: Formación Humana - WordPress.com
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