Celebramos este domingo el misterio central de la fe cristiana; un misterio revelado por Nuestro Señor Jesucristo: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Nuestro Dios, hermanos, no es un ser nebuloso, impersonal, sin rostro: Es Trinidad de Personas . Un misterio que no es fruto ni invento de nuestra imaginación, que no es producto de especulación filosófica alguna. Es algo que trasciende nuestra mente y que conocemos porque el mismo Dios nos ha revelado.
El Dios que nos ha revelado Jesús es un Dios familia, es vida compartida, es comunidad de amor, es comunión de personas. Es Dios que se acerca a nosotros para introducirnos en su intimidad, que ha llegado hasta nosotros en su Hijo hecho hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, y que nos ha dado su Espíritu Santo que vive en nuestros corazones como en un templo.
Lo que la Iglesia nos invita a hacer en este domingo, es que confesemos nuestra fe en el misterio de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Una realidad misteriosa que conjuga la unidad absoluta con la Trinidad de personas.
No es un juego de palabras. Tampoco es un misterio ilógico, y mucho menos absurdo. Es sencillamente algo superior a la razón, porque así quiso manifestarse Dios y así lo creemos y lo celebramos. Dios es comunión de personas.
En este domingo la Iglesia no nos está invitando a entretenernos en elucubraciones, ni a hacer preguntas o pedir explicaciones que nadie puede dar, sino a contemplar con el corazón este círculo de amor del Padre que ama a su Hijo en el Espíritu Santo y a sentirnos incorporados a ese círculo de intimidad de Dios como hijos, como hermanos, como templos donde las Tres Personas divinas habitan. En Él vivimos, nos movemos y existimos.
La liturgia de este domingo nos invita a contemplar este misterio, sublime y cercano al mismo tiempo. Es el Dios que nos ha revelado Jesucristo. En Jesús Dios Padre nos ha dicho todo sobre este misterio que es una invitación, un llamado, a ser levadura de comunión, consuelo y esperanza. Que todo el pueblo de Dios, toda la Iglesia, sea ícono de la Trinidad viviendo en unidad.
Padre Carlos Marín
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