Jesús solía saludar o despedirse con expresiones como estas: ¡Paz a esta casa, os dejo la paz, mi paz os doy, una paz que el mundo no puede dar! No era un simple deseo, era el gran regalo de Jesús. En el texto de este domingo Jesús pide a sus discípulos, “no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. La paz será fruto de la presencia y la acción del Espíritu Santo que El Padre les enviará en su nombre.
San Pablo en casi todas sus cartas saluda y se despide de las comunidades cristianas a las cuales escribe, diciéndoles: “Paz y gracia de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo, paz y misericordia, paz, amor y fe, que el Señor de la paz, les de siempre y en todo la paz, gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro, que la paz de Cristo reine en vuestros corazones. Saludos o despedidas que revelan muy a las claras que la paz es un don de Dios.
Siguiendo la costumbre judía, los primeros cristianos se saludaban deseándose mutuamente la paz. No era un saludo rutinario ni convencional. Para ellos tenía un significado muy profundo, el mismo que Jesús le dio cuando saludaba o se despedía con la paz: un don de Dios.
La paz, en toda la Biblia, es uno de los grandes signos de la presencia de Dios y de la llegada del Reino. La paz que Jesús promete y da, es síntesis de los bienes que trae el Mesías al mundo, el don de Dios que garantiza la dignidad y el valor de cada hombre y de cada mujer como seres humanos, como hijos de Dios, como obreros de esa nueva humanidad que es el designio de Dios.
Paz es gracia, es fe, es misericordia, no la da el mundo, sino solo Dios; es fruto del Reino de Dios, es presencia y acción del Espíritu Santo, es justicia, es misericordia, es armonía, es plenitud del ser, es amor, y reina en el corazón. Es conciencia de humanidad hecha vida. Es vivir, es trabajar, es amar, es soñar, es divertirse como seres humanos, como personas, como hijos de Dios.
En este contexto bíblico, podemos afirmar que, si los colombianos ignoramos la ley de Dios y seguimos hablando de paz motivados exclusivamente por intereses de carácter político, personales o de partido, si no hay verdad y tampoco justicia, nunca viviremos en paz. Seguiremos siendo víctimas de la criminalidad organizada y de graves conflictos de orden social, político y económico.
Una nación sin ética, si moral, sin Dios, se deshumaniza; y si nuestra labor evangelizadora no construye humanidad en la Colombia de nuestros días, según el designio de Dios, no hay paz, nunca la habrá.
No lo duden. Dios quiere que todos los bautizados seamos constructores inteligentes y perseverantes de esa nueva humanidad que Él quiere, y de esa paz que el mundo no puede dar.
Padre Carlos Marín G.
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