Una nueva parábola: Una escena de la vida real. Así era la celebración de las bodas en aquellos tiempos. Jesús pone todo el énfasis en las jóvenes, no en las que obran con sensatez sino en las,- “moorai” en griego, necias o tontas, las que, ante la tardanza del novio, se durmieron, se despertaron ante el anuncio de su llegada, pero no tenían suficiente provisión de aceite para encender sus lámparas, y por ello llegaron tarde y no pudieron participar en las bodas.
Jesús describe y compara el Reino de Dios con una de las celebraciones más alegres y festivas, la gran fiesta del Reino a la cual todos estamos invitados, a la cual tenemos que llegar con la lámpara encendida de nuestras buenas obras: El amor Dios y a los hermanos.
Las diez muchachas que esperan al novio representan a la comunidad cristiana y a cada uno de nosotros, a los que Jesús nos invita a vivir con las lámparas encendidas y esperar el encuentro final con Jesús.
Quiere decir vivir responsablemente nuestra fe, tomar en serio el Evangelio y la Ley de Dios, y convertirlos en vida. No ser uno de aquellos que escuchan las palabras de Jesús y al no ponerlas en práctica acaban construyendo un Cristianismo, una Iglesia, una comunidad cristiana sobe arena.
Ante Dios que se ofrece en su sabiduría, - 1ª. Lectura, cada uno de nosotros debe responder con el ansia, con el anhelo vigilante, con “Un alma sedienta de Ti, como tierra reseca… sin agua”. Salmo 62, esperando su venida.
Estar preparados, guardar aceite para poder tener encendidas las lámparas, significa escuchar y poner en
práctica las enseñanzas de Jesús. La participación en las bodas, en la fiesta del Reino de Dios, no se improvisa a último momento.
Los cristianos tenemos que ser evangelizados en la importancia que tiene el tiempo de vida que Dios nos concede, vida que es tiempo de gracia, vida enriquecida e iluminada con el aceite de las buenas obras inspiradas por el amor a los hermanos.
Padre Carlos Marín G.
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