“La fuerza de la vida, que nace del amor, vence siempre las fuerzas de la muerte ” [1]
A propósito del Congreso Reconciliación "Salvados por la Sangre de Cristo" que inició ayer en el Centro de Espiritualidad "Francisco Palau", y del cual publicaremos…
Frente al tema de la paz y la reconciliación hay tres pilares fundamentales: Amor, Verdad y Justicia. Esto se da en el marco de la condición humana que hala siempre como sus grandes tentaciones al tener, poder y placer. Es una lucha incesante del hombre para alcanzar ese ser profundo e interior que trasciende su alma hacia lo divino, regresando de alguna manera a su esencia misma desde la creación del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios y que si bien, es una visión cristiana o religiosa, dicho de otra manera, es encontrar la esencia misma del hombre en su propia alma que brinda la paz, la felicidad y la fraternidad entre los hermanos.
Me encontré con estas cuestionadoras palabras del Papa Juan XXIII, “Somos conscientes de la marca divina de Caín colocada en nuestra frente. En el curso de los siglos, nuestro hermano Abel ha estado tendido sangrando y llorando sobre la tierra por nuestra culpa, porque nos habíamos olvidado de Tú amor. …Perdónanos. No sabíamos lo que hacíamos”. Y es en éste mismo contexto que recuerdo unas de las últimas palabras de Lino Antonio Sevillano ya a puertas de su partida: “Abel dónde está tu hermano Caín”. Esta frase de alguna manera nos compromete a vigilar siempre por nuestro hermano, independientemente de la forma como él obre, también nos invita a reflexionar frente a “creernos buenos”.
En éste tiempo en el que venimos compartiendo y profundizando sobre el tema de la paz y la reconciliación, por supuesto, que cobran sentido estas palabras y la responsabilidad moral que tenemos nosotros especialmente por decirnos llamar cristianos.
En Colombia hay algo que diferencia los procesos de paz que se han llevado a cabo en otros países y es el tema desbordado de la corrupción a todo nivel y el tema del narcotráfico, que ha despertado entre nosotros y a través del mundo entero muchos intereses económicos, y así mismo, una desgracia inmensa para la conservación y protección de la dignidad humana.
En nuestro País no permanecemos armados hoy, por unos intereses comunitarios, el problema fundamental, es que estamos armados porque de hecho estos actos ilícitos les representan a unos pocos un agregado económico y de poder político muy valioso, aún a pesar, de miles de conejillos de indias que muchas veces, inconscientemente, juegan en ésta ruleta. En realidad, y a decir verdad, ya no podemos decir, que ésta situación no ha permeado todos nuestros ambientes.
Todos queremos la paz, ¡sí!. Yo la encuentro posible desde el amor, porque aunque me ha tocado de cerca la violencia, he sido testigo de cómo una auténtica experiencia de Dios hace de cada persona un ser en paz, lleno de amor y de misericordia. Desde allí creo que es posible una reconciliación, desde el trabajo profundo y perseverante de llevar una palabra de amor, perdón y esperanza a todos los hombres, mujeres, niños y niñas que conforman nuestra sociedad y que han sido actores tanto activos como pasivos del dolor. Realmente cuando se descubre que el hombre es más feliz cuando ama que cuando odia todo ha valido la pena. Las cargas del odio llevan implícitas destrucción, oscuridad, desgracia y pobreza, no sólo en lo material sino, en lo más importante, en lo moral.
Tengo la certeza que somos privilegiados porque si bien hemos caído bajo, hoy el Señor nos mira con misericordia. El hecho de pensar entre todos una sociedad más digna ya es una ganancia, independientemente, que el tema de la paz haya estado contaminado por infinidad de abusos e intereses personales. Hoy es una realidad que todos nos estamos pensando “cómo vivir en paz”.
Un ambiente ideal para cumplir una misión desde la Iglesia, que somos todos quienes creemos en Cristo y quienes estamos dispuestos hoy a vivir ante éste nuevo reto que se nos da, es vivir en clave de identidad y fidelidad a Él, por quien hemos dicho miles de veces, repetidamente, en cada Eucaristía que le creemos y lo proclamamos. Hoy el gran reto no es hablar de Cristo, es mostrar a Cristo con nuestra propia vida.
Pablo VI nos dijo: el hombre moderno escucha más a quien testifica con su vida que al que enseña con palabras, y si llegase a escuchar a maestros, sería sólo si son testigos. Es por ello que la figura de la Virgen María ilumina la misión evangelizadora. Ella es evangelizadora porque es evangelio vivido, modelo real que el evangelizador puede presentar al hombre al que propone la palabra salvadora como la más alta realización del mensaje cristiano. [2]
Para evangelizar hay que primero ser testigo de la vida de Cristo: Testigo singular del misterio de Jesús (MR,26) "Ella, que vivió de manera perfecta la condición de discípula del Señor impulsa a los cristianos a avanzar por el camino de una vida evangélica ferviente" (JPII, 16 dic 1997) [3]
El Santo Padre, Juan Pablo II, en esta llamada urgente a la Nueva Evangelización, nueva porque confronta retos antes nunca presentados a la Iglesia nos dice: "Mira la estrella, invoca a María, ella es siempre faro, sostén y estímulo para el cristiano en su navegación por el mar agitado de este mundo. Ella es también la estrella de la evangelización, que evoca el sello mariano de la evangelización y es también invitación apremiante a reunirnos con María, la esposa del Espíritu Santo y para invocar con ella y por maternal mediación, la fuerza transformadora del Espíritu Santo, que haga de nosotros testigos de Cristo en el mundo, agentes vivos de la nueva evangelización que san Juan Pablo II ha señalado como la tarea primordial de la Iglesia al inicio del Tercer Milenio".[4]
Dice la Madre Adela Galindo “que los remos con que la barca de la Iglesia, se va a lanzar mar a dentro para recoger la pesca milagrosa, serán la Santidad y la Misión. Ambos moviéndose armónicamente para llevar la barca mar adentro... Ambos capacitando a la Iglesia, para brillar en el mundo, como antorcha de fe, esperanza y caridad... Ambos abriendo caminos nuevos por los cuales la Iglesia va al encuentro de los hombres, de sus corazones inquietos y muchas veces tan desorientados, de sus necesidades, de sus anhelos y luchas, de sus inquietudes y miedos. Ambos remos deben dirigir la barca de la Iglesia del Tercer Milenio con seguridad, determinación y prontitud en medio de las grandes olas que la amenazan, pero guiada con seguridad al puerto del designio de Dios por la Estrella luminosa que es la Santísima Virgen. Los marineros, antes de la edad de la electrónica, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. De aquí la analogía con la Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo”. [5]
Mi propuesta para el trabajo en comunión se puede entonces diversificar en tres frentes, uno de ellos sería:
- María, por inspiración del Espíritu Santo, se ha llamado Estrella de la Evangelización y hay que aprender a contemplar en estos signos por qué Ella ha sido llamada así.
“El Papa Pablo VI, en la conclusión de la exhortación apostólica acerca de la evangelización del mundo contemporáneo, Evangelii Nuntiandi, engarza en la corona de advocaciones de la Virgen una nueva piedra preciosa llamándola “Estrella de la Evangelización” (n. 82).”[6]
El Señor en su infinita misericordia sigue revelándonos a través de muchas formas secretos que hay en su corazón, uno de ellos es éste, cómo María, la Madre de Jesús, es estrella, madre, maestra y modelo de todos para acertar en su plan de salvación.
Como dice San Luis María de Montfort Ella "Es la aurora que precede y descubre al Sol de Justicia que es Jesucristo, debe ser reconocida y manifestada, a fin de que lo sea su Divino Hijo"[7].
La Anunciación es como el “Pentecostés de la Virgen” (Fiores, Santa María en la Teología contemporánea, ibid. p. 274). Este SÍ es fuente de una relación única, inmutable e irrepetible al Hijo que engendra, al Espíritu Santo que la fecunda, a la voluntad divina que la proyecta y lanza a una misión universal de salvación. Por él, María desarrolla una dimensión salvífica y evangelizadora en el tiempo y en el espacio. Nada quedará fuera del radio de acción de su dinamismo, ni de su arrolladora energía materna y sobrenatural. María ya no es sólo para su Hijo ni vive solamente para Él. Es también para todos los hombres de todos los tiempos, es para la humanidad entera. Ella, asociada a su Hijo, es y debe ser el punto de referencia al que miren todos los hombres para ir al Padre por medio de Jesucristo, el Redentor y Salvador universal. Por este principio de asociación a Cristo y con Cristo se ve claro que la Virgen fue evangelizadora y se la puede y debe llamar “Estrella de la Evangelización” [8].
En ésta línea ya hay dos puntos específicos, uno lleva al otro, el primero presentar a María como Estrella, Madre, Maestra y Modelo de evangelización, darla a conocer, hacer visible a aquella que para muchos es aún hoy invisible, hacerla más cercana; que Ella haga parte real de nuestra vida.
- Y segundo amando a la Santísima Virgen María podremos comprender su papel en la historia de salvación, María siendo portadora en su vientre del Amor, Ella se hace testigo vivo y ejemplo a seguir para acertar en el plan, criterio y voluntad de Dios. María es Madre de Jesús el Hijo de Dios que nace en una sencilla y humilde familia. La familia es la más hermosa estrategia de Dios para comprender su esencia de perfección y plenitud, es el gran secreto que nosotros no entendemos con mucha claridad pero quien se interesa en destruir a Dios si lo comprende muy bien. De ahí tantos ataques que vive hoy la familia, que sufre también hoy del sin sentido de su valor auténtico para encontrar la felicidad en armonía y comunión con el Creador y con los hermanos.
La Santísima Virgen es para muchos de nosotros una persona más en la historia de Dios pero para pocos quizás, Ella es la señal inequívoca que nos conduce a su Hijo. María es ejemplo de fidelidad e identidad con Cristo y ella nos transporta a un humilde hogar, la sagrada familia que es el testimonio vivo para todas las familias del mundo. Todos, absolutamente todos los seres humanos, hemos sido hijos. De ahí cobra toda la importancia el luchar por las familias, los hogares, el valor del matrimonio bajo la bendición del Señor. Esta labor de evangelización a través de testimonios de familias que viven silenciosamente su vocación y aportan a la sociedad hijos con valores, constructores de paz. Sus vidas nos motivan a emprender una lucha por rescatar la dignidad, es posible amar a Dios en el esposo o en la esposa, así como es posible amar a Dios en los hermanos. La familia creada a imagen y semejanza de la familia increada, la Santísima Trinidad, una célula indisoluble ejemplo vivo de amor que se proyecta a la humanidad.
Hay la necesidad de recuperar los valores de la familia, su integridad, dignificar el papel de la mujer en su hogar, dar el valor a la vida como creación de Dios y para Dios, no obstante, en servicio a los hermanos. En la familia es donde se gestan los valores más profundos del ser humano y por lo cual toda sociedad debe propender por su protección y bienestar.
- Y un tercer propósito o frente para abordar, entre muchos más quizás que puedan suscitarse, sería desarrollar talleres del perdón, en todos los ambientes de formación, porque todos necesitamos sanar las muchas heridas que llevamos a cuestas a causa del pecado desde la creación, desde el pecado original y de nuevo regresar al seno de nuestro Creador. Todo hombre trae consigo una historia , “El hombre está marcado por su pasado, pero vive y camina en el hoy”[9]; es una realidad que se vive pero que se puede transformar cuando se tiene una experiencia real de Dios que sana completamente y reivindica nuestra condición humana. Es el proceso de conversión que cada hombre puede vivir durante toda su vida para alcanzar a Dios.
Dios en su infinito amor no se ha cansado de insistirnos y mostrarnos el camino, sin embargo, es la terquedad, la soberbia, el capricho y la desobediencia del hombre que no lo ha dejado encontrarse cara a cara con Él. Es la envidia, los celos, el egoísmo, la ambición, la soberbia, los sentimientos que han querido llevarnos a ser más que Dios. En realidad, verdad sólo hay una, pero en algo se acerca a ella quien es verdadero testimonio del amor misericordioso del Padre. Tantas estructuras se hacen caducas ante éste maravilloso ejemplo de amor.
Es por tanto una invitación a todos, a abajarnos, a hacernos pequeños, mansos y humildes de corazón. “Un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia”[10]. Dejar atrás tantos criterios que nos separan y al contrario, hacer eco, y resaltar los criterios que nos unen. Es necesario regresar a lo esencial, descubrir el valor de la vida, reconocer que desde su más mínima expresión ella, esa vida, ya es un don de Dios y por tanto, merece el mayor respeto del hombre a ella. Es en lo más simple y pequeño donde descubrimos el Amor de Dios, su presencia. Comprendemos el sello de su creación armoniosa y perfecta, que hizo de cada uno un ser único, particular e irrepetible. Reconociéndonos uno y diversos de otros, creaturas de Dios, aprendemos a respetar y a amar al otro, que tiene la misma dignidad que yo, soy un ser pensado por Dios para cumplir una misión única que sólo Dios mismo conoce y que cada ser humano va descubriendo tras el camino de su vida.
Nos pedía el Papa (E) Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa, que como Iglesia invitemos a todos a “vivir, en nombre de Jesús, la reconciliación entre las personas y las comunidades, y a promover para todos la paz y la justicia en la verdad”.
Menciona también en ella que “Jesucristo, que nos ha invitado a ser “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mt. 5, 13.14), nos ofrece la fuerza del Espíritu para llevar a cabo ese ideal cada vez mejor.[11]”
"He aquí que hago cosas nuevas" Ap. 21,5. Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos. La finalidad de la evangelización es, este cambio interior. El mensaje que la Iglesia proclama trata de convertir la conciencia personal como colectiva de los hombres, la actividad que ellos realizan en sus vidas y ambientes concretos. (Evangelii nuntiandi, 18)”[12]
Es por tanto, ya para concluir, que ésta es una reflexión para invitar a trabajar en tres direcciones fundamentales, que aporten, así sea a largo plazo, para construir una sociedad más plena y feliz: la primera exaltar a la Santísima Virgen María, reconocer su papel en la historia para acertar en el plan de salvación de Dios para el hombre, llevar más a su conocimiento y acercamiento, a descubrirla como Estrella de evangelización, madre, maestra, modelo y señal fiel y auténtica para llegar a su Hijo Jesucristo. La segunda: trabajar por las familias, dándole solidez y credibilidad al Sacramento del matrimonio como signo de unidad con Cristo, a través de testimonios vivos de familias que en sus luchas pueden mostrar que es posible vivir felices, amándose y formando hijos sanos para aportar a la sociedad. Y tercero, realizar talleres de perdón y reconciliación en todos los lugares de formación a los cuales cada uno de nosotros como cristianos pueda acceder, talleres que busquen sanar heridas a través del encuentro vivo y real con Jesucristo el Único capaz de sanar el corazón y dar la paz que cada ser humano necesita para vivir en armonía consigo mismo y con los hermanos.
«Reconciliación es un concepto pre-político y una realidad pre-política, que precisamente por eso es de suma importancia para la tarea de la política misma. Si no se crea en los corazones la fuerza de la reconciliación, el compromiso político por la paz se queda sin su presupuesto interior. En el Sínodo, los Pastores de la Iglesia se comprometieron en favor de la purificación interior del hombre, que es la condición preliminar esencial para la edificación de la justicia y de la paz. Pero esa justificación y maduración interior hacia una verdadera humanidad no pueden existir sin Dios».[13]
Es desde este punto de vista donde en fidelidad e identidad con el Señor se encuentran la política y la religión y donde encontramos cuál es la responsabilidad de la Iglesia de cara a la sociedad. El hombre hoy esta necesitado de amor, de reconocer, descubrir, quizás para muchos experimentar, sentir, que Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos; detenernos en Él, mirarlo, seguirlo, imitarlo, hasta hacernos en Él, saber con certeza que Dios es con nosotros, nos ama y nos escucha. Éste es el llamado más urgente en la misión evangelizadora.
[1] Exhortación Apostólica Postsinodal AFRICAE MUNUS del Papa Benedicto XVI a los obispos, al clero, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre la Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz. (Cf. Catecismo 8, 6-7)
[2] Monseñor Francisco Pérez González. Obispo de Osma Soria y Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España. Artículo publicado en la Revista Misioneros Tercer Milenio de junio de 2003 en la sección de Tribuna Misionera
[3] La Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM (Siervas de los corazones traspasados de Jesús y María)
[4] Ibid
[5] La Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM (Siervas de los corazones traspasados de Jesús y María)
[6] Monseñor Francisco Pérez González. Obispo de Osma Soria y Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España. Artículo publicado en la Revista Misioneros Tercer Milenio de junio de 2003 en la sección de Tribuna Misionera
[7] El tratado de la Verdadera Devoción. Luis María Grignion de Montfort
[8] Monseñor Francisco Pérez González. Obispo de Osma Soria y Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España. Artículo publicado en la Revista Misioneros Tercer Milenio de junio de 2003 en la sección de Tribuna Misionera[9] Exhortación Apostólica Postsinodal AFRICAE MUNUS. Papa Benedicto XVI
[10] Cfr. Salmo 51,17
[11] Exhortación Apostólica Postsinodal AFRICAE MUNUS. Papa Benedicto XVI
[12] La Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM
[13] Exhortación Apostólica Postsinodal AFRICAE MUNUS. Papa Benedicto XVI ” Discurso a la Curia Romana (21 diciembre 2009): AAS 102 (2010), 37”.
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