La riqueza y el encanto de la fiesta de la Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y movilizando al mundo entero. No es una fecha, no es un día, es un acontecimiento. Un evento histórico que desborda y envuelve la historia misma, iluminándola y dándole su pleno significado.
La Epifanía es una magnífica expresión de su riqueza profunda y también de su encanto. Por eso, la Navidad nunca será obsoleta. Debería celebrarse todo el año. Tiene mucho que decirle a los hombres y a las mujeres de nuestros días.
La fiesta litúrgica de este domingo se inscribe dentro de este marco. La Epifanía, es la celebración de la manifestación de Dios a todos los hombres y a todos los pueblos. La salvación que ese Niño, Jesús, trae es para toda la humanidad. La Buena Nueva que ese Niño viene a anunciar en la tierra tiene una destinación universal: es para todos los pueblos.
Ese Niño viene a liberar a todos los seres humanos del pecado y de la muerte y abrirles las puertas de la vida eterna.
Si la liberación es para todos, es porque en el pensamiento de Dios somos parte de una familia humana más amplia, que incluye otros hombres y otros pueblos. La aldea, de veras, se volvió global desde el comienzo de la era cristiana, por más que todavía hoy haya sociedades que presumen de independencia: una falsa autonomía, que raya en la ilusión del poder y de la dominación; un falso humanismo que consiste en olvidarse de Dios, o peor aún, en rebelarse contra Él.
Es en este punto en el cual los Reyes Magos nos ofrecen un maravilloso secreto: el de la docilidad a Dios. Ellos se dejaron guiar. Actuaron como verdaderos sabios al no fiarse de sí mismos, de su sabiduría y de su riqueza: al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la verdadera razón de su vida y el camino a seguir.
El camino fue largo y a veces oscuro, muy oscuro, porque la estrella que los guiaba, en algún momento, dejó de brillar. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo Dios en un pesebre, hecho hombre, nacido de una mujer.
Hermanos: Dios nos manda señales, nos sugiere, nos invita, nos muestra estrellas para que las sigamos. El corazón que es rebelde se ciega y endurece; el que es sensible tiene ojos y el que es dócil, tiene pies; descubre las señales que vienen de arriba, y las sigue con paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al más hermoso y valioso de los hallazgos: Dios mismo.
La Epifanía es eso: una invitación a buscar a Dios y a encontrar en Jesús el sentido y la grandeza de la vida humana.
Saludo y bendición para todos. P. Carlos Marin G.
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