Cada 30 de octubre la Iglesia Católica celebra a San Alonso Rodríguez, hermano coadjutor jesuita que vivió entre los siglos XVI y XVII, ejemplo de humildad y vocación de servicio.
Alonso, antes de ser religioso, fue un hombre de familia: estuvo casado y tuvo tres hijos. Cuando rondaba los 40 años, diversas circunstancias hicieron que su vida tomara un curso completamente distinto -uno que lo llevaría a formar parte de la Compañía de Jesús-. En ese sentido, Alonso es modelo de escucha al Espíritu y confianza en el Señor.
El dolor más grande: cuando todo parece perdido
San Alonso Rodríguez nació en España, en 1531, en el seno de una familia de comerciantes. A los 26 años contrajo matrimonio con doña María Suárez, con quien tuvo tres hijos.
Unos años antes había asumido el negocio familiar, cuando su padre, comerciante de lana, se lo heredó. Alonso hizo su mejor esfuerzo por sacar adelante el encargo, pero sin demasiado éxito. En ese contexto, de por sí difícil, perdió primero a sus dos hijos mayores y después a su esposa, quien murió dando a luz al hijo tercero. Lamentablemente, aquel niño tampoco sobreviviría: después de ser puesto bajo el cuidado de dos de sus tías, el niño enfermó y falleció.
Renacimiento
Alonso, entonces, se quedó solo, sin lo que había sido el motor de su vida: su familia. Providencialmente, en los días de soledad y silencio forzoso, empezó a recordar su infancia, y cómo sus padres en aquellos tiempos habían recibido en casa a sacerdotes y miembros de la recién fundada Compañía de Jesús.
El ahora viudo se sintió movido a volver sobre eso que, como semilla, parecía revivir después de tiempo: la fe que nunca abandonó, pero a la que había sido un poco esquivo.
Esa fe parecía brotar de nuevo, y le señalaba horizontes renovados. Alonso decidió entonces acercarse más a Dios, animado por el consuelo que en el Señor encontraba para tan indecible dolor. Empezó a frecuentar los sacramentos con asiduidad y a tener una vida de penitencia y oración, volviéndose completamente a la piedad que lo marcó de niño y que ahora era fuente de fortaleza.
San Pedro Fabro y las semillas de Dios
Alonso recordaba constantemente a Pedro Fabro, cofundador de los jesuitas y a quien había conocido a los 12 años, cuando este estuvo hospedado por un tiempo en la casa de sus padres. Fabro era un hombre que irradiaba afabilidad y fortaleza. También había sufrido, pero nunca lo percibió abatido.
Así, la imagen del jesuita lo movió a estar cada vez menos envuelto en el dolor y a vivir más de cara a la fe que lo marcó. De pronto, participando en las labores de los jesuitas, Alonso comenzó a ver su vida de manera distinta, poco a poco, con esperanza. Descubrió que el Señor seguía esperando mucho de él y que podía renovarse por completo. Así empezó a considerar ponerse al servicio de Dios y la Iglesia como religioso.
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