La liturgia de la Iglesia nos invita en este II domingo de Cuaresma a proclamar y meditar la Transfiguración del Señor para que entendamos que quien nos invita a la conversión, "El convertíos", es el Hijo amado del Padre, su predilecto, y que debemos escucharlo.
Los discípulos de Jesús siguen alimentando la idea de un Mesías político y triunfante, y se resisten a aceptar su muerte en la cruz y que ella sea una victoria. Jesús los lleva a una montaña y allí se trasfigura delante de ellos.
Es una teofanía o manifestación, en la cual el Padre Dios revela a Pedro, a Santiago y a Juan, los discípulos más íntimos y cercanos de Jesús, que Él es su Hijo amado, y les pide que lo escuchen. Así lo confirma en su identidad y en su misión en la tierra para que crean en Él, lo escuchen, lo imiten, lo sigan.
Escucharlo a Él, sólo a Él, a nadie más, porque Jesús es el único verdadero legislador, maestro y profeta; es la única y decisiva Palabra. Y por tanto, a Jesús no se lo puede comparar ni confundir con Moisés y con Elías, esto es, con nadie más, con ningún otro profeta o representante de la Ley.
Los cristianos de hoy, como personas y como comunidad necesitamos escuchar a Jesús para descubrir nuestra pequeñez, nuestra pobreza, nuestra mediocridad, nuestra falta de constancia en la fe y en el bien obrar, pero también para descubrir nuestra grandeza y dignidad de hijos amados por El. Necesitamos poner a Jesús en el centro de nuestra vida de fe, mirarlo, escucharlo, dejarnos fascinar por el como el Hijo amado del Padre.
Y que el miedo, o mejor, los miedos, no nos distraigan y menos nos paralicen en el seguimiento de Jesús, en el cumplimiento de su Ley y en nuestro aporte personal a la renovación creativa de la acción pastoral de la iglesia y de nuestra misma vida cristiana.
Es cierto que la fidelidad al Evangelio puede llevarnos en algún momento a vernos inmersos en tensiones y conflictos con otras personas, con quienes nos gobiernan, y nos hacemos a la idea de que es más prudente callar, cuando deberíamos hablar, o a esperar cuando deberíamos actuar de inmediato.
Si de veras tenemos fe y confianza en la acción de Dios, no debe darnos miedo el "Correr riesgos por el Evangelio". Después de saber que Jesús es el Hijo amado del Padre, bajemos de la montaña, salgamos a caminar por la calle, conozcamos a nuestros hermanos, dónde y cómo viven y trabajan, y anunciémosles que el Padre Dios quiere que escuchemos a su Hijo amado, su predilecto. El quiere revelarnos muchas verdades que le darán sentido, grandeza y dimensión de eternidad a nuestra vida.
Padre Carlos Marín
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