El traje de boda para participar en la boda del Hijo

Venimos acompañando a Jesús en su ministerio en Jerusalén los días previos a su pasión y muerte, allí, en el atrio del templo, el Maestro confronta su anuncio del Reino…
En el evangelio de la Misa de estos tres últimos domingos hemos seguido una secuencia de parábolas que Jesús propone a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, con ellas el Maestro pone en evidencia la situación de rechazo al proyecto del Reino y al Mesías enviado por Dios al pueblo de Israel; desde la reflexión de esta columna venimos intentando orientar estas denuncias de Jesús hacia cierto tipo de religiosidad que se puede dar entre nosotros, cristianos del siglo XXI.
La parábola que leemos hoy (Mateo 21, 1-13) explica el proyecto del Reino con la imagen de la invitación al banquete que un rey ofrece con motivo de la boda de su hijo; se trata de la invitación a participar en la alegría festiva por la boda, no podemos dejar de considerar el motivo central: la boda del hijo del rey.
En la tradición bíblica la imagen de desposorios o de encuentro nupcial es muy socorrida para expresar la realidad de la alianza de Dios con su pueblo; desarrollando esta tradición, el Nuevo Testamento acude a ella para exponer la relación de Jesús con sus discípulos, así en el episodio de las bodas de Caná (Juan 2, 1-11) o en la presentación de Jesús como el novio o el esposo (véase Marcos 2, 19; Efesios 5, 25-33; 2Corintios 11, 2).
Esta imagen de la boda del hijo del rey, leída a continuación de la parábola del domingo anterior –el padre que envía a su hijo a la viña– nos lleva a pensar la boda del hijo como una referencia directa al misterio de la encarnación. «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo con todo hombre» afirma el concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 22).
La historia de la parábola la dividimos en tres partes, en la primera se refiere el doble envío de siervos para recordar a los invitados el acontecimiento festivo y la respuesta negativa; esta primera parte termina con la reacción hostil de algunos invitados. La segunda parte de la historia narrada por Jesús cuenta, en un primer momento, la reacción del rey ante el tratamiento dado a sus siervos y luego pasa a una nueva convocatoria, hasta las periferias, estas frases nos evocan igualmente la conclusión de la parábola anterior en labios de los contradictores de Jesús: «Les dará mala muerte a sesos malvados y arrendará la viña a otros cultivadores…»
Pensamos que lo contado hasta aquí, que es muy similar a lo que leímos el domingo pasado, nos trae a una tercera parte, que es la central del mensaje del evangelio de hoy: el rey pasa a saludar a los comensales y se fija en uno de ellos, porque no tenía el traje adecuado.
Aparentemente este reparo el rey resulta exagerado, no sólo rompe contra nuestra percepción de un Dios misericordioso, sino que además no tendría mucha justificación expulsar a alguien que ha sido convidado en momentos apremiantes y desde su situación de estar de camino o de hallarse en las periferias. ¿Todo por un vestido?
Lo que nuestra traducción dice «vestido de fiesta» el texto griego lo expresa ‘endyma gámou’, literalmente es ‘vestido de boda’. Tenemos aquí el mismo sustantivo –‘gámos-ou’– que ha servido para presentar la historia, se trata de un banquete con motivo de la boda del Hijo. Arriba escribimos que boda (‘gámos’ en griego) ha servido a la tradición bíblica para expresar la alianza de Dios con la humanidad y también el misterio de la Encarnación; en este contexto la expresión ‘vestido de boda’ (‘endyma gámou’) lo podemos comprender como la situación a asumir la relación con Dios desde la realidad de la encarnación del Hijo. ‘Ponernos de boda’, diría alguien.
Desde esta perspectiva vemos en el drama de quien es expulsado de la fiesta la situación de un convidado que no asume la encarnación como lugar del encuentro con Dios. Tenemos, entonces, en la denuncia de Jesús a cierto tipo de religiosidad, la llamada para reconocer la llamada de Dios en la persona del Verbo encarnado y para asumir en la realidad de cada ser humano el lugar de la revelación de Dios y de nuestra respuesta.
Lucir el traje de boda es asumir la realidad de la Encarnación del Hijo y en consecuencia valorar nuestra historia personal como lugar en donde se está realizando el proyecto del Reino.
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