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“¡Effatá!” – “¡Ábrete!”

7 de septiembre de 2015

Para nuestra sección de Formación en El Catolicismo, queremos hacer eco de la enseñanza del papa Francisco en el día de ayer domingo 6 de septiembre de 2015, sobre el…

El papa Francisco nos habla de dos gestos de Jesús: el primero, busca establecer contacto con él, cercanía, al tocarle las orejas y la lengua; podríamos referirnos a una pedagogía del cuidado por el otro, de tocar donde está la herida con un respeto profundo por su libertad y la necesidad de ser ayudado, porque son otros los que lo llevan, una invitación a vivir la compasión, a sentir con el hermano que sufre y requiere ayuda. 

Y el segundo gesto, es su oración de súplica y petición, de comunión y comunicación con Dios; como el papa Francisco explica “Pero el milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por esto, levanta los ojos al cielo y ordena: “¡Ábrete!”  Y las orejas del sordo se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente (cfr. v. 35). 

Así mismo, el papa Francisco nos da la enseñanza que obtenemos de este episodio: “es que Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través de la ley y de los profetas, sino que se hace presente en la persona de su Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre”.

De lo anterior, vale la pena ir al fondo de la reflexión según sea la circunstancia por la que estés  pasando y preguntarte: Si estás cerrado por el pecado… ¿te falta el valor y la confianza en Dios para buscarle y pedir su ayuda? Recuerda que Jesús sale a tu encuentro y te pone otras personas por medio de las cuales actúa para tener compasión de ti y cambiar tu vida.

Texto completo: traducción del italiano de las palabras del Papa antes de la oración del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Mc 7,31-37) relata la curación de un sordomudo por parte de Jesús, un evento prodigioso que muestra cómo Jesús restablece la plena comunicación del hombre con Dios y con los otros hombres. El milagro está ambientado en la zona de la Decápolis, es decir, en pleno territorio pagano; por lo tanto, aquel sordomudo que es llevado a Jesús se transforma en el símbolo del no-creyente que cumple un camino hacia la fe. En efecto, su sordera expresa la incapacidad de escuchar y de comprender no sólo las palabras de los hombres, sino también la Palabra de Dios. Y San Pablo nos recuerda que “la fe nace de la escucha de la predicación” (Rm. 10,17).

La primera cosa que Jesús hace es llevar a aquel hombre lejos de la muchedumbre: no quiere hacer publicidad al gesto que está por realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por el bullicio de las voces y de las habladurías del ambiente. La Palabra de Dios que Cristo nos transmite tiene necesidad de silencio para ser escuchada como Palabra que sana, que reconcilia y restablece la comunicación.

Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca las orejas y la lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con aquel hombre “bloqueado” en la comunicación, busca primero restablecer el contacto. Pero el milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por esto, levanta los ojos al cielo y ordena: “¡Ábrete!”  Y las orejas del sordo se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente (cfr. v. 35).

La enseñanza que obtenemos de este episodio es que Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través de la ley y de los profetas, sino que se hace presente en la persona de su Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.

Pero este Evangelio nos habla también de nosotros: a menudo nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos tantas islas inaccesibles e inhospitalarias. Incluso las relaciones humanas más elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada…Y aquello no es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado.

Sin embargo en el origen de nuestra vida cristiana, en el Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús: “¡Effatá!” – “¡Ábrete!”. Y el milagro se cumplió: fuimos curados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del pecado y fuimos inseridos en la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca o a quien la ha olvidado, o sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños del mundo.

Pidamos a la Virgen Santa, mujer de la escucha y del testimonio alegre, que nos sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe y de comunicar las maravillas del Señor a quienes encontramos en nuestro camino.

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