San Juan no narra en la última Cena la institución de la Eucaristía, sino la cena con sus discípulos, antes por supuesto, de la gran fiesta de la Pascua. Jesús sabe que “su hora ha llegado”, la de pasar de este mundo al Padre; “ama a los suyos” pero ese mismo amor lo lleva a separarse de ellos, a amarlos hasta la muerte.
Durante la cena Jesús realiza un gesto cargado de profecía: se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies a sus discípulos, algo que era misión de criados o esclavos en las casas. Jesús lo hace como gesto de acogida, de amor y de servicio.
Después de la Resurrección de Jesús, los discípulos comprendieron que con ese gesto Dios se revelaba como servidor; ese es su verdadero rostro, en contra de la tradicional concepción de Dios y de su relación con el hombre y de los hombres entre sí. Jesús revela a los suyos que Dios es Padre, que ama, que sirve, que da la vida.
Quiere hacerles entender que la entrega de la vida es un acto humilde de servicio fraterno, y quiere que sus discípulos lo comprendan. Su mensaje y su testimonio al morir no es de buscar privilegios, sino SERVIR; lavarse los pies los unos a los otros.
Y ese servir, y ese lavarse, puede llegar hasta la entrega de la vida. Lo mismo que expresa la institución de la Eucaristía. Jesús nos amó hasta el extremo, se entregó por nosotros y nos dejó su Cuerpo y su Sangre. Y así como Él nos ha dado ejemplo, así quiere que nosotros sus discípulos lo hagamos .
Contemplemos a Jesús lavando los pies a sus discípulos, que su ejemplo nos mueva a realizar gestos de fraternidad cercana y cálida con todos y todos los días, y así salir de una rutina espiritual que poco bien nos hace.
Padre Carlos Marín G.
Fuente Disminuir
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