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Día Internacional de la Tolerancia

15 de noviembre de 2015

Entiendo que la tolerancia es la capacidad de cada ser humano de autocontrolarse a sí mismo para no agredir la dignidad de otro ser humano, su prójimo, su próximo, aún…

Sin salirse de sí mismo y tomando la justicia entre sus manos, permitir y confiar en que la autoridad, el Estado y las organizaciones internacionales creadas para garantizar la convivencia pacífica y el respeto a los derechos fundamentales del ser humano entre los países, defiendan los intereses y las necesidades esenciales de los más necesitados, damnificados y vulnerables, es decir, confiar en quienes cumplen a cabalidad su misión, aquella que se han comprometido a proteger cuando la sociedad puso su confianza en ellos . Y qué importante entonces se vuelve hoy la coherencia porque todo es relevante y digno de respeto, admiración y seguimiento cuando el ser humano trasciende y evoluciona hacia la libertad del espíritu y no hacia la esclavitud de los caprichos. Hay mucha terminología que se va incluyendo en el vocabulario, que sí valdría la pena que sea profundizada en ella y que nos lleve a preguntarnos a todos, qué quiere decir cada palabra, qué consecuencias trae para la integralidad del ser humano y si es aplicada para todos en general sin excepción de condición económica, nivel de educación tanto moral, espiritual y académica, raza, nacionalidad, color, sexo, idioma, opción política, origen nacional o social y condición de discapacidad. En pocas palabras tolerancia en cada ser humano es, respetar y aceptar al otro como único, irrepetible y diferente de sí.

La Organización de Naciones Unidas promueve el 16 de noviembre como Día Internacional de la Tolerancia porque considera que éste no es solo un deber moral sino también un requerimiento político y legal para los individuos, los grupos y los Estados. En su sitio web escribe: la tolerancia no es indulgencia o indiferencia, es el respeto y el saber apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de expresión de los seres humanos. La tolerancia reconoce los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los otros. La gente es naturalmente diversa; sólo la tolerancia puede asegurar la supervivencia de comunidades mixtas en cada región del mundo. La sitúa en el marco del derecho internacional sobre derechos humanos y pide a los estados que legislen para proteger la igualdad de oportunidades de todos los grupos e individuos de la sociedad.[1]

Y en este tema vale la pena también, tomar en cuenta el sentido de responsabilidad y las consecuencias de cada acto, porque la justicia, legítimamente, se debería aplicar revisando los hechos donde se han traspasado los límites o las barreras del bien común. Sin embargo, más bien pareciera que priman intereses de emporios económicos, en muchas ocasiones, para deliberar arbitrariamente, aún sobre los derechos fundamentales del ser humano. Con las legalizaciones que aprueban los Estados en favor de los intereses de pocos y en contra de los derechos de los más vulnerables, más allá se legitima ante la sociedad que esas vías de hecho, son las ideales para una adecuada convivencia y crecimiento humano y social. La tolerancia ha sido entendida como un sí a la vida pero respetando la decisión a la muerte. La familia es padre y madre porque hay fecundidad natural allí, sin embargo la tolerancia nos ha llevado a decir NO a la familia, no a los valores, para ser más concretos. Se debe tolerar que los derechos de unos pocos atenten contra la vida de quienes no tiene aún la capacidad de defenderse, y en algunas oportunidades, así la tuvieran, padecer de impotencia para hacerlo.

Continúa diciendo: “La injusticia, la violencia, la discriminación y la marginalización son formas comunes de intolerancia. La educación es un elemento clave para luchar contra estas formas de exclusión y ayudar a los jóvenes a desarrollar una actitud independiente y un comportamiento ético”. Pero vale la pena hacer un énfasis en la coherencia, que comenta el Papa Francisco es un factor indispensable en la educación de los jóvenes. No se puede hacer crecer, no se puede educar sin coherencia: coherencia, testimonio.

También se menciona que la intolerancia surge de un sentido exagerado del valor de lo propio y de un orgullo personal, religioso o nacional, exacerbado. Sin embargo llama la atención que el Papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae mencionaba que “El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada « calidad de vida » se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.”[2]

Propone también la ONU que, para aprender la tolerancia es necesario el derecho a la educación en todos los niveles y el acceso a  la información. La intolerancia religiosa, los estereotipos, los insultos y las bromas raciales son ejemplos de intolerancia que se viven en lo cotidiano. Me pregunto cómo puede darse una educación efectiva cuando aprender la tolerancia implica la permisividad; recuerdo una carta enviada por el Papa Francisco frente a la situación de Irak donde le hace, a través del señor Ban Ki-moon, Secretario General, un llamamiento urgente a la comunidad internacional para que intervenga poniendo fin a la tragedia humanitaria en curso, “aliento a todos los órganos competentes de las Naciones Unidas, en especial a los responsables de la seguridad, la paz, el derecho humanitario y la asistencia a los refugiados, a continuar sus esfuerzos en conformidad con el preámbulo y los artículos pertinentes de la Carta de las Naciones Unidas.”

Profundizan en las causas y advierten: Los problemas que nos afectan son cada vez más globales pero las soluciones pueden ser locales, casi individuales. Individuales, palabra clave para el cristiano, porque la solución está dentro de cada uno de nosotros, si hay problemas es porque vivimos en una sociedad hedonista, donde priman los intereses y caprichos personales sobre los derechos de los otros. Y esto es cuestión de la capacidad de amar y darse al otro, de aceptar cada circunstancia, cualquiera que sea como un reto que le propone a cada uno la misma vida para enfrentarlo y salir adelante, pero no atropellando al otro ni destruyéndolo, sino respetándolo y permitiéndole vivir a su lado, sin verlo como un estorbo sino reconociéndolo como un “otro” con los mismos derechos que cada uno desde que llegó al mundo, tuvo la oportunidad de tener. De ser reconocido como ser humano. De hecho es una concepción muy espiritual porque el hombre no es tan solo un cuerpo, es alma y es espíritu y entenderlo así, es fundamental para que en su búsqueda, en su crecimiento, se reconozca como tal. No basta alimentar el cuerpo sino se alimenta el espíritu, quien solo hace esto, simplemente está cojo y es incompleto porque solo está viendo y reconociendo una parte del hombre y no en toda su dimensión. Reconocerse necesitado da la capacidad de amar porque se reconoce la creatura completamente vulnerable y cuando tiene algún poder de decisión o influencia sobre los demás, primero se mira así misma antes de tomar decisiones que atenten contra la dignidad y el valor auténtico del ser humano, del otro. Hay en el amor dos fuerzas contrapuestas que equilibran: deberes y derechos. Los dos no se separan, coexisten. Y, solo de ese modo generan la armonía. La gran afirmación del amor son los deberes y son los derechos, como fuerzas coexistentes y antagónicas.[3] Tener tanta inteligencia y tantas posibilidades de observar con microscopio las realidades, a veces nos llevan a perder la perspectiva de lo que es la globalidad, de lo que es la integralidad. No por satisfacer los deseos de unos pocos se salvaguardan las leyes éticas universales del hombre, ni se garantiza la libertad de conciencia, que si bien, ahora pasa desapercibida al final del tiempo ella cobrará todo su peso. Hay muchas propuestas de cambio, de no-violencia, de solución del conflicto, sin embargo lo que se muestra viendo algunas estadísticas es que al contrario, no han sido nada efectivas porque hay cada vez más caos, soledad e intolerancia. Valdría la pena entonces que cada uno se revisara así mismo y viera cuánto bien ha hecho a la sociedad con su presencia y más que a la sociedad, así mismo y a su propia familia. Qué tan feliz es y qué tan feliz ha hecho a quienes le rodean. Éste es un buen termómetro para reconocerse como un ser libre de esclavitudes, propositivo y constructor del bien común. Y para finalizar retomo una frase que encontré precisamente en la página web de Naciones Unidas: "Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz"

-Preámbulo de la Constitución de la UNESCO.



[2] Juan Pablo II. Carta Enc. Evangelium Vitae, No. 23; 25-031995

[3] De los contenidos de la Espiritualidad Trinitaria Hijos de la Madre de Dios. A. No. 411

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