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Después de odiar a la Iglesia conoció a Dios y se convirtió en religiosa

22 de febrero de 2017
Después de odiar a la Iglesia conoció a Dios y se convirtió en religiosa

Mireily Rodríguez Vargas es una joven puertorriqueña que cambió su nombre por el de sor María Faustina cuando profesó sus votos como dominica en el convento de Nuestra…

Su vocación llegó tras una conversión dura, después de haber estado bajo la influencia de las enseñanzas de los adventistas. Cuando descubrió la verdad sobre la Iglesia Católica se le abrió un mundo que le fascinó hasta tal punto que decidió entregar su vida por completo.

Fue criada en una familia católica pero no demasiado practicante y eran sus compañeros de colegio los que le decían que la Virgen María había tenido más hijos, hasta llegarse a convencer de ello. A los 16 años tras un duro acontecimiento familiar aparecieron en su vida los adventistas. “Por insistencia de un familiar, comencé a ir a clase con ellos. Al principio consistía en contestar las preguntas de unos folletos, luego el pastor vino a darnos la clase personalmente, creo que era una vez por semana”, indica sor María. 

Después de esto, fue invitada a un taller denominado “Descubriendo la verdad” y que tenía como objetivo realizar en ella un lavado de cerebro. Cuenta la hermana María Faustina que “trataba de cómo la Iglesia Católica era la ‘gran ramera del Apocalipsis’ y el Santo Padre, ‘la bestia del profeta Daniel”. Una vez que concluyó este taller tocaba ser “bautizada” como adventista. La joven estaba muy confundida pero “no creía eso sobre la Iglesia Católica”. Finalmente, una amiga suya decidió no bautizarse por lo que ella tomó la misma decisión. 

Fue su abuela la que finalmente tomó cartas en el asunto y alejó a los adventistas de su nieta y acudió a una Iglesia Católica para que pudiera apuntarse a catecismo. Sin embargo, el tiempo que había pasado en contacto con los adventistas había hecho mella en ella. “Ya no amaba a la Virgen María, a la cual tenía devoción de pequeña”, cuenta en su testimonio.

Sin embargo, en 2007 logró iniciar las catequesis de adultos. “Mi vida cambió. A través de las catequesis del sacerdote encargado, de una religiosa y todo el equipo de catequistas que acompañaban al programa, empecé a aprender mucho, a cuestionarme cosas sobre la fe”, relata la propia María Faustina.

Así llegó su primera confesión durante un Domingo de Ramos, que según define ella misma, fue “como sacer muchos clavos de mi corazón” por lo que “me sentí otra persona”. Mi forma de ver la vida cambió, para verla un poco más sobrenatural”. 

Poco después se produjo un  acontecimiento clave en la vida de esta joven pues fue la que empezó a abrir en ella la vocación. Y es que buscando libros católicos, se topó un día con el diario de Santa Faustina. “Me entró la curiosidad de ver qué escribiría una monja. Cuando comencé a leerla, me enamoró su espiritualidad, su forma de tratar al Esposo de su alma. Me llenó el corazón cuando leí su historia vocacional y me pregunté qué haría si Jesús me llamara a mí también”.

Esta fue la primera vez que rondó por su cabeza la idea de la vocación a la vida religiosa. Pero el miedo podía más por lo que intentó enterrar esos sentimientos. Pronto también empezaron a preguntarla por si se había planteado irse a un convento por lo que se cerró en banda y ella una y otra vez respondía que “jamás seré monja”. 

Pero la vida que llevaba no le llenaba. Ni su trabajo, ni sus amigos conseguían llenar lo que sólo Dios podía hacer. Y de nuevo pasó por su cabeza  la idea de la vocación hasta que por fin aceptó ir a una de las charlas vocacionales a las que antes había rechazado acudir en numerosas ocasiones.

Al final se encomendó a Santa Faustina y Santa Teresita para que le ayudaran a discernir su vocación además de realizar la Consagración a la Virgen durante 33 días. “Mamá María no se hizo esperar y una mañana amanecí con la certeza de que Dios me llamaba y que iba a entrar con las Hermanas Dominicas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima”.

Dios se lo puso todo muy fácil desde aquel momento y ahora ella, Sor María Faustina, es feliz en este convento texano. “Dios ha hecho maravillas en mi vida, me ha hecho una nueva creatura y a pesar de mis pecados y defectos hace su obra en mí para hacerme una esposa santa para su Gloria”, concluye esta religiosa.

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